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Somos 5

5:46 am. Suena mi despertador y junto conmigo despierta mi primera carga.

Carga familiar: la dormilona.

Siempre fui la más remolona de la familia. Cuando todos se levantaban temprano cargados de energía, a mi me tomaba al menos 40 minutos mas poder despertarme y alistarme para salir.  Ahora no es una opción… llego temprano o pierdo el trabajo.

Habiendo dejado todo listo antes de acostarme para poder dormir 5 minutos más, me pongo la ropa que deje a los pies de la cama, me lavo la cara, los dientes y en 4 minutos estoy lista para salir. Me quedan aún 5 minutos para revisar que todo quede en orden, controlar que los pequeños no se hayan destapado durante la noche, besar dos frentecitas tibias y mirarlos por última vez antes de salir.

5:56 am. Mi carga familiar sigue enojada pero de a poco vamos despertando. Al cruzar el portón de mi casa, se despierta mi segunda carga.

Carga psicológica: ataques de pánico desde los 16 años.

Pude superarlos después de ir al psicólogo durante un tiempo… pero ahí en el fondo y más allá de que le hago frente cada día, hay una cosa que sigue asustándome. Los perros del vecino.

Levanto tres o cuatro piedras antes de salir a la calle y las meto en mis bolsillos. Las aprieto fuerte mientras camino por el callejón oscuro que lleva a la ruta. Uno de ellos me ve y ladra… y entonces los otros ocho comienzan a ladrar también. Son grandes y hay uno que siempre muerde a los ciclistas que circulan por ahí. Puedo sentir mi corazón saltando casi a la altura de mi garganta y aprieto el paso.  Esta vez no salieron.  Sólo ladraron desde adentro de la propiedad. Quedan unos cuantos metros para llegar a la ruta todavía. Se me ocurre tirar las piedras que me pesan en los bolsillos de la campera, pero llega mi tercera carga y me lo impide.

Carga de género: soy mujer.

Atrás quedaron los perros del vecino… pero no son ellos la única amenaza que enfrento todos los días.

Me siento en la parada del colectivo atenta a cualquier cosa que pueda pasar. Esa debe ser la más solitaria del mundo. Muy rara vez encuentro ahí a alguien que también esté esperando el bondi y me quedo tranquila… en general, me toca esperarlo sola y seguir apretando fuerte las piedras en mi bolsillo cuando pasa un camión lleno de trabajadores que gritan guarangadas, pelotones de ciclistas que pasan lo mas cerca que pueden y susurran alguna cosa al pasar, autos que circulan muy pero muy despacito y bien cerca de la banquina solo por la satisfacción de ver como una mujer se asusta.

6:08 am. Sigo en la parada preguntándome por que alguien querría pasar por eso todos los días… Entonces aparece mi cuarta carga.

Carga social: mamá luchona.

No es opción. Tengo dos pequeños que dependen absolutamente de mi para tener todo lo necesario para suplir sus necesidades básicas…  a veces hasta podemos darnos un gustito los tres gracias a eso que yo hago todos los días.

«Mama luchona» es la etiqueta que me puso la sociedad porque después de 6 años de soportar todo tipo de maltratos, decidí priorizar a mis hijos y a mi salud y seguir adelante sola… y como no alcanza con aguantar las opiniones de toda la familia y el hecho de que el tipo se borre por completo dejándonos la carga de criar como ama de casa pero también trabajar como si no tuviésemos hijos, además muchas de nosotras tenemos que aguantar los sobrenombres que nos pone una sociedad machista que no soporta ver que una mujer pueda sola con todo.

Allá a lo lejos, se ve venir el colectivo. Le hago señas al chofer para que pare… pago solo un pasaje; pero subimos las 5.

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