/Un clarísimo ejemplo del “desubicado de la vida”

Un clarísimo ejemplo del “desubicado de la vida”

Eran las primeras vacaciones en las que ponía mi auto. Nos íbamos a Carlos Paz en un Escor a gas que consumía como un Scannia con acoplado. La ruta Mendoza – Carlos Paz iba a ser larga y lenta, había que parar a cargar en la estación de mi casa antes de salir, luego San Martín, La Dormida, La Paz, San Luis, Villa Mercedes, Río Cuarto, Berrotarán, Almafuerte, Alta Gracia, Carlos Paz… ¡11 veces en 600 kilómetros! Encima pleno enero, en la ruta, donde las colas del gas se parecen a las colas de la YPF del Shopping cuando avisan que no va a haber nafta.

Éramos ocho en total, pero en mi auto me acompañaban el Rodi, el Tanque y el Oso, los otros se iban en un auto a nafta por la ruta careta y oligarca (por las Altas Cumbres). Lo primero que les pedí fue que no fumaran en el auto, que me iban a arruinar los pulmones y los tapizados. Esa sola petición fue el motivo para que los nenes hagan la sanita apuesta de que antes de Carlos Paz se clavaban 100 puchos arriba del auto entre los tres… y lo lograron.

El Escor no se podía el orto, para colmo entre los cuatro superábamos ampliamente el peso promedio, por lo que iba planchado al piso como un fórmula 1… pero a 90. Lógicamente hablar de aire acondicionado en esa batahola era como preguntar por caviar en Kenia. Pasando Palmira el olor a hombre trabajando en una metalúrgica y almorzando en la feria de Guaymallén era penetrante. Sumado a que el Tanque se había morfado un pollo al ajillo la noche anterior y nos deleitaba con unos espasmódicos eructos.

Nuestros hígados aún estaban sanitos y toleraban una gama de destilados bastante berretas, además no nos daba la nafta para mucho, así que el Rodi no tuvo mejor idea de comprarse un Termidor con una Talca en pleno San Luis, mientras hacíamos una cola tamaño Amazonas. El Rulo seguía empecinado en cumplir su objetivo de los 100 puchos, el Tanque estaba con acidez por el ajo y yo manejaba, así que el Rodi procedió a empinarse el tetra solo. Llegando a Villa Mercedes estaba re borracho y antes de Río Cuarto re dormido.

Tipo diez de la noche llegamos a Berrotarán, un pueblito de paso hacia Córdoba capital. Imagínense llegar un lunes a ese lugar, donde lo más loco que pasa es que se muere alguien o que llueve. Buscar un restaurante era más difícil que encontrar un chino rubio, y encontrar uno abierto un lunes, tan difícil como que el chino, encima de rubio, sea ruludo.

Llegamos a una especie de bar que estaba cerrado, pero por la vidriera veíamos a los dueños cenar en familia frente a un programa de chimentos cordobeses, que en realidad era un noticiero. Les golpeamos para pedirle que nos venda alguna viandita. Si hay gente en el mundo amable y hospitalaria son los cordobeses y esta gente no estaba exenta en lo más mínimo. No solamente nos cocinaron, sino que nos armaron unas mesas a continuación de las de ellos y comimos todos juntos, mientras nos contaban chistes. Lo único malo es que tenían un hijo medio lelo que no paraba de hablar de jineteadas, encima lo había agarrado de punto al Rodi que aparte de borracho en su vida había visto un caballo real. Empanadas y vino no fue buen menú ni para los ajos en fermentación del Tanque ni para la resiente borrachera del Rodi. El primero procedió a cagarse re fulero todo el resto del camino y el segundo, luego de vomitar largo y tendido, se puso insoportable (además de clavarse 10 puchos seguidos para acelerar la apuesta). Pero apenas salimos del pueblito ese se volvió a dormir, roto y desfigurado.

Continuamos el viaje, cagándonos de risa de los chistes de los cordobeses y del lelo que le había quemado la bocha al Rodi con los caballos, cargamos gas y seguimos hacia Almafuerte. Para ir hacia Carlos Paz hay que desviarse por Altagracia y fue ahí donde nos perdimos. Hasta ese momento era todo ruta, pero en Altagracia hay que pasar casi por el medio del pueblo para seguir.

Manejé como cinco kilómetros entre barrios y callecitas pedorras, el Rulo intentaba leer un mapa, el Tanque fumaba mirando nombres de calles totalmente al pedo, yo manejaba intentando ver carteles o algo y el Rodi dormía como un bebe… un bebe con olor a vino. Entre el vaho que manaba del auto, la hora que era (casi la una de la mañana de un martes) y la cara de reventados que teníamos me daba cosa preguntarle a las señoras que veíamos en la calle. Iba en busca de un pibe en moto o un viejo en bici, esos que saben todas las rutas del país.

Entonces veo que la calle por la que íbamos topaba a unas dos cuadras, así que disminuí la velocidad decidido a preguntarle a cualquier persona como seguir hacia Carlos Paz. Hasta que vi una mina que venía caminando sola por la vereda en dirección contraria a nosotros.

Típica cordobesa… rica, corpulenta, con el pelo rubio atado en una cola, bamboleando la cintura como que estuviese todo el día escuchando La Barra, con ese halo de altivez que le da ser de la provincia cuna de las minas más ricas del mundo, le toco bocina al tiempo que le digo…

– Disculpame, te hago una pregunta…

– Si deeecime – me contestó con esa tonadita fabulosa y esa voz ronca característica de las cordobesas estándar amantes del baile y el fernet con mucho hielo.

– Mira… vamos a Carlos Paz y ando medio perdido, ¿tenes idea como salgo a la ruta?

– ¡Carlos Paz! Que hermoso – contestó antes de indicarme al tiempo que el Tanque se había enchufado media cajita de Beldent por si las moscas y el Rulo se había quedado perplejo con la belleza de la mina como la primera vez que ves una tuna. El Rodi estaba desmayado con la cabeza en la luneta, desparramado en el asiento trasero y casi a los ronquidos. – ¿estan de vacas? ¡tienen que ir a Zebra!

– Si… primero queremos ir, estemmm… llegar – dije con un tono y una risita totalmente estúpidos, anonadado de que una mujer me estaba hablando sin estar en pedo en un boliche. Apenas terminé la frase me di cuenta de lo soretes que eran las minas en Mendoza y de lo fantasma que era yo. Hasta al Rulo se le escapó como una risita por mi  “cortitud” en la conversación.

– Bueno… sheeegas donde termina esta cashe, doblas hacia la deeeerecha, vas a pasar unos semáforos y le das derechito – comentaba la riquísima al tiempo que hacía señas con la manito – a unos quince kiiiiiilómetros vas a shegar a la autoooopista. Hacia la deeerecha vas para Córdoba y hacia la izquierda hacia Carlos Paz… estas a unos treinta kiiiilómetros de acá.

– Bueno, gracias – le dije cortante, con tanta vergüenza sin sentido como la primera vez que bese, sabiendo la catarata de risas y gastadas que se me iban a venir. Puse primera y comencé a movilizarme.

Apenas nos movemos unos metros de la mina, que siguió su caminata hacia abajo, el Rulo y el Tanque largaron la carcajada riéndose de mí al tiempo que nos comentábamos sobre lo riquísima que estaba la cordobesa, entonces el Rodi, al escuchar la palabra “rica” abrió los ojos como un ahogado que lo resucitan de pronto, medio dormido, medio en pedo, totalmente desorbitado, sacó la mitad del cuerpo por la ventanilla y gritó descaradamente a los cuatro vientos “puuuuuuuuuuuuttttttaaaaaaaaaaaaaa”

Y así fue cuando estallamos de la risa, vitoreando al desubicado de la vida, que opacaba toda chance de relaciones y sexo casual pero te alegraba la vida con sus banquineos abruptos.

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