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Aconcagua, dos cumbres y una montaña

Verano en Mendoza es igual a calzarte las chancletas y meter las patas en alguna pileta, arroyo, río o dique. Asimismo, buscaba opciones para mis vacaciones, teniendo en claro que mi destino final sería Mar del Plata, Reñaca o Camboriú, fernet, pisco o caipiriña, playa y mar.

Voy a la agencia de viajes de mi amigo Juan Antonio -en espera de propuestas- comienzo a mirar un folleto de una excursión en Alta Montaña. Algo llama mi atención en la foto del catálogo, un cóndor en vuelo roza con sus alas las dos cumbres del Aconcagua, sigo observando y desenfoco mi vista, empiezo a notar dos caras que miran al cielo y salen desde la cima en dirección oblicua hacia los faldeos, a la izquierda una mujer y a la derecha un hombre. En eso llega mi amigo…

– ¿Foto trucada? lo digo por el cóndor, aunque denoto dos caras.

– Sí, es una foto imposible y está inspirada en una leyenda huarpe, si una persona visualiza el hecho se le develarán los secretos de la creación o del fin del mundo, no recuerdo bien cuál. ¿Dos caras? Mmmm, no las alcanzo a ver.

De las tres propuestas opto por Reñaca, quería algo distinto y no tan trillado, me refiero a una playa tranquila con poca gente para alejarme por unos días de la rutina diaria, tenía en claro que allí no me encontraría con parientes, amigos, vecinos o conocidos; contraté el paquete combi executive y apart hotel – one star/nothing inclusive.

Partimos bien temprano, me senté al fondo a la derecha del lado de la ventanilla; a partir de ahí comencé a mirar el paisaje, un auricular llena mis oídos de música andina y “el cóndor pasa” fue lo último que escuché, me hice amigo de varios bostezos y al reino de los sueños me entregué.

Despierto en una curva pronunciada y miro para todos lados, pensé que habíamos llegado, pero no. Me incorporé por sobre el respaldo de los asientos de adelante, la mayoría de los pasajeros dormían y algún que otro le regalaba su mirada al horizonte. Me acerco al chofer para pedirle que pare, y bajar a estirar las piernas por unos instantes.

Apunado, cansado y desubicado como telegrama de despido en el Día del Trabajador, descendí algunos escalones, miré hacia los costados y luego elevé la vista al frente, antes mis ojos… su Majestad el gran Aconcagua. Comencé a observar la montaña con la intención de visualizar las dos caras que había visto en el folleto, para mi sorpresa, se notaban mucho más claras que en la foto.

Entretanto y como es usual, aparece un cóndor y comienza a dar vueltas por encima de mí; empiezo a mirarlo y me doy cuenta que me observa, deja de volar en círculos y sigue su derrotero al Aconcagua; cada cien metros que avanza, gira en círculos y me mira, luego sigue hacia adelante y toma altura, poco antes de llegar a la cima hace un último giro y rodea la montaña.

Al toque recuerdo el folleto de mi amigo y la foto imposible, de una agarro la cámara y apunto el lente a las dos cumbres del Aconcagua, es evidente que va a pasar por entre ellas y las va a rozar con sus alas, estoy a un clic de sacar la foto más alucinante de la historia mendocina.

El cóndor sigue dando vueltas alrededor de la cima, gira – gira – gira, qué raro… a partir que tomé la cámara es como que quedó a la espera, tal vez o quizás, es un mensaje, no lo sé. Dejo la cámara en el suelo y elevo mis brazos al cielo, en clara señal que mis manos están vacías y así quiero que las vea.

Gira en círculos y asiente con la cabeza, veo que se eleva para entrar por detrás y lo impensado está por ocurrir, extiende sus alas a más no dar y en mi perspectiva a lo lejos, veo que roza ambas cumbres del Aconcagua. Entrelazo mis brazos, es la única señal que le puedo enviar, un abrazo a la distancia a tan noble y querido animal.

Siento un movimiento brutal en la tierra… desaparece la combi, la ruta y el río Mendoza, el sol cae y no veo la luna, millones de estrellas giran en dirección opuesta a la rotación de la Tierra; no sé si retrocedo o avanzo en el tiempo; la tierra se traga al Aconcagua y la cordillera de los Andes, los ríos y mares se evaporan, se desintegra el planeta y las galaxias. Vuelvo al principio de la creación o voy hacia el juicio final.

Estoy solo y silente, suspendido en el universo y sostenido por la eternidad. Viene a mi memoria la leyenda huarpe, en eso… creo escuchar una explosión, pero no, es una discusión muy fuerte, por mi experiencia esto va de mal en peor; siento nombres y puedo identificarlos, de un lado están “el ocaso y la noche” y en el otro “el alba y la madrugada”.

Frente a mi… rayos de pasión y centellas de placer, truenos de dolor y llantos al nacer, son engendrados la Luna por los primeros y de los segundos el Sol; en la concepción nace la vida y en el nacimiento florece el amor. Familias enfrentadas, el cóndor es el mensajero, no se hablan por odio y rencor.

El Sol y la Luna en secreto se amaban, después del amor nacían sus hijos, y para no ser descubiertos por sus progenitores, en el universo como planetas y estrellas los resguardaban. El ocaso y la noche se enteraban, y por comentarios de un eclipse, el alba y la madrugada lo confirmaban.

Sentimientos encontrados se generaban y de su llanto los mares se llenaban, por un lado sus hijos les fallaban y por el otro sus descendientes al cielo iluminaban. Al amanecer los procesaban, al atardecer los sentenciaban… su cárcel el Aconcagua, uno en cada cumbre y los dos juntos la gran montaña formaban.

– Ehhh… flaco, ni bajas ni subís, te quedaste obnubilado mirando el Aconcagua.

– Ufff… disculpá, me pareció ver un cóndor que lo sobrevolaba y pasaba en medio de sus dos cumbres.

– Uhhh… sería un evento único e irrepetible en la vida de un ser humano, no lo creo posible; aunque, nadie sabe muy bien por qué dos cumbres y una montaña. Te cuento que los lugareños tienen un refrán respecto del Valle, dicen que es el jardín del edén y bla bla… si mal no recuerdo dice más o menos así:

“Si ves al gran cóndor andino alimentando su vuelo en los cielos mendocinos y al desplegar sus alas ves que acaricia las dos cumbres de su Majestad el gran Aconcagua, regresa a tu hogar y dile a tu Confesor: Si el paraíso existe… ya sé que en él estuve; Si el paraíso no existe… ya sé en dónde encontrarlo”.

Escrito por Mauro Jaja para la sección:

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