/Una mendocina en Buenos Aires: Diálogos sexuales

Una mendocina en Buenos Aires: Diálogos sexuales

Estaba en la barra de un bar en San Telmo y me puse a charlar con una mujer de unos 46 años. Un cuerpo bellísimo para la edad, buenas lolas, cintura perfecta, pelo corto negro a lo Cardonne en su mejor momento y una mirada muy linda. Estaba esperando a alguien mientras tomaba una copa de Diamant.

– ¿Malbec? pregunté.

– Siempre. ¿No sos de acá cierto?

– No, vengo de Mendoza. Hace unos días que llegué.

Se hizo un silencio en el que cada una miró su bebida. Lo interrumpió preguntando:

– ¿Y qué buscas en Buenos Aires?

– Vine por trabajo. ¿Usted es de acá?

– No te lo permito, tratame de vos, que a penas tengo 25 años… en cuerpo que miente, obvio.

Sonreí. Me encantó la seguridad con la que hablaba de ella misma. y siguió:

– Bueno… en historias debo tener unos más – haciendo una mueca cómplice.

– Mmm el que solo se ríe, de sus picardías se acuerda – le dije.

– Uff… picardías sería poco, si te contara mirá… estaríamos toda la noche.

– Soy Mina, tengo hasta que cierren – Ahh, moría por escucharla.

– Mis amantes me decían “La dama de Traje”. Vos podes decirme Cecilia – Giró la banqueta alta en la que estaba y quedamos un poco mas cercanas, tomó un sorbo de su vino y empezó – Buenos Aires tiene mucho para mostrarte, para enseñarte… cosas buenas y no tanto, como en todos lados. Vos ya tenés la capacidad de elegir. Yo a tu edad, ya había elegido, no quería perderme nada, quería conocer gente, viajar, enamorarme y desenamorarme, probar lo dulce y lo salado, los distintos grados de alcohol y las fases de las lunas.

– ¿Las lunas?

– Si querida, las lunas. La he pasado tan bien que más de una vez vi varias en una sola noche. ¿alguna vez tuviste sexo en un avión?

– No – de hecho nunca me había subido a uno.

– ¿Y en un colectivo de larga distancia?

– Nou…

– ¿Ni en el baño de un restaurant?

– Nooo ¿y si entra alguien?

– ¡Sorry por el que entre! ¡ay nena! que bueno que llegaste a la ciudad, acá te vas a hacer de historias. Hace un tiempo salía con un bailarín de tango, Martiniano. Estábamos cenando en un restaurant y ya estaban por cerrar, solo quedábamos nosotros. Lo llamo al mozo, lo miro fijo y le digo: “Discúlpeme, ¿con quién tengo que hablar para que cierren el lugar para nosotros?” haciendo un ademán hacia mi hombre seguí, “quiero hacerle el amor sobre la mesa”. La cara de horror del mozo fue épica, y la de Martiniano ni te cuento. Nunca más fuimos a ese lugar, él se murió de la vergüenza.

Me acuerdo de un día que fuimos a cenar con unas amigas: Carina y La negra; una tiene unos ojazos azules, rubia divina y la otra un cuerpo esculpido, una cola impresionante ¡imaginate! ¿qué hacía yo ahí? perfil re bajo. Cuestión que estábamos terminando de cenar, pedimos la cuenta y el mozo dice: “lo suyo está pago, invitación del joven de allá”. Yo creí que se había confundido de mujer, pero no, era para mí… 23 años, era el dueño del lugar.

– ¿El dueño?

– Si, acá en Buenos Aires es re común, si les va bien a los 30 ya tienen 3 locales. Mauro se llamaba… yo tenía 41. Nos cansamos de hacerlo en el baño de ese lugar… y después con el primo – risas – tenía 27.

– Pero ¿los dos juntos? o sea ¿los tres?

– No, por separado. Un día estaban los dos en el bar y yo una lady, miraba para abajo. Otro chiquito que me acuerdo fue Edu. Él 28 y yo 40. En cuarenta años jamás me habían hecho la cola, hasta que apareció. ¡que dominio por favor! Ni cuenta me daba.

– ¿Por el tamaño?

– No, por la técnica. Era un genio – Pausa y sorbo de vino con mirada de nostalgia – Los chiquitos tenían lo suyo, pero Josi… Josi me llevaba 25 años. Hoy tiene 70, todavía tenemos nuestros encuentros, es un Mick Jagger. Era un hombre serio, y yo era lo disparatado en su vida. Te estoy hablando de hace unos diez años más o menos, íbamos en el auto y yo le decía: ¡Pará acá! Pará acá!. Se estaciona en la orilla y me dice: ¿qué pasó Cecilia?, y yo me sentaba encima suyo y me lo comía a besos. “¡Cecilia! ¡Estoy teniendo una erección!” Me decía – Risas – De tamaño venía muy bien, era muy estructurado y tradicional… pero se dejaba enseñar.

Pero vos nena… vos tenés que hacerlo de paradita en un ascensor. Los ascensores que compartíamos con Martiano eran los mejores. En el último asiento de un colectivo de larga distancia… con Martiniano viajábamos juntos y nos hacíamos una escapadita para atrás. Yo me sentaba en su falda, dándole la espalda y él me tomaba por la cintura. Me veía, no me veía, me veía, no me veía… la pasábamos muy bien.

Se sirve una segunda copa y suspira con sus ojos, claramente Martiniano no había sido un hombre más.

– Una vez, me acuerdo, lo vestí de mujer – risas – le puse un corpiño blanco, una tanga, portaligas y medias. Le dije: Martu, ponete remera y pantalón. Nos vamos a un telo. Si las habrá sufrido ese bailarín conmigo.

Mi manera de seducir siempre fue muy sutil. Yo siempre soy ojitos, y él me decía: «¡Cecilia, mirá para abajo!». Un día, habíamos ido al teatro a ver a un colega de él, el flaco era un monumento al buen gusto, muy parecido a Baryshnikov, de joven. Se acerca después de la presentación, se saludan, Martu lo felicita pero el tipo ¡no paraba de seducirme! Yo tenía un collar que tenía un círculo hueco de marfil, que me había regalado Josi; en eso el bailarín me hace así – acerca su mano y toca el colgante que yo tenía puesto.

– ¡Ay, te tocó!

– ¡No! ¿qué me tocó?, me dijo: “¡que linda argolla!”

– Nooooo, ¡no te puedo creer!

– ¿Y la del Narco? Uff… habíamos ido con la negra… esa negra mirá… compañera de andanzas, de tríos y cuartetos a un lugar que se llamaba Cuba con algo, no me acuerdo. Bailábamos bachata, salsa, chachachá y que se yo. Me trae el mozo un trago de parte de un negro, grandote, metro noventa, musculoso, ¡y a mi que me encantan los negros! La mesa del negro tenía Whiskys importados, rodeado de otros chongos buenísimos, y algunas mujerones. Al ratito desaparecen las mujeres, quedan ellos que eran entre cinco y ocho, se sube al escenario el interesado y hasta me dedica un tema. Me empieza a decir que él tenía que viajar, que iba y volvía, que lo acompañara. “Vamos, hago dos o tres cositas que tengo que hacer y nos pasamos el día en la playa, te vas a quedar directamente en mi casa, nada de hotel”. Cuando voy para el baño, se me acerca el dueño del lugar y me dice “Señora ¿el señor está con usted?”, “No”, dije yo, “recién lo conozco”. “Le pido por favor, tenga mucho cuidado,él es uno de mis mejores clientes pero es un reconocido narco colombiano”. Me las arreglé como pude y me fui… nunca volví del baño.

Igual lo más erótico que me pasó, fue lo de la venezolana…

– ¿Qué pasó con la venezolana? – le dije ya completamente perdida en sus palabras.

– Yo estaba en un café y se me acerca una mujer – la venezolana – y me dice: “te estamos mirando con mi marido y nos pareces preciosa. Nos gustaría tener una historia con vos”. Me pasa una servilleta escrita y dice “ésta es la dirección del hotel donde nos estamos quedando”.

– Pero ¿era un café de esos donde uno va a buscar esas situaciones? o …

– No, no… un café normal. Es muy común eso acá, y a vos te va a pasar todo el tiempo. ¿te digo? la pasé muy bien ¡que belleza esa mujer! la cola era perfecta, redonda, impresionante. Su piel era dorada, muy linda y unos rulos chiquititos que le daban un marco perfecto a su bello rostro… y sus pechos, el tamaño perfecto. ¿Alguna vez estuviste con una mujer?

– Si, he estado.

– ¿Y qué fue lo primero que te llamó la atención?

– La suavidad de la piel de sus pechos, no se por qué, pero fue lo que más me gustó.

– Si, tocar una teta por primera vez es lo más.

Se nos acercó un hombre alto de traje azul, nos saludó muy amablemente. Pagó lo de ambas y le tendió la mano para que se bajara de la banqueta.

– Mina, fue un placer conocerte. Ojalá tengamos un próximo encuentro,tengo mucho más para contar. Deseo que mi ciudad te trate como vos quieras ser tratada.

Bajó de su asiento luciendo unos bellos zapatos de tango. Se despidió con un gesto amable, una mueca y una mirada que invitaba a una segunda charla, si esta bella ciudad nos volvía a juntar…