/A Yemina le gusta ir a la cancha

A Yemina le gusta ir a la cancha

«¡Dale Campeóooo! ¡Dale Campeóooo!» surge desde su interior hasta su garganta, expulsado por entre los dientes y entonado por esa voz grave y rasposa que la caracteriza, y que tantas veces provoca confusión sobre su sexo quien no la conoce. Es que Yemina es un poco diferente a las demás. “Especial” diría su madre, “una aberración al buen gusto” afirman el resto de los mortales.

Aferrada al alambrado celebra el ascenso al Argentino B de su primer y único amor, Huracán Las Heras. Y no es la posición ocupada en la popular algo casual. Yemina Vallejos, “El Yeti” para sus conocidos, disfrutó toda la vida el situarse pegada al vallado que divide tribuna y campo de juego. Fue siempre una diversión para ella el salivar a los jugadores rivales que ejecutaban los tiros de esquina, y una sensación excitante el poder seguir el ritmo del juego a metros del césped.

Y lo del tema amoroso no es joda. Más allá de que su figura no es un monumento a la sensualidad ni por asomo y mucho menos un atractivo para un hombre que se precie de serlo, su falta de (más bien nula) actividad en lo que a cuestiones del corazón se refiere, fue una decisión personal que adoptó de niña. Aunque ésta elección no se debe a su timidez (lejos está de serlo) o a un odio irracional al sexo masculino (gasta la mayor parte de su tiempo entre varones), simplemente nunca fue de su interés enamorarse. «Eso es para las turras», repite con convicción.

Hija de un padre machista y autoritario, y hermana de cuatro hombres, Yemina no tuvo gran variedad de opciones a la hora de sobrellevar su vida. Así fue que paulatinamente fue acostumbrándose y adoptando como normal para una chica, actividades como la mecánica, traslado de cargas de peso, peleas callejeras con otros niños, escupir superando la barrera de los cinco metros de largo, eructar en la mesa, masticar con la boca abierta, mear parada y fanatizarse con el fútbol.

Su madre, mujer sumisa y de pocas palabras por obligación; sólo una vez se animó a discrepar con su marido y fue tal la golpiza que recibió, que tuvo que reducir su vocabulario a tres frases: “a comer”, “sí mi amor” y “perdón”, (aunque su venganza es un lindo affaire con el verdulero), nunca pudo hacer nada para modificar esta situación. Si alguna vez se atrevía a darle un consejo a su hija, ésta le respondía con una patada y con un “cerrá el orto, vieja pelotuda”. La primera reacción de este tipo, sucedió a los dos años de haber nacido. Así es que, como en gran parte de su vida, terminó aceptando que se estaba criando un monstruo y, como buena madre, a amarla sin prejuicios.

Es de entender entonces, que Yemina creció como un varoncito más. Es tan poco femenina, que su período menstrual aparece una vez cada diez meses. Y le viene todo de un solo tirón, nada de andar con la pelotudez por cinco ó seis días. Eso sí, nadie envidia la suerte del pobre ser (humano, animal, planta, inanimado, o lo que sea) que posea la desgracia de cruzarse con ella en ese momentoa. Nunca se comprobó, pero existen fundadas sospechas de que Yemina fuese la responsable del homicidio de “Pichicho”, conocido can de su vecina Rosa, quien apareciese desgarrado y amputados sus miembros, a metros del jardín de la casa de la “Iemy”.

Su experiencia escolar fue mínima, principio y fin coincidieron el primer día de jardincito. Transcurridos 15 minutos de iniciada la clase, Yemina ya había insultado a la maestra 7 veces, escupido a tres compañeras, robado una cantidad de útiles suficientes como para abrir una librería y golpeado sin piedad a un compañero; quien se había burlado del color de su guardapolvo (verde, a diferencia del rosa que usaban las otras nenas). Fue un milagro que el niño esquivara la muerte, aunque el esfuerzo de los médicos no pudo evitar que tuviera que enfrentar el resto de su vida en estado vegetativo. En definitiva, Yemina fue expulsada sin posibilidad de retorno al mundo educativo.

Las drogas nunca llamaron su atención, «eso es para los cagones», afirma con desprecio. Nunca se tomó ni una Bayaspirina para el dolor de cabeza, ni siquiera un café para mantenerse despierta. «Las que las tenemos bien puestas, nos bancamos lo que venga y como venga»». Hay que ponerle el pecho a lo que te toque. No me banco a los putos que se pichicatean para no hacerle frente a la realidá. Mariconazos del orto». Lo que sí hace por gusto y no niega es que escavia como nadie. Pero nunca se puso en pedo, ni cuando se chupó una botella de litro de Fernet pura por una apuesta con sus hermanos, a fondo blanco. Y eso que venía ingiriendo alcohol desde temprano. Aunque luego de ese episodio le agarró una cagadera histórica, que si la caca fuera un alimento nutritivo, con lo que cagó ese día se acababan los problemas de hambre en el planeta entero.

Pero su gran debilidad y por lo único que se derrite es por ir a la cancha a ver a  su amado Globito Lasherino. Fue ahí donde tuvo su primer orgasmo, producto de un gol sobre la hora en un partido definitivo por la Liga Mendocina. Los pibes de “La número 1”, barra brava del globo, la respetan más que al Papa. No existe macho alguno capaz de decirle una guarangada, ni siquiera que tiene desatados los cordones. En la Popu es intocable y tiene “free pass” para hacer y decir lo que se le dé la gana. Pero este respeto lo ganó durante años a fuerza de piñaderas y enfrentamientos a tipos realmente duros. Y siempre salió victoriosa, casi sin despeinarse.

La historia de su primera vez en la cancha es muy particular. Fue un amor a primera vista. Tenía 8 años y sus hermanos decidieron llevarla asegurando que ya estaba lista. Y eso era un error, Yemina estuvo lista desde el momento en que salió del útero, pesando 5,4 kg. Ni bien ingresó a la tribuna y se encontró con ese ambiente especial y místico que existe en los escalones de cemento, se quebró por vez primera y única en su vida. Pero no era el suyo un llanto de tristeza, más bien era de emoción. Ver a su alrededor a tanto macho “en cuero” insultando, cantando, saltando y chupando, ilusionados y expectantes con lo que sucedía dentro del campo de juego; era el paraíso. Y nunca más se despegó.

«¡Dale Campeóooo! ¡Dale Campeóooo!» repite incansablemente. Y se la ve exaltada, feliz como nunca antes. Y salta, grita, putea a la nada. Y en su afán por correr a festejar con los jugadores, tropieza y cae sobre Miguel, un “pibe bien” que vive a tres casas de ella. Todos callan y observan la situación e imaginan el desenlace, Miguelito sólo cierra los ojos y espera que la golpiza no sea tan dura. Yemina se levanta con odio y lo ve, lo ve como nunca lo hizo con nadie. Lo ve tan indefenso y frágil que, instintivamente lo besa en la boca. Inmediatamente después se levanta y le propina un cross de izquierda al mentón del pobre muchacho que yacía en el piso sorprendido por lo que había pasado, dejándolo inconsciente.

A Yemina le gusta ir a la cancha, y hacer cosas de hombres también. Pero, por lo menos, hoy demostró que siempre será mujer.

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