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Adolescencia for ever

Antiguamente (no hace tanto, en realidad) la adolescencia duraba entre los 13 y los 18 años, más o menos como el secundario, de allí se pasaba a ser joven, luego adulto y por último, viejito.

¿Pero, qué sucede hoy? Los niños empiezan su adolescencia precozmente, cada vez antes. Quieren salir, tener bailes, tener novias, tener Facebook, ver tele hasta tarde, irse de viaje de egresados a los 12, etc, etc.

La adolescencia es una época en parte pesada, sos un pendejo choto que no sabe bien quién es, qué quiere, no tiene libertad para algunas cosas y tiene demasiada para otras. Detestás tus obligaciones, cualquier tipo de reglas, querés romper el molde que tu familia te impone y no sabés cómo. Por el otro lado, se te permite de algún modo que te mandes un moco tras otro, que estés en la edad del pavo, que experimentes cosas nuevas, que estés todo el día cansado de no hacer nada, que todo te chupe un huevo, que sólo pienses en tu ombliguito. Tus padres te soportan esperando que algún día se te pase, es más, te lo intentan hacer lo más cómodo posible, no te quieren lanzar al vacío al grito de “hágase hombre” como  les pasó a ellos; quizás en ese afán se les va la mano y uno llega a los 20 tan cómodo, tan cómodo, que no tiene ni planes de salir de ese estado de autosatisfacción constante.

Algunos chicos por su realidad económica, social, familiar o sentimental deben salir rápidamente de ese útero contenedor que es la familia complaciente. Se hacen hombres/mujeres a los golpes, probablemente le pifien al principio y no la pasen bien, pero el hombre ya es hombre y no puede volverse atrás. Y no tiene otra que modificar el rumbo y darle para adelante.

Pero queda el otro (más grueso) grupo. Puede que estudien o que tengan un laburito que le pague las salidas… o que se debatan entre ambas cosas (y no hagan ninguna). Llegan a casa de no hacer nada, o de hacer poco, y descansan. Tienen todo resuelto, todo comprado, todo asegurado. No se encargan de las boletas que llegan, ni de cerrar todo antes de dormir, ni de la comida, ni de las compras, ni del auto, ni de su ropa, ni de nadie que esté enfermo, ni de nada que esté roto, nunca les enseñaron ni quisieron aprender. Siguen teniendo como horizonte su ombligo. Sólo se preocupan por ellos, lo que tienen ganas de hacer, lo que quisieran tener y no tienen, la boludez que le comprarán al auto, la minita/el vaguito que se encararán en el boliche y el verso barato que le harán o se dejarán hacer para obtener lo máximo posible. Así el tiempo pasa… 25 años: “¡Todavía soy un pibe! Nada de enamorarme, ni de casarme, ni de engancharme en un trabajo definitivo, ni apurarme para terminar la facu. Mi viejo/a a esta edad ya estaba casado o por casarse y ya tenía ese trabajo con el que se jubiló, y muy contento no debe estar porque me dice: nene, dale, aprovechá, salí y divertite…!” Con 25 se te abren otras puertas, fiestas más interesantes, mujeres más experimentadas que no se preocupan por perder su virginidad, (hombres que no se preocupan por que no seas virgen), vacaciones desenfrenadas. ¡Ya sos un hombrecito/mujercita y nadie te puede decir que no tenés edad para hacer lo que se te ocurra! 28…29 años: A esta edad es muy raro que alguno siga sin un trabajo serio (y también muy raro que se tome algo en serio que no sea su trabajo). Con suerte ya se despiertan solitos, si no mamá los despierta con un besito. “¡Todavía tengo mucho por vivir! Irme a Perú, México, EE. UU, experimentar con ácido, comprar mi primer 0km, ir a todos los recitales/partidos que pueda, masters en el exterior, o bien terminar la facu… cuando pueda”

Y sí amigos míos, la vida está llena de cosas fantásticas para descubrir, y cosas divertidísimas para hacer. Si nuestro plan es hacerlas “todaaaas”, puede que lleguemos a los 35 y todavía nos queden varias en mente, sobre todo porque casi todas incluyen plata y el trabajo es uno solo, todavía no terminamos la carrera o la abandonamos o hace poco nos recibimos y no da el fruto esperado.

Esto nos deja en los 40 (o cerca), donde los varoncitos ya empiezan a sentir la necesidad de tener una compañera, “nada tampoco tan serio porque yo soy un alma libre, no me puedo atar a nadie”. Quizá a los 45 ya estén listos para formalizar. En total, estaríamos ante una adolescencia de más de treinta años de duración… y digo adolescencia por el grado de inmadurez, inmediatez y egoísmo que conlleva esa etapa. Y no digo egoísmo porque no quieran formar pareja (es signo de salud poder estar solo), lo digo porque absolutamente nadie alrededor despierta su interés: ni sus padres, ni sus hermanos, ni sus abuelos, ni sus amigos/as (si no es para la joda), más allá de la visita obligatoria para no quedar mal; o si necesitan algo de esas personas.

Es una realidad, a la que nos vemos todos tentados de sumarnos. No es fácil salir de la casa de los padres y mantenerse solo, hay que renunciar al auto, al teléfono, a internet y a Direct-TV, a tener la heladera siempre llena, a tener la casa calentita en invierno y fresquita en verano. A veces hay que privarse de salir, y plata para vacaciones… ¡¡¡ni soñando!!! Por lo menos al principio. Se suman millones de obligaciones “para qué, si acá estás bien” dice mamá. La postura paternal de que están felices (o resignados) con sus  eternos adolescentes tampoco facilita en nada el irse. La situación económica actual tampoco.

Pero la vida es una sola, y lo que no hiciste a los veinte o a los treinta no lo vas a poder hacer (o lo vas a hacer para el culo) a los cuarenta o los cincuenta. Tus viejos a tu edad ya tenían su vida encaminada, aunque no haya sido perfecta, fueron construyendo el hogar y la familia que tienen, y empezaron a pagar su jubilación a los 25. Comprar una casa de barrio no era una utopía (por ahí sí viajar fuera del país), lo normal era recibirse y casarse y tener hijos entre los 20 y los 35. La edad en la que ahora somos todos unos locos bárbaros, libres como el sol cuando amanece, sin ataduras o con las menos posibles, con planes bastante egoístas, y a corto plazo.

En el caso de las mujeres, el tema del reloj biológico nos empieza a hacer ruido mucho antes de lo que quisiéramos. Pero es implacable, y lo sabemos. De nada sirven los adelantos tecnológicos, los tratamientos de fertilidad y las cesáreas programadas. Quedar embarazada a los 25 o a los 35 es tan distinto como llevar en la panza un chihuahua o un San Bernardo. El cuerpo ya no te rinde igual, hay peligro de hipertensión, hematomas, desprendimiento de placenta, hiperglucemia, Síndrome de Down, y el estrés que una se carga a esa altura de la vida nos ha sensibilizado el organismo al máximo. Y lo peor: a esa edad ya se tiene plena conciencia de lo que implica tener un hijo, con todos los miedos, inseguridades y cuidados innecesarios y exagerados que eso trae aparejado. Un horror. Por eso empezamos como a los 28, en general, a pensar en la posibilidad de tener hijos… pero nos encontramos con una resistencia generalizada al compromiso, que sumado a las pocas ganas nuestras de comprometernos, nos pone en una encrucijada bastante jodida entre ser o no ser madres, porque una vez pasada cierta edad (que va en cada una) ya no hay vuelta atrás…  Cuál sería la solución: ¿agarrar a algunos de estos jovatos de 45 que tienen ganas de sentar cabeza? ¿O resignarse a no tener hijos? ¿Hacer la gran Madonna? ¿Alquilar un vientre, como hacen en EEUU? ¿O mejor hacer esas ideas a un lado, y no hacerse problemas (actitud adolescente)? Solemos optar por esta última… En los países “desarrollados” donde la tasa de natalidad es muy baja, tener hijos no es para cualquiera, y viajar en el subte con un niño es peor visto que viajar con un perro. Cada uno vive para sí mismo, y para lo que puede consumir. Las parejas son efímeras, y los padres y hermanos quedan en otros países, o en otras ciudades. Tener hijos allí es para gente que puede pagarse un tratamiento de fertilización, una casa en los suburbios, una niñera full time, un colegio carísimo… en fin, una cuestión de estatus. Para gente grande.

¿Qué estamos esperando para dejar la adolescencia y empezar a vivir en el mundo real? ¿Será el miedo al fracaso lo que nos hace pensarla tanto antes de decidir mudarnos, casarnos, tener hijos, iniciar una empresa, recibirnos? ¿Qué mensaje nos han dado las generaciones anteriores sobre ser adultos y lo que es triunfar o fracasar en la vida? ¿No nos queremos jugar por nada por miedo a que la elección no sea la correcta? Pero quedarse en el molde, ¿no es la manera más sencilla de fracasar?

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