/Una historia ardiente entre los 19 de él y mis 25 | Parte 2

Una historia ardiente entre los 19 de él y mis 25 | Parte 2

 

Todavía no lees la primera parte… ¿qué esperas? Una historia ardiente entre los 19 de él y mis 25 

 

 

Me escribió para contarme que iba a salir con amigos.

– ¡Buenísimo! dije  yo, y ¿a dónde vas?

– A Zeta

– Genial, pasala hermoso bebé

¿Qué carajo era Zeta? ¿Dónde quedaba? ¿Era en la Arístides? No lo había escuchado nunca, ni a mis compañeras de oficina, que salen siempre; que todos los jueves es arengar para hacer  algo el sábado.

Eso de que él tuviera menos años que yo y más noche, no era justo… En realidad cualquiera tenía más noche que yo. Mi joda era prepararme un te saborizado después decenar, con todo el protocolo: temperatura del agua, tiempo de reposo, un pucho, y un buen libro; meterme en la lectura hasta amar u odiar un personaje, y perder la noción del tiempo. Así yo era feliz.

Llegue a la oficina y empecé a buscar… redes sociales, etiquetas, página, ubicación. Se veía interesante.

Le pregunté a una de las chicas que trabajaba conmigo, más chica que yo, y que vivía por la zona, que tal el lugar.

– Está bueno, es chiquito, es cheto pero tiene onda… ¿Por?

Claaaaro… hasta a ella, que no me conocía mucho le pareció raro que yo, justamente yo… sea la que preguntara. En eso se dieron vuelta mis compañeras con cara de “en que andas”. Sonreí y dije:

– Podríamos ir y ver qué onda.

– No puede ser, dijo Paula. Yo, hasta que no lo vea, no lo creo.

– Vamos este viernes. Dije

– ¡Vamos!, me desafió Juli

Era obvio, yo quería ir porque él iba ahí, y quería “crear la casualidad”.  Eso fue un lunes. Tipo miércoles le escribo al nene (a quien todavía no conocía) y le cuento, que las chicas estaban hinchando para salir, y como no salgo nuca dije: bue… vamos, también le dije que querían ir a zeta,

– Vos que vas, ¿qué onda el lugar? Le pregunté, y contestó lo mismo que me habían dicho antes.

– Bueno, vamos el viernes… en una de esas te encuentro (guiño).

Y me entró el pánico de la minita  que hace dos décadas no sale. ¿Qué me pongo?Me puse a ver fotos del lugar, a ver que tenían puesto las chicas que salían y les conté a mis cómplices de locura que la idea era encontrarme al nene y que quería estar divina sin parecer una trola, pero tampoco tan santa… Dos días viendo que me iban a poner, mis botas, el vestido de Pau, probándome ropa de Juli. ¿Rulos? ¿Planchita? Llegó el viernes y nos llevamos la ropa a la oficina, hicimos la previa ahí mismo, mientras hacíamos chapería y pinturay nos fuimos.

¡Que nervios! ¿Por qué me sentía así? Boluda grandota ya… tanto lío por nene de 19 años. Llegamos temprano, todavía se podía caminar adentro. Fuimos a buscar algo para tomar y nos quedamos las tres cerca de la puerta. Y lo vi entrar. ¡Dios!¿Cómo les explico? Vieron como cuando en una publicidad, de repente entra el lindo en cámara lenta… bueno así. Tal cual. ¡Era altísimo! Yo, con botas, si quiera alcanzaba su boca. Por lo tanto, obvio… no me vio.

Él iba para un lado, y yo lo veía pasar, lo perdía, lo volvía a ver, lo perdía. Hasta que fui y lo busqué. Que ganas de comerle la boca, y ponerlo contra la pared. Después de la nota que me había hecho escribir, quería recrear mis escenas, no me importaba si la escenografía no era la misma.

Sonreímos, nos saludamos.  Era tal cual lo había imaginado, pero más ancho de hombros. Un abrazo suyo y me perdería en su cuerpo. Me presentó al hermano, y nos alejamos un poco del resto.

– Sos mucho más linda de lo que te imaginé. Sos perfecta me decía,  y me miraba de arriba abajo, el pelo, la cara, el escote, me agarraba de la cintura y miraba mis piernas… hacía una mueca y movía la cabeza como diciendo que no.  Mientras yo me mordía los labios, ya húmeda de la adrenalina que me generaba la situación de tener que aguantarme las ganas de dejarlo sin aire. Bailábamos cada vez más cerca, los roces eran cada vez más evidentes, rozábamos nuestras bocas…

– ¿Vamos afuera? Le pregunté (siiii, típica histerisqueada de minita que se hace la interesante). Pero él tenía mucha carita de nene, me iba a comer el abuso. Iban a decir: -mira esa vieja, ¡se está comiendo un pebete! Nos fumamos un pucho en el patio, me presentó un amigo. Nos quedamos ahí un rato los tres y volvimos a entrar.

Ya era pasada la hora y no me iba a ir asi no más. Besaba muy lindo… tan suave. Me puso contra la pared, tocaba mi cintura, se acercaba a mis pechos. Yo ya estaba lista hacía una nota atrás. Fuimos al guarda ropas y a buscar un taxi. Juli ya se había ido y Paula… ¡ni idea!, andaba con unos amigos que se había encontrado.

– Te acompaño hasta tu casa, me dijo. (Seeeepaaapeeee decía yo por dentro.)

– Bueno, como quieras; respondí.

Mientras íbamos en el taxi, mandó un mensaje para avisar en su casa que se quedaba en lo de un amigo. Pagué y bajamos. En las escaleras ya me puse ansiosa, entramos a mi departamento.

Me sacó la cartera, lo agarré de la cintura, y el colocó una mano en mi nuca y la otra en mi espalda  y me empezó a besar; movía mi cabeza para donde él quería. Camino a la habitación, subió su mano desde el muslo hasta la cola, levantándome el vestido. Puso mi espalda contra el marco de la puerta, abriendo mis piernas y colocando una que rodeaba su cadera, se apoyó sobre la mía; dejando sentir lo que había traído para mí… Yo me dejé fluir…pasé de la idea de enseñarle, a las ganas de que me mostrara qué sabía hacer.

Estaba entregadísima.

Empecé a buscar la cintura de su pantalón para sacar el cinto y me dijo: – shhshh… vos no. Déjame a mí… Me mató con eso. Se sacó la remera, el cinturón y desprendió el botón del jeans. Yo lo miraba atenta, ¡era tan grandote! Hermoso… perfecto… lo quería todo encima mío.

Nos comimos a besos de esos que te derriten la ropa, perdí la noción de los segundos en un instante de caricias. Me había sacado el vestido, quedando en corpiño, hilo de bombacha mojada y las botas puestas. Me levantó y rodeé con mis piernas su cintura, mientras el desprendía mi corpiño. Lo sacó…Me admiró y dijo: sos hermosa. Hizo con mis tetas lo que quiso, desde besarlas hasta morderlas y dejarme su sabor… cuanto fuego tenía esa lengua.

Me tiró sobre la cama, y tomó mis botas para sacarlas, una vez hecho me levantó del brazo para ponerme nuevamente de pié. El suelo reveló la altura, quedé muy chiquita al lado de él, y volvió a decirlo: “sos hermosa”. Me giró e hizo que apoyara mis palmas sobre la cama, se agachó conmigo, besaba mis curvas, apretaba mis pechos turgentes y se detuvo cuando llegó a la bombacha. Separó mis piernas y corrió con un dedo mi mojado cuarto de tela, dedo que sólo, se hundía en ese abismo de deseos. Y yo ardía de placer.

Se bajó todo junto, ni vi de qué color era el bóxer que traía,  me bajó la bombacha y cuando llegó a mis tobillos levanté mi pié, para poder abrirme como quería y que nada me molestara. Y sin dejar que lo probara, y sin tanta previa pero con una calentura que empañaba el vidrio de la ventana que teníamos cerca, la metió… la sacó, corrió su polera hacia atrás y la volvió a meter esta vez deseando llegar más allá de lo que mi cuerpo le permitiera. La diferencia de alturas hacía que yo me pusiera en puntas de pié y aun así esa pija me quedaba muy arriba, lo que hacía que su cabeza ejerciera presión en mi cola por dentro, mezcla de molestia y placer, de placer y lujuria, de lujuria y avaricia. Quería más. Quería todo.

Con su pija adentro y jugando a no sacarla, levantó mi pierna derecha y puso mi rodilla sobre la cama, y así y con mejor visión me siguió entrando. Que placer, que perfección de pija desde esos huevos que se desplazaron hacia abajo buscando la temperatura justa, colgando en el ángulo perfecto que los hacia rebotar en esa liebre hambrienta que era mi concha. (Me violento escribiendo el recuerdo de esa noche, y siento como empiezo a hincharme otra vez. Como quisiera que estuvieras acá mientras te escribo). Era perfecto su tronco, diámetro y largo tallados por el mismo Miguel Ángel. Y esa cabeza, lamento no haberla podido saborear. Esa noche.

Me colocó en la cama, yo seguía de espaldas a él y él seguía jugando a las perspectivas con mi cola. Me separó los cachetes, y me empezó a coger cucharita, así,  bien apretadito. Me lo hacía con una fuerza tal, que en 25 años jamás me habían rebotado así las tetas. Lo disfruté como nunca, sin contar que esos seis años que nos separaban, le dio el aroma que se seduce y tienta a cualquiera de pecar. No pude evitar tocarme mientras disfrutaba, soy autodidacta de mi misma, y no lo hacía porque me faltara algo, sino por el solo morbo de que él me viera. Yo empecé con los espasmos y el calor que anuncian la llegada del orgasmo, que hacen que apriete con mis paredes ese trozo de carne que se abría paso dentro mío. Él lo notó y no pudo evitar excitarse aun más, y en un apretón de tetas, un gemido y una sacudida involuntaria de mi cuerpo, acabé en mi mano. Mientras el la sacaba y me dibujaba un Picasso con su leche tibia.

Después de unos segundos, despintamos el cuadro y desarmamos las sabanas para armar una cama que tendría a dos personas que soñaban despierta una escena que volvería a ocurrir.

La luna de invierno, aún nos miraba desafiándonos.

Ésa, era solo la entrada.