/31 días

31 días

Fue un mes a la espera del llamado. Habían pasado exactamente treinta y un días desde aquella noche que salia, con olor a frituras y los dedos arrugados como jubilado de tanto lavar platos, del trabajo. Cuando el teléfono me sobresaltó con su vibrador acompañado del tono de los Power Rangers.

Era mi hermano, me llamaba desde la comisaria para pedirme que lo acompañara porque había desaparecido el auto familiar.

—¿No te lo olvidaste otra vez en el estacionamiento, no?— dije a través del micrófono engrasado con olor a aritos de cebolla

—Ojala, pero no. Tres veces me fije antes de llamar a la policía para ver si lo había cambiado del lugar habitual, pero me acorde que lo dejé afuera de la playa— respondió.

No dude un segundo en acompañarlo en el perno que se estaba comiendo y fui con él.

Después llegó un mes de trámites burocráticos, cargado con una incertidumbre con rastro de felicidad por la espera de ganar algo con el seguro y cambiar el 147 por un chicunchento que nos hacía un poco menos chimbas.

Mantengo la manía de cambiar de ringtone mensualmente. Así como que mi vida tiene un soundtrack de mierda y esa vez le tocó a el tema de Mirtha Legrand.

El celular me cosquilleaba acompañado de un saxo que me incitaba al desnudo. Pero solo era una llamada nueva de un número desconocido.

—¿Hola Susana?— Nunca descarte la posibilidad de que sea Susana

—No pelotudo, Soy tu hermano. No me vas a creer.

—¿Qué pasó, encontraron el auto?

—No no te puedo contar por acá. Juntémonos en el centro que te tengo que mostrar algo.

—Bueno dejame que termine de cagar y salgo.

—Sí, te iba a preguntar por el eco.

Nos encontramos en la esquina de la UTN. Tras un saludo flojo como brazos de afiliado al Pami, me pidió que lo acompañara. Alrededor de los 5 minutos de deambular entre calles con acequias tapadas de hojas nos encontramos de frente con un par de policías. En exactamente el mismo lugar donde nos habían robado el auto.

—Emmm ¿señor Socotroco?—Uno de los policías con la cara como en miniatura de tanto tener cara de orto dió un paso hacia nosotros. Se agarraba el chaleco y cada vez que hablaba jugaba con sus dedos sueltos. Tenía una mirada torcida seguro de mirar de reojo.

—Socotroc, se dice el apellido— respondimos al unisono.

—Sisi, el supuesto robo del auto

—Si, a mí me lo robaron justo ahí— mientras mi hermano señalaba un lugar al costado de la calle donde había un 147 estacionado claramente a más de los treinta centímetros reglamentarios.

—¿Que hace el auto ahí?— Le pregunté obviamente con sorpresa.

—Es el auto—me contestó— Lo encontraron está mañana, ¿no me van a poner una multa, no?

El policía que no había hablado daba vueltas con pasos largos y caminaba raro, seguro alguna vez se comió una bala. Se agachó, toco el guardabarros de la rueda y entre los dedos apretó un pedazo de barro

—Esta tierra no es de acá— dijo mientras olía la mano.

Era fascinante que sacará conclusiones solo con el tacto.— Tiene rastros de caca de yaguareté.— y se limpio los dedos en el pantalón dejando un manchón más de varios que coleccionaba al parecer.

—¿Como lo encontraron?

—Estábamos dando una ronda, vimos un 147 estacionado muy mal y cuando le fuimos a hacer la multa, pum, mi compañero en la central me dice: Felicidades, le acaban de cagar el cobro de seguro a un joven que le habían robado el auto— Argumentó el policía enfrente mío.

—Entonces, ¿nos lo llevamos? Está todo solucionado, gracias—Le saque las llaves de la mano a mi hermano al mismo tiempo en el que el policía me contestaba.

—No, todavía faltan hacer pericias.

—Pero si el auto está ahí, ¿de que me hablas?

—Los llamamos para que corroboren el estado el auto, de ahí nosotros nos encargamos de ver si en verdad fue un robo— nos miró intercalando los ojos bizcos entre nosotros.

—¿Donde le sustrajeron el rodado?—preguntoó el policía que rondaba el auto.

—y… acá mismo— les respondió mi hermano.

Entre ellos se intercambiaron miradas, o mirada tomando en cuenta que un policía tenia el catalejo descalibrado. Y no encajaban los pares de ojos.

—Entonces eso termina de confirmar mis suposiciones—Dijo el oficial que estuvo analizando el auto desde el otro lado de la acequia.

Y tras unos cinco segundos de esperar que le preguntaran cual era su teoría pero ninguno de los tres lo había hecho relató.

Pongamosle, Fulano y Mengano. No sé sus nombres reales, pero seguro sería alguno del ámbito, como Brian, Kevin, Néstor… no va al caso. Fulano, un tipo joven con una mala racha en la vida pero en definitiva por su culpa. Paso de laburo en laburo, subiendo y bajando de mozo a delivery y de delivery a panfleteroby ya no sabe qué hacer. Mengano lo duplica en años, dueño de la serenidad que tienen los más carenciados ante los problemas de la vida. Suele decirle “anda a cagar” a todo lo que no le guste y siempre por tomar el camino más fácil se creyó mejor que los demás.

Entre ellos se conocen, uno tiene fama que la exhibe como si fuese un título feudal. Soy Mengano del pabellón tres, dueño de lo ajeno, manejador de un Camaro choreado por cinco minutos, dueño del récord de personas apuñaladas al mismo tiempo, que fueron seis y todavía nadie entiende como. Por el otro lado, Fulano es dueño de nada, porque nada consiguió y nada pudo tener y la moto que consiguió se la embargó Nevada por deudas. Entre ellos tienen algún vínculo, diría que alguna hermana de alguna prima o quizás algún romance homosexual.

La cuestión es que se reunieron esa tarde, de esas que la oscuridad te encuentra desprevenido, una oportunidad que no se repite todos los días. Su excusa fue a ayudar a Fulano que quería empezar a ganarse la vida por no decir robarse la vida. Para empezar, probaron con la mochila de una estudiante que pasaba. Lograron sustraerle la billetera con 15 pesos, y cartelitos acumulados de su novio. Bien para un primer intento. Después se enfocaron en un auto chico que no llamara la atención. El 147 tenía un aura con un cartel que decía robame, «auto de mierda aquí» y procedieron a robarlo. Mengano le explicó el procedimiento para abrir la puerta y desactivó la alarma.

—Proba vos ahora—le dijo.

Fulano lo intentó varias veces, con la ganzua cómo le habían explicado hasta que sintió un tic, la felicitación fue una palmada en las nalgas, bastante dudoso.

Se subieron a su botín, Fulano al volante y con bastante nerviosismo le preguntó

—Y….¿Ahora?—

—Vamoslon’ a la mierda— contestó mengano con una sonrisa en la que dejaba al descubierto una dentadura blanca y negra como las teclas de un piano.

Entre chispazo y chispazo del cable verde y rojo con líneas amarillas que habían pelado con las uñas, lo siguió el ronroneo del auto en marcha que necesitaba una rectificación a gritos.

Apretó el embrague el cual tenía juego porque la primera no entraba. El auto se movió lentamente hacia una nueva vida.

Entrada la media hora de viaje mengano observaba a fulano concentrado en la ruta. Tenía un aire llanero, le busco los ojos que estaban perdidos entre línea y línea del asfalto.

—Quiero que me rompas el culo—le soltó su arma secreta.

Fulano le respondió con una risa torcida, es lo que siempre le atrajo de él. No tenía filtro, estaba hecho a medida y por dentro se alegró de escaparse con su mentor.

—¿Qué pasa? Nunca te negaste a romperme el orto al costado del camino— Era una práctica común entre ellos. Su modus era irse por el camino de tierra y no es redundante.

—No sé si quiero esto para nosotros— dijo Fulano mientras observaba a su pareja. Le gustaba como le quedaba esa remera de Gimnasia y Esgrima gastada, la adornaba manchas de chimi y desprendía olor a humo de algo que prefería creer que era asado—Te soy sincero, ¿que nos espera? ¿Escaparnos de la policía día y noche, vivir presos de no saber si nos agarran al otro día?—

Mengano lo entendía, pero es lo único que había hecho en su vida, su placer rozaba la cleptomanía. Por otra parte Fulano lo había alejado de todo eso. Era feliz como homo con dos colas. Ojalá hubiese sido difícil pero por amor del de verdad, como se tienen estos individuos, incluso del que lo expresan por atrás, elegir cambiar por el otro es fácil.

Tomo una bocanada de aire grande y soltó.

—Sabes que me encantaría viajar montado en el pijamovil hasta encontrar nuestro destino juntos— miró el horizonte.

Lo que sigue a continuación es una sucesión de imágenes hollywoodenses de fotografías bailando en la pantalla con walking on sunshine de fondo con Fulano y Mengano visitando lugares y abriendo su homosexualidad al mundo. Una foto que pasa se los ve entrando al terror aventura en Guaymallén. Después le sigue otra fotografía metiendo sus caras para parecer Mafalda y Felipe en una playa de mar del plata. Las cataratas de Iguazú al fondo con la pareja dándose un beso de esos que generan miradas de desaprobación gay. Una que le sigue es una de Mengano posando como que se roba una mandarina y fulano le pega con diversión.

La próxima desentonando las demás se los ve pelados, vistiendo una toga naranja. En la seguidilla vemos otra foto que llega al centro de la pantalla y están en una comunidad hindú en potrerillos. Con el Aconcagua atrás y un sticker de un cóndor que dice shalalalalom.

—Y así llegamos al día de hoy. Obviamente hablamos de putas suposiciones.— decía el policía lleno de barro mientras se metía un beldent de uva con satisfacción en la boca haciendo un ruido totalmente grosero.

—A mi me suena a una suposición media pelotuda, sin ánimos de ofender—le dije un poco molesto de haber esperado una hora mientras fantaseaba con unos homosexuales.—de hecho deberíamos ver si no hay un fiambre o algo así en el baúl, me parece. Los tres cruzaron miradas y se acercaron al baúl. Sin ningún tipo de profesionalismo por parte de los policías mi hermano encajo la llave y con un temblor dió media vuelta a la perilla.

El metal se zafó un centímetro y encajo el dedo inseguro. Soltó un olor desagradable, era dulce y como viejo, corroboré que era el policía con la boca media abierta al lado mío con el chicle hediondo a punto de caerse al piso.

El baúl lo abrieron y lo que había adentro fue la razón de la que escribí está nota.

Aprendí a nunca dejar de confiar en un policía lleno de mierda…

Había un cartel rosado que rezaba «Gracias, y que kreshna los bendiga por darnos está oportunidad. Fuli y Mengui»

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