/Testis Phoebus

Testis Phoebus

Todo comenzó esas largas y oscuras tardes de otoño, no encontraba alivio en mi tristeza hasta que apareció a iluminar mi camino, como un faro sobre el mar negro. Comprendí en ese momento que las cosas no volverían a ser como antes, entendí que la vida no era un laberinto sin salida y que al fin comenzaba a sonreírme.

Comenzamos a conocernos y a caímos en la cuenta que algo nos estaba uniendo. No sabíamos cómo describirlo, era una sensación que revolvía nuestras almas de manera frenética. Comprendimos que debíamos fundar una nueva fe, la fe en el destino. Éramos como dos niños flotando en un frágil barco de papel sobre un mar de sueños y esperanzas.

Veíamos el mundo con los mismos ojos y disfrutábamos mismas cosas, de las pequeñas cosas, de aquellas imperceptibles para los demás, pero mágicas para nosotros. Comprendíamos lo que los demás no entendían. Comenzamos a construir un refugio alrededor nuestro, un castillo al que íbamos cuando necesitábamos alejarnos de la rutina y donde nos encontrábamos durante largos periodos a compartir nuestras pasiones.

Disfrutábamos de largas caminatas charlando, se iluminaban nuestros ojos cuando nos descubríamos de esa manera en el otro. Comprendía que eso era genuino pero había sellado un pacto que solo el tiempo iba a romperlo. Sabía que no debía apresurar las cosas.

Esa tarde elegimos un lugar para nuestras caminatas, un lugar alejado donde podíamos desconectarnos del mundo. Comenzamos el sendero de la reserva divisadero largo y disfrutamos del mirador de la mina como dos niños asombrados. Quietud absoluta, la naturaleza hablaba por nosotros, conectados como desde un principio. Nuestras manos se rozaron accidentalmente cuando nos apoyamos en la baranda a observar el paisaje, ambos nos observamos con una sonrisa pícara y con los ojos iluminados, un silencio especial nos rodeó. Seguimos en silencio por el sendero respirando aire fresco y disfrutando del paisaje.

Decidimos descansar sobre el lecho de un río seco, la blanca arena era calentada por los fuertes rayos del sol. Estiramos una manta, comimos un sándwich y comenzamos a charlar. En un momento las palabras cesaron y sentimos que el tiempo se había detenido. Cruzamos tímidas miradas y sonreímos inocentemente.  Lentamente nos acercamos, tome su cara  y cuello entre mis manos, fundiendo nuestros labios en un suave y profundo beso.

La ansiedad por sentirnos uno cerca del otro se hacía evidente así que nos abrazamos fuertemente, nos aferramos como si nuestra vida dependiera de ello. Nuestros ojos se llenaron de luz y de un brillo tan increíble, era fantástico encontrarse en la mirada del otro. Nos besarnos nuevamente, la respiración se aceleraba y la pasión junto a la adrenalina hacia emanar fuego de entre los dos.

Comencé a besar su cuello y acariciar el contorno de su cuerpo. Mis dedos torpes se enloquecían por sentir su piel. De a poco me envalentone a  quitar suavemente sus ropas mientras ella, con grata sorpresa, hizo lo mismo conmigo. Bajo el ardor del sol otoñal nos convertimos en uno. Cada roce de nuestra piel era un chispazo destellante que resolvía nuestro pecho alocadamente.

Entre dentro de ella suavemente y observe una dulce sonrisa acompañada de una picara mirada y un tierno beso que conmovió la escena que era presenciado por el asombroso febo y por leñosos jarillales. Nos recostamos con su espalda sobre mi vientre, tomamos nuestras manos y comenzamos a hacer el amor suavemente, disfrutábamos de ello sabiendo que era algo que estábamos esperando desde el principio de nuestros tiempos.

La acomode delicadamente contra la blanca arena y volví a entrar en ella, sentí como sus manos se aferraban a mi espalda suplicando que jamás terminara ese momento. No despegábamos nuestras miradas, solo lo hacía para inclinar su cabeza y morder sus labios ante el implacable placer. Sentimos como fundíamos por fin nuestras almas.

Ambos acabamos en un suave y potente suspiro, nuestros ojos se llenaron de lágrimas y nos besamos una vez más recuperando el aliento que rugía tan fuerte como el galopar de nuestros corazones.

Nos vestimos y nos quedamos un rato contemplándonos, entre risas, suaves caricias y dulces besos.

Continuamos camino y volvimos a nuestras rutinas, aunque sabíamos que nuestras almas se necesitaban mutuamente, entendimos que no nos sentiríamos completos el uno sin el otro y el pacto entre los dos recién empezaba a cobrar vida.

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