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Una noche a lo Cerati

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Me desperté con una mañana fría, cielo gris. El ambiente húmedo pintaba una poderosa tormenta. Eran los días en los que nos gustaba vernos, nosotros éramos esos días. Agustín tenía franco y casualmente yo tenía el día libre. Nos juntamos a desayunar en un café escondido en una esquina céntrica poco habitual. Era nuestro rincón. A veces estábamos acompañados de señores mayores leyendo los diarios, los pocos fanáticos de papel que quedan en esta sociedad virtual. Otras veces veíamos gente en traje tomando un café con medialunas a la ligera,  a punto de irse a desperdiciar su vida en trabajos que no les gustan. Y por momentos, solo estábamos nosotros, en nuestra mesa número cuatro al lado de la ventana. Teníamos la compañía del mozo, y a su vez, dueño. Ya nos conocía, nos dejaba estar horas sentados en el mismo lugar sin molestarnos.
Dicen que la verdadera atracción es la intelectual. Cada día que pasaba, más nos atraíamos. Eran horas y horas hablando de los temas más insignificantes pero importantes. Había deseo, habían ganas de consumirse  cual cigarrillo: lento y al final, una inhalación extrema. Pero el momento no se concretaba, era una vil broma de las energías más oscuras hacernos tentar tanto. Nos despedimos con un beso en la comisura de la boca y seguimos con nuestros días.

Una noche, una sola noche bastó para cambiar nuestra rutina. Cambiar el desayuno por una cena. Pasó a buscarme por mi casa, por primera vez me subí a su auto. Prendió el estéreo y la música se encargó de lo suyo. La música, nuestra música.

Me miraba, y su mirada me incomodaba. Tenía esos ojos profundos a mi izquierda. Un nudo en mi estómago, sus manos en el volante. “Un señuelo, hay algo oculto en cada sensación, ella parece sospechar parece descubrir en mi debilidad (…) ella lo puede percibir, ya nada puede impedir en mi fragilidad (…) se abren mis esposas”. Semáforo en rojo, agarré su mano y le dije que vayamos a su casa. A lo sumo pedíamos delivery. Él se rió, conocía mi pasado y conoce mi presente. Sabe que esa es la señal para pasar una noche entre sábanas y no entre platos. “Nena, 19 son tus años y tu colección. Tienes tantos novios como novias a tenido Dios”. Cambió de rumbo. Estábamos en su casa.
Era un fanático del arte, me dio un recorrido sobre los cuadros de su hogar. Algunos pintados por él y otros comprados. Nos paramos justo en frente de uno particular, era una imagen algo borrosa. Daba a entender un hombre con brazos largos enrollando la cintura de una figura humana, mujer. Tomó mi cadera, me sedujo y me besó. Cerré mis ojos y dejé sentir la suavidad de su boca. Su aliento a menta y sus labios carnosos. Al fin, tantas tentaciones consumadas en aquel fogoso beso. Prendió la tele y conectó su pen drive.
– Vamos a seguir con nuestra música, el auto me dejó deseando más.- dijo mientras buscaba la playlist bajo el nombre “Especial”
-(risas tímidas) Ya tenías preparada esta situación Agus. Una vez más estamos conectados, como siempre.

Tomó mis manos y me dirigió a su habitación. “Esto es una bomba de tiempo nena, lo mismo que nos une hoy nos desintegra. En la escenografía de la espera una chispa de más y así es como el incendio empieza… el incendio empieza”. Me abrazó como en la pintura, sus brazos se enrollaron en mi cintura. Me apoyó contra la puerta del placard y nos besamos. Mucho tiempo. Sentía su boca suave bajar por mi cuello,halagar mi perfume. Sus manos de a poco subieron y se enredaron en mi cabeza. Yo apoyé mis palmas en su cara. Entre mis dedos quedaron sus orejas.

Eran besos, simples besos pero calientes. Necesitábamos esa chispa detonante. Opté por girar y dejarlo a mi merced. Mis palmas se deslizaron de su cara a su pecho. Jugaba con su ropa. Bajé hasta la entrepierna y rozaba mis uñas sobre aquel pantalón. “Voy a ser tu mayordomo y vos harás el rol de señora bien, o puedo ser tu violador. La imaginación esta noche todo lo puede (…) Estoy muriéndome de sed y es tu propia piel la que me hace sentir este infierno. Te llevaré hasta el extremo”. La situación se puso salvaje, me tomó de los rulos y me arrojó contra la cama. Parecía haber detonado esa chispa y prender su incendio. Se subió encima mío como una fiera ataca a su presa. Sus dientes estaban adheridos a mi cuello.

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“Ya ves mi transgresión es procurar tenerte. El cielo entiende de mi obsesión, está llegando a un límite (…) en un altar de sacrificios, solo meterme en tu ritual y descifrar tu enigma.” Le cantaba en sus oídos. Comenzamos a franelearnos aun con la ropa puesta. Podía sentir la cama mecerse, sus palpitaciones como las mías aumentaban. Estábamos quemándonos en ese incendio. Y como todo fuego, trae calor. La temperatura salía por nuestros poros. Él se desvistió primero. Tenía un lunar con forma de letra L en el hombro derecho. Era hermoso, él era hermoso.
“Tus ropas caen, lentamente, soy un espía un espectador (…) es como un desgaste, una necesidad, más que un deseo (…) no sientes miedo, sigues sonriendo, sé que te excita pensar hasta donde llegaré”. Sonaba mientras me desvestía. La luz estaba prendida, pocas veces sentí estos nervios ante la desnudez de unos ojos masculinos. Pero él era diferente, provocaba sensaciones que ni yo sabía que tenía.
“A veces tengo temor lo sé, a veces vergüenza. Sigo aguardando el temblor, en mi cuerpo (…) te besaré en el templo lo sé, será un buen momento”. Completamente desnudos nuestras pieles tenían la textura exacta de suavidad. Sus brazos varoniles apretaban los míos. Mis piernas se entrelazaban con las suyas. Me alzó sobre su estómago y me pidió besar sus hombros. Quería hacerlo lento, quería que nos disfrutemos. Teníamos toda la vida. “Me verás caer como un ave de presa sobre terrazas desiertas. Te desnudaré por las calles azules, me refugiaré antes que todos despierten… me dejarás dormir al amanecer, entre tus piernas”. Se sentó y yo quedé de vuelta a su merced. Mientras besaba su boca húmeda sentía como mi vulva hacía lo mismo. Estaba entrando en el trance que amo. “No jurábamos por nada más que arrancarnos la maleza de una vez (…) hey, te suplico estrellarme en vos, cocinarme como un Ícaro al sol”. Él sentía mis pezones duros en su pecho. Estábamos extasiados de más. Me dio vuelta acostándome boca arriba y él se inclinó hacia atrás. Sabía lo que venía.
Abrí mis piernas y mi, perfectamente depilada, cavidad quedó a su disposición. Su boca ya besada ingresó de lleno en mí. Actuaba como un pez. Más temperatura generaba, más húmeda me ponía. “En una gota cabe el universo, cuando arqueas el cuerpo y vengo a besar un profundo manantial (…) en este cuarto no hay gravedad, empiezas a temblar”. Subí mis piernas a sus hombros y le di total acceso a mi vulva. Sus dientes mordían mi clítoris de la manera más espectacular que haya sentido. Esa adrenalina de sentir que te saborean. La sangre subía a mi cuello y se centraba en mis orejas. Sentía calor, mucho calor. Sentía que iba a explotar. Con su lengua se encargó de consumir mi néctar y humedecer aún más aquellos labios.


Me arrodillé a un costado de la cama, no había podido observar con detenimiento su miembro. Ahora estaba completo ante mis ojos. En mi boca se formaba saliva deseosa de devorar aquel mástil. No aguanté más, lo ingresé mirándolo a los ojos. “Hipnotismos de un flagelo, dulce tan dulce, cuero piel y metal, carmín y charol (…) el más puro néctar, nada más dulce que el deseo en cadenas (…) no me sirven las palabras, gemir es mejor”. Debo agrandarme y decir que le practiqué el mejor sexo oral que había hecho en mi vida. Devoré cada centímetro de su tronco, llene de baba sus testículos. Él estaba flotando. Mis dientes mordieron muy suave su cabeza como degustando el platillo favorito. Llegó hasta el fondo de mi garganta y algunas arcadas salieron de mí. Pocos segundos bastó para acabar en mi angelical rostro. Como dijo la canción, el más puro néctar, dulce tan dulce.
“Cada uno es su propio delator, su propio infierno individual, ya tengo a mano mi interruptor, detonador artificial”. Nos volvimos a recostar en esa desordenada cama. Agustín se puso el preservativo y consumó el deseo de tantos desayunos vividos. Por primera vez mantuve contacto visual tiempo completo. No necesitaba mirar nada más, ya me había cautivado con su intelecto. Sus ojos eran las ventanas a él. Estaba excitada. Sus movimientos pélvicos provocaban leves temblores en mi vulva. Empezó a sonar la canción que más me gusta, esa canción que te genera piel de gallina. “Una eternidad espere este instante. Come de mí, come de mi carne. Tomate el tiempo de desmenuzarme. Entre caníbales. El veneno es dolor nena, y no lo sentirás hasta el fin. Mientras te muevas lento y jadees el nombre que mata”.
¡Dios! Estábamos quemando la casa, era fuego lo que salía, emanábamos mucha temperatura. La habitación ardía, la cama parecía ceniza. Aumentó la velocidad y su sexo penetraba mi sexo. Firme, duro. “Manchas en el techo. Bailando hasta cambiar la piel, sorbiendo esa posición salvaje. Afrodisiacos. Siento tu veneno en mi espalda. Bailando hasta cambiar mi piel”. Cerró sus ojos, y acabó.
Nos quedamos abrazados agarrados de la mano hablando sobre la vida. Había sido una noche perfecta, en todo sentido. Gustavo Cerati nos había sabido llevar a la perfección. Pero todavía no terminaba. Me ofreció continuar abrazados un rato más antes de mi partida y cantó en mi oído: “ya estás aquí y el paso que dimos es causa y efecto (…) ¡gracias por venir! Adorable puente se ha creado entre los dos.” Lo abracé con todas mis fuerzas y susurré: “me embriagué hasta el vacío con tu miel venenosa, fuiste mío y el hastío nos llevó al desengaño (…) suaves telas en el piso, una parte de la euforia y lo más resbaladizo”.

 

Gracias totales.

 

 

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