La burocracia es una máquina gigantesca manejada por pigmeos.
Honoré de Balzac
A Clarita la he visto solamente cinco veces en mi vida, no más de diez minutos en cada ocasión y al final de cada encuentro me despide con un inexorable No, no son las normas de la empresa.
A mi vez alego, muy amable y cortés, que las reglas están cumplidas, pero es infructuoso; yo ya he salido de su ángulo de percepción, me alejo de su órbita como un cometa errante.
El irresoluto No, no son las normas de la empresa me empuja hasta la calle y me obliga a arreglar lo arreglado una vez más.
Cuando voy saliendo de la empresa me doy cuenta de que todos los que caemos bajo las pezuñas de Clarita terminamos de la misma forma, sin respuestas y con la impotencia de un condenado a muerte inocente. El señor de camisa beige, que ella atendió antes que a mí, está sentado en el cordón de la calle, con la mirada perdida en el vacío como un náufrago esperando al barco que lo rescate y que nunca llegará.
Unos peces dorados, rojos y azules fluorescentes miran al hombre mientras nadan por el cemento caliente de la acera.
Clarita se peina con los dedos sus rulos teñidos y eléctricos. Su cuerpo paquidérmico hace crujir la silla giratoria que la sostiene a duras penas y me susurra gritando No, no son las normas de la empresa… No, no son las normas de la empresa – creo que en ese preciso momento tiene un orgasmo flácido y cochambroso.
Por mi parte le comunico que construí y renové; hice el tendido eléctrico nuevo, repuse cables, caños, llaves interruptoras, enchufes; armé reactores nucleares, colisionadores de partículas y otras cosas cuyo uso y función desconozco. A pesar de todo eso me encuentro con el No, no son las normas de la empresa salido de la boca de cráter de Clarita.
Imagino que ella vive en una casa común y corriente, con demasiados gatos que la odian y complotan para su muerte, quieren que parezca un accidente. Clarita tiene una jaula con un pájaro indefinido que canta pidiendo auxilio y que está dispuesto a ayudar a los felinos. Clarita tiene cientos de macetas con flores provenientes de todas partes del mundo que sólo le duran un día, se le secan porque la detestan. Clarita tiene su hogar impoluto, con asepsia de hospital privado. Tiene un TV enorme en el cual ve películas de terror, borracha y llena de pastillas de diferentes índoles. Clarita nunca pudo tener un perro por más de dos días, es inevitable que sea atacada por éste. Clarita llora su soledad todos los domingos mientras se masturba (con su vulva seca) con una foto de su padre. Clarita odia al mundo y es aborrecida por éste.
Clarita hija de puta…
A los pocos días vuelvo una vez más, saco mi turno y me siento entre el ganado humano con todo el papelerío que afirma que hice los cambios necesarios.
Hace exactamente treinta y ocho minutos que espero, ahora son treinta y nueve… Espero y espero, el tiempo no transcurre, está quieto como gotas de mercurio en el espacio.
Quedan dos números para que me atiendan, hay cinco personas para que me reciban el proyecto, pero el azar o el destino o vaya a saber qué me lleva al cubículo de Clarita. Siempre pasa lo mismo, invariablemente caigo en sus fauces ponzoñosas, es como si existiese un plan pergeñado por un dios aburrido, miles de millones de años antes, para que eso ocurra.
Unos buenos días necesarios y austeros y me siento frente a ella, indefenso y furioso. Sus labios pintados con rojo mate son exorbitantemente pequeños, una palabra no puede salir por esa cavidad, se tiene que contorsionar para escapar al éter, convertirse en sonido y luego en fonema.
Pongo todas las pruebas de que se efectuaron los arreglos necesarios para que se aprueben los papeles, no falta nada; todo está como corresponde, como se me ha pedido.
Clarita se coloca los lentes, sus ojos vacuos y vacunos se agrandan por el aumento del cristal. Con una mirada seria lee, revisa, coteja y, por último, toma una determinación. Alega, con una autoridad de almirante, que según un inciso creado en el año 1970, el reglamento dice que la obra debe tener otras mejoras y algunos cambios.
Con una sonrisa certera, acalambrada y fantasmagórica escupe su dictamen,
No, no cumple las normas de la empresa.
-Clarita hija de puta- pienso.
No, no cumple las normas de la empresa.
-Clarita hija de puta- balbuceo.
No, no cumple las normas de la empresa.
-Clarita hija de puta- grito.
Como un leopardo transparente salto sobre ella y la tomo de los rulos.
Comienzo a golpear su cara contra el teclado de la computadora.
El escritorio empieza a teñirse de rojo. Escucho la carne romperse, un grito ahogado, el tabique quebrarse y a un pómulo ajarse.
Una lluvia roja de líquido vital vuela por el sitio, como una bandada de mariposas moribundas.
Los huesos rotos sobresalen de la piel, son como flores blancas en una pradera de grasa.
Le explota un ojo.
Un molar cae entre las letras H y G, por los golpes termina entre Alt Gr y el tabulador; luego cae al piso y rebota en éste como si fuese de hule.
Nadie nos presta atención, todo el vértigo de gente yendo y viniendo continua como si nada. El mundo sigue dando vueltas. El universo, en apariencia, sigue expandiéndose.
Sigo golpeando con todas mis fuerzas.
El lugar está pringoso de sangre, gritos y de mi sudor.
Me falta el aire pero una fuerza desconocida y justiciera me obliga a seguir.
Su carne se raja, se le ven los músculos faciales, su frente está morada y por el hueco ocular se le escurre un poco de masa encefálica.
Me doy cuenta de que estoy riendo a carcajadas.
Agotado dejo caer su cabeza sobre la mesa.
Me siento victorioso.
Me descubro en el reflejo de un cristal, parezco un animal rabioso, feliz y satisfecho.
A pesar del ruido ambiente el silencio es atroz, sólo escucho mi respiración el estertor de la mujer.
Entonces Clarita, en un susurro inaudible como el viento entre el tráfico, me dice…No, no cumple las normas de la empresa.
Luego escupe un diente y un pedacito de su lengua.
Creo que me sonríe.
Clarita hija de puta.