/Una historia ardiente entre los 19 de él y mis 25

Una historia ardiente entre los 19 de él y mis 25

“Cerré mis ojos y lo vi, pequeño como él solo, de ojos libres como el cielo y sonrisa de espuma de mar… Encantador y encantado, Sumiso y mandatario… Valiente y Frágil…

¿Cómo podía yo verme envuelta en tal cosa? Corriendo el riesgo de regalarle una decepción que tal vez lo acompañe toda su vida, conociendo la extrema y factible posibilidad de romper su corazón.

Ella con sus veinti… tantos, él que aún no cumplía sus veinte… Jugaban a seducirse con palabras, imaginando que un día todo fuera real.

Él la imaginaba perfecta…

Ella quería encontrarle defectos…

Él solo quería un beso…

Ella… ella quería dos.”

¿Cómo se empiezan a narrar las historias que aún no comienzan? Historias de sujetos tácitos, palabras e imaginación…

Lo conocí en internet, él iba a ser quien bañara a mi perra, coordinamos para que me diera un turno, y quedó en responder. El sábado de esa semana, comenzamos a hablarnos.

Era educado, dulce, muy dulce. Decía cosas hermosas y era muy atento. Dudé de su edad. Era obvio por su foto que era más chico que yo, tal vez tres años… Me saque la duda, y le pregunté.

Tenía 19 años, y yo 25… tal vez si yo fuera el hombre estaría genial… él seria la bebota y yo el papi… pero en mi situación ¿qué éramos? Tampoco tenía una idea sobre qué piensan los hombres a la hora de estar con una chica más grande.

Al principio eran mensajes del tipo buen día, ¿qué haces?, laburando, ¿qué estudias?, hasta que empezás a escribir detalles tales como, “a mí me encanta cocinar, hago unas supremas al fernet buenísimas” y vos que estas podrida de la comida de oficina, que las hamburguesas, que las viandas, que la vegetariana y qué se yo, te mató que con 19 años cocinara. O mensajes como “me estoy saliendo de bañar, por ponerme crema”, para que te responda un obvio:”me encantaría estar ahí…” ¡Malvina! ¡Vos sos la adulta! ¿Qué haces histeriqueando con un pendejo?… pero este chico tenia las palabras justas, decía todo lo que yo quería escuchar y daba muchos detalles como a mí me gusta.

Un viernes a la noche, me quedé sola en la oficina, y nos empezamos a escribir… la conversación se subió de tono… me empezó a dar calor y a sentir un cosquilleo entre mis piernas cuando el demoraba en responder. Así que empecé a tocarme. Este pendejo me calentaba, y no me importaba tener que enseñarle, lo podía amoldar a mis gustos y eso me excitaba.

Coloqué mi campera abierta en la silla, porque era de tela y no quería mancharla, me bajé el pantalón de gabardina negro hasta debajo de las rodillas, de manera tal que pudiera abrir mis piernas. No le dije a él, lo que estaba haciendo. Comencé a tocarme despacito por encima de la bombacha… podía sentir el calor en mi mano… podía sentir como comenzaba a hincharse…

Mientras él me decía que iba a besarme el cuello y bajar hasta mis pechos para besarlos, y que su lengua iba a moverse en forma circular, mis manos ya se movían solas. Con una mano me apretaba las tetas, levantando el corpiño y por debajo de la polera blanca que tenia puesta, y la otra ya estaba tocando toda mi humedad jugando entre mis labios… cerré mis ojos.

Me estaba excitando mucho. Pare. Le pedí que parara. Esto no estaba bien. ¡Yo era seis años más grande! Pero me calentaba tanto que dije: “ya fue, si la vamos a cagar, la hacemos bien, venga con mami”.

Le pase la dirección de mi trabajo que estaba a diez o quince minutos, en auto de su casa, le pidió el auto a la madre, le dijo que ya volvía, y salió.

Mientras yo me puse un poco mas cómoda, ordené un poco el lugar, junté papeles que sabía que el lunes me iba a odiar por haberlos mezclado, me solté el pelo, me saque la polera, y me dejé el culote puesto, quería que él me lo sacara con los dientes, como me había dicho por mensaje… me cuestioné ¿qué estoy haciendo? ¿Y si justo viene alguien? … pero no duró mucho la duda, estaba con muchas ganas de hacer las cosas mal.

Sonó el portero. Le abro. Tenía la música bajita en la compu, así que pude escuchar cuando el ascensor se detuvo en mi piso, dejé la puerta entre abierta para que distinguiera rápido cuál era la oficina tres. Y lo conocí… Era la primera vez que lo veía. Mas o menos un metro ochenta, ancho de espaldas, cuerpo que se notaba gimnasio o deporte… ¡Bellísimo! Y yo con mi metro sesenta no me sentía la más grande…

Lo mire y sonreímos, creo que se puso un poco nervioso… así que tomé la iniciativa. Lo senté donde había puesto mi campera y me senté sobre él, sentí que bajo la tela de ese pantalón de gimnasia había algo increíble para mí. Puse mis pechos bien cerca de su cara, que luego tome para darle un beso del que jamás se iba a olvidar. Empezó a sacarse la campera, y él solo se sacó la remera.. Baje mi beso por su cuello, sus hombros, salí de sus piernas, haciendo mi cola hacia atrás, y arqueando la espalda, para darle el marco perfecto a mi cola. Él me acariciaba, entre tímido y cuidadoso.

Mis besos siguieron bajando, yo ya quería darle placer, saber qué había ahí para mi…

Me coloque en la silla detrás de él, le acaricié el torso y bajé mis manos mientras le besaba el cuello y pasaba mi lengua cerca de su oreja… levanté el elástico del pantalón… y directamente metí la mano hasta bien abajo y saque todo, lo agarré desde los huevos y puse todo fuera del pantalón, no hay cosa que me excite más que sentir los huevos tocándome el culo, y estaba segura, mirando todo eso, que eso, era justamente lo que quería.

Me coloqué delante suyo, y dándole la espalda me saqué la bombacha… caminé dos pasos hacia atrás y me senté sobre sus piernas, sin meterla y le tome las manos. Le indique que quería que tocara mis pechos. Los tocaba delicadamente, los acariciaba, era tan dulce… y la otra mano la puse directamente en mi sexo para que sintiera lo húmeda que estaba, a la vez que lo retaba al tono de: mirá lo que haces.

Me levanté un poco, le agarré eso que se veía más que apetecible… hice que la punta paseara bien por toda la zona húmeda… Solo la punta… bajaba a penas, y volvía a subir, hice lo mismo dos veces, y a la tercera ya pude sentir su presión hacia abajo.

Bajé sin pensar, de una y fue un gemido al unísono, el tomando mi cintura, mirando toda mi espalda y yo sentada sobre el haciendo movimientos circulares. Ya quería más… Quería todo. Me empecé a volver loca y los movimientos se violentaban cada vez más…

De repente escuché: “¡Ay salite!”.

Abrí mis ojos, era mi compañera de oficina que quería entrar al baño y yo estaba impidiendo que llegara.

Ahí medí cuenta que este pendejo me hacía escribir e imaginar las cosas más sucias que podría hacerle. Definitivamente quería conocerlo.

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