/Un asunto impostergable (primera parte)

Un asunto impostergable (primera parte)

Fran murió antes de cumplir los cincuenta y su esposa, una bella mujer, lloró desconsoladamente. Pero era una mujer joven y el cuerpo reclama. Un año después era la trola número uno del barrio. Burdeles, casinos, restoranes, discotecas. Y Fran, en la tumba, se levantó y dio vueltas en el mundo de los muertos sin poder digerir la situación. Uno muere y la otra meta pito y flauta, bombo charango y quena. Fran caminó por toda la tierra de los muertos, bajo el cielo negro y los huesos calcinados y el humo del paisaje y la tos incansable. Caminó y no pudo dejar de pensar. Nunca fue un hombre particularmente celoso, pero ahora no aceptaba el destino que le tocó en suerte y los celos lo carcomían. No podía descansar en paz. “Viuda joven yiro en puerta”, pensaba. “La mujer es el mal del mundo”, pensaba. Qué importa lo que pensara, los muertos no tienen voz ni voto en el asunto.

Unas caderas que parecían la flor más abundante y llena de tierra húmeda. Una mujer sola en una casa demasiado grande para una mujer sola. La muerte no pasaría por allí sino dentro de unos treinta años, así que tenía tiempo para un nuevo comienzo y una nueva juventud. Los jóvenes la miraban, los hombres adultos la miraban, el hombre-pene la miraba y la esperaba para empalarla.

Fran, desde el otro lado, estaba inmerso en el desconsuelo. Un desconsuelo que flotaba como el brillo paralítico del rojo. De pronto, una voz a sus espaldas:

– Este lado es como un cuadro que yo pinté. Quien sea que haya hecho el escenario, se ha inspirado en mí.

El hombre que se acercó a conversar con Fran era Jackson Pollock, conocido artista y borracho. No tenía los dientes, pero en nada había disminuido su enfermiza vanidad. Uno que otro cabello sobresalía sobre la calva como una ramita seca.

– Creo que hay dos cosas que destruyen a un hombre: una mujer a la que no ha podido domar, y que los críticos ignoren su obra.

– Mi mujer era una criatura perfectamente domada, solo que ahora es viuda y está revoleando la chancleta que da miedo.

– Amigo mío, venga, hablemos con Caronte, trataremos de sobornarlo para que lo deje pasar a usted al otro lado, pues veo que sufre usted horrores esta situación penosa que le ha tocado en suerte. Vaya a ver a su mujer y pídale que no lo haga sufrir. Ya verá que el amor triunfa, como siempre. No le diremos a Caronte qué va a hacer usted al mundo, bastará con un simple “un asunto impostergable”. A buen entendedor, pocas palabras.

Y fueron a ver a Caronte; Pollock llevaba una pintura al óleo bajo el brazo, con la cual planeaba sobornar al barquero.

– Ningún problema – dijo Caronte de una-, me quedo con el cuadro que debe valer una fortuna, y lo dejo pasar al gilastro este. Pero eso sí, una condición, y pondré el acento en esto: tiene hasta la medianoche para volver, ni un minuto más ni un minuto menos. Si no lo hace, lo castigaré quitándole la vida a un familiar y le dolerá más que su propia muerte. Le aseguro que iré a buscar a su mujer y la traeré aquí en mi barca. Id ahora, no os demoréis.

Pollock estuvo contento de haber hecho una obra de bien. Si bien el mundo de los muertos es un páramo seco, tiene sus pinceladas también, y de eso se encargaba el artista.

Con una risita escapando entre los dientes mientras apuraba al remero de la canoa trucha (una especie de Uber del otro mundo), Fran pensó que su suerte daba un giro inesperado:

– Esto está servido en bandeja, volveré a las mil quinientas y en consecuencia el barquero traerá a mi esposa. A pedir de boca. Cuando esté aquí, le ajustaré las cuentas a esa furcia. Mientras tanto, a divertirme en el mundo.

Volvió a la vida y se la bebió desesperadamente: burdeles, casinos, restoranes, discotecas, uno que otro museo también, que no solo de pan vive el hombre.

Unas diez prostitutas, para ponerse al día. Y ya que estaba, aprovechó también para esperar en una esquina a un hombre que odiaba desde la secundaria y le clavó un cuchillo en la espalda. Que no se privó de nada. Lanzó una bomba a una comisaría con todos los policías adentro. Asaltó un negocio y se llevó más de quinientos mil. Violó a dos mujeres que iban solas en una calle oscura. Y a todo esto ya eran las doce del día siguiente.

La vida es una herida absurda. Le dolía haber vuelto y respirar ese aire puro que es solo un sueño, le dolía soñar y saberlo, comprender el vislumbre de una rosa instantánea que tapa con su dedo el cuadro completo. Qué conoce de la vida un hombre que se ha pasado los días en una empresa haciendo costos, alimentando a una familia tipo, encadenado junto a una mujer que termina revoleando la cartera.

…Y quizá todos veremos el rostro de lo irracional llegado el día. Se nos arrancará del cuello el último dicho y no será aquel acto envuelto en pureza que dijera Celan: Te arranqué del cuello la cadena de los dichos. No habrá confusión entre luz y oscuridad, solo un ciego tantearía en busca de un disfraz para la noche. Habrá un después, habrá un antes. Se percibirá el olor de una maldición, como en un día sin puerta de escape.

…Y era el tercer día, Fran ya había carbonizado un pueblo entero, y la sed de vivir quemaba y aumentaba. Necesitaba devastar, matar, morder, devorar, llenar su boca. Apagar el sol. Quemar libros. Ya no había muchos libros, así que en un poblado quemó computadoras. Persiguió con una motosierra a unos niños ricos que estaban de pijama-party y salió de la casa bañado en sangre. Por donde sea que pasara devoraba todo, se saciaba en todo. La policía fue puesta en alerta roja y se lo buscó intensamente. Pero cómo detener a quien está muerto.

En la radio se interrumpieron los programas para transmitir la noticia. El relator en medio de un partido de fútbol: “Recibe la pelota el Patota Potente, quita Merlo, buen pase para Morete, la pisa, la amasa, la amasa, se la quitaron… Últimas noticias: el asesino-violador-piromaníaco está siendo cercado por la policía…”

Continuará…