Los albañiles son ese dolor de huevos que todos en algún momento tenemos que pasar. Ya sea hacerte una casa, refaccionar la que tenes, reparar alguna parte, ampliar una zona o todo lo anterior aplicado a la industria o el comercio, tarde o temprano, alguna vez, te tenes que cruzar con estos particulares personajes.
¡Ojo!… no todos los albañiles son el mismísimo infierno, hay algunos que son serios, respetables, cumplidores y formales. Si te toca uno de esos, aférrate a él y “miralo como Cerati mira al flaco”, no pierdas el contacto y agasájalo con un buen asado, porque no hay muchos.
Ahora hablemos del resto… no sé, ¿el 90%? ¿el 95%?… en fin, la gran mayoría. Estos tipos parece que padecen de complejo abandónico, pero no me refiero una condición de comportamiento o psicológica que resulta principalmente de la pérdida de uno o ambos padres, o abuso sexual (porque acá el único abusado es siempre el que los contrata), sino por su tendencia natural a abandonar las obras en las que, pagado el monto acordado, se les fueron los tiempos y no la terminaron.
Como si fuese algo cotidiano, normal y una sana costumbre, a los tipos le pagas todo y te dejan la obra a medio terminar. Ahí comienzan los “termino otra changuita y vuelvo”, “no puedo ir a trabajar gratis”, “me hizo hacer más cosas que lo acordado”, “eso no estaba en los planes” y sencillamente la desconexión sideral: no te atienden más el teléfono.
Además, por alguna extraña razón, nadie nunca sabe dónde concha viven sus albañiles. Parece que los tipos nacen de un repollo, viven en aluna nube efímera, y aparecen a la mañana a construir como por arte de magia, yéndose llenos de polvo y cansados al atardecer, para esfumarse en el éter.
Partiendo de la base que sus herramientas las cuidan como vos cuidas una lata vacía de arvejas, andá haciéndote una idea en cómo te van a tratar la grifería que compraste o los cerámicos rectangulares. En el medio están las bolsas de cemento desparramadas, cantidades industriales de arena que se mezcla con ripio y ya no sirve más, los codos, acoples, “te”, roscas, juntas, chicotes, manijas, llaves y cuanto chiquillaje que se va a perder, y los cientos de materiales desperdiciados o mal utilizados. “Don Quispe, le dije que la malla era para cubrir las placas y que no se hagan fisuras, ¿porqué no la colocó?”. Según el señor, “es lo mismo y le llevaba mucho tiempo”. Dos días después tenes el Cañón del Colorado en la pared. “Juan ¿me taparon las bolsas de cemento?”… esa noche llovió te quedaron ocho bolsas como roca. “Roberto… ¿está a nivel esa carpeta?” y se te fueron el doble de bolsas de pegamento de porcelanato, más caro que el petróleo. “Mire Mamaní que me parece que la pendiente no está bien marcada” y luego de la primer lluvia se te inunda el catre. O, peor aún, el que te hace comprar de más y luego no te sirve para nada… “Claudio… ¿qué hago con los 700 ladrillos que me hiciste comprar de más?”, “Don Ceferino… ¿todo ese hierro que se está oxidando a la intemperie lo va a usar para algo?”, “Díaz… ¿aquellas losas las van a poner en algún lado?” Ni hablar de las cajas de piso, los caños y los litros de líquidos inútiles que te van a quedar.
Muchas veces sucede una peregrinación lenta y constante de materiales tuyos desde tu obra a hogar ajeno. Un día desaparece una bolsita de cal, otro día un paquete de caños, la semana que viene una cajita de cerámicos, otro día unos rollos de cable. Y lo que sobra… ¡eso no es más tuyo querido!
Finalmente los particulares días y horarios de trabajo… los lunes les tenes que rogar a la Pacha Mama porque te mande por lo menos a dos de la cuadrilla, para que no se, al menos martillen un clavo y se te pase la furia. Muchos arrancan a las 10, cortan a las 12, almuerzan y se tiran un ratito a dormir la siesta hasta las 16 y se van a las 18 porque “ya se pone de noche y no se puede trabajar”, mientras el sol te parte la córnea al medio y los ves alejarse con el esfuerzo de 4 horas sobre sus espaldas… y un agujero gigante en tu economía.
En fin… tenes que armarte de paciencia, ser muy claro al principio y aunque ellos no quieran escribir todo lo que hay que hacer en un papel y hacérselo firmar al capataz, seguirlos de cerca, ser justo con los desembolsos de dinero, pero implacable cuando no te cumplen, porque un día que les pagues de más, es fija que te la ponen, tiene la costumbre de hacerte sentir como un “explotador” y ellos “te están haciendo el favor de terminar”, cuando vos elegiste el servicio que ellos te ofrecieron, acordaste un precio y un plazo y son ellos los que no cumplieron.
Por eso, si los tipos te cumplen, se agradecido, haceles varios asados, recomendalos entre todos tus contactos y no llames a otros, porque los buenos albañiles (y no me refiero a la capacidad laboral, sino a la moral) son excepciones.