/Asesíname

Asesíname

Era una noche como cualquiera. Mismo grupo de amigas, mismo lugar para hacer la previa, mismos temas de conversación, misma rutina: pruebas infinitas de peinados, de maquillaje, de ropa… siempre para terminar saliendo todas con lo que ya sabíamos y siempre usamos. Una cosa cambiaba esa noche: el destino.

-Che, ¿y si nos vamos para San Martín Sur hoy? –dijo Meli entre copas.

-Naaaa… ¡ya habíamos quedado en ir a Chacras… Odio que me cambien los planes! –responde, como siempre, indignada Cele- además, ya quedé con el Colo de vernos allá… ¡no sean hijas de puta!

-¡A mí me pinta! –comentó al voleo Maru.

Entre discusiones, ganó la mayoría, y esa noche estaríamos moviendo jamones por Chacras.

Llegamos al boliche, directo al guardarropa, seguimos para la barra y terminamos en un costado de la pista, entrando en onda.

-¡Malísimo… está lleno de pendejos! –se escucha entre todo el bullicio la voz de Cele quejándose.

-¡Ponele onda, querida! – responde Guada – ¿y vos Pili… qué onda que no bailas?

-Nada… estoy tranqui… lo mismo, no sé… nada, nada… -respondo simplemente así, y sigo en la mía, relojeando un poco el lugar, y coincidiendo totalmente con Cele.

En un momento, siento a Pitu, mi hermana, diciendo “¡ay no, no!”, a la par de que escucho por atrás mío “hoooola rubia hermosa”. Volteo para mirar. Mi cara de asombro, de “me salvaste la noche” y  de “la puta madre” que le puse fue increíble. El flaco atinó como a seguir viaje, y a pararse al mismo tiempo. Yo permanecí inmóvil y sonreí. Mi hermana seguía con sus “no, no, no”. Él empezó a acercarse a mí despacio, mientras yo le hacía a mi hermana la carita de “anda a cagar”.

-¡Qué loco encontrarte acá! –me dijo abrazándome.

-¡No, qué raro que vos estés acá!

-Vine de pedo, porque es el cumple de un amigo y dijo que viniéramos, pero no suelo venir… ¡es una mierda este boliche!

-Te juro que yo tampoco iba a venir, porque, generalmente, los sábados vamos a Chacras.

-¿Entonces te sorprende haberme visto?

-¡Y, sí! Hace mil años que no te veía…

-El sábado pasado fui a Runner, pero no te vi.

-No, no voy nunca jamás a ese boliche… Esa vez que me viste también fue pura casualidad. Y hablando de eso… ¡estoy enojada con vos! – le dije con una cara de estúpida increíble.

-¿Por qué? – me responde con cara de “ya sé” y de duda a la vez.

-Porque esa vez te fuiste a la mierda sólo porque te dije que no me quería ir con vos.

-¡Y sí, malísimo, si te estuve jodiendo toda la noche y me sacaste cagando! ¿Para qué me iba a quedar?

-Pero te fuiste re enojado… ¡malísimo! Te dije que no podía.

-¿Cómo puedo hacer para verte después? Fuera del boliche, de la noche. Quiero verte bien, tranquilos…

La realidad era que ya habíamos cogido hacía dos años, pero esa noche que me lo encontré, no había querido irme con él porque algo me sonaba que no iba a ser buena idea. No hubo diferencia con ese momento, ya que una vez, comentándolo con mi gran amigo Fabi, que lo conocía, me contó que el chabón era un “asesino”. No le creí, pensé que sólo me estaba jodiendo un polvo, pero, a su vez, algo dentro de mí lo creía. Sabía que tenía antecedentes en la policía, pero nunca supe el motivo, ni recuerdo si lo pregunté o no quisieron contarme.

El caso es que el flaco me encantaba, y a la hora del sexo teníamos buena química. Es por esto que decidí hacer caso omiso a la información de mi amigo y me junté en la semana con él. Quizás suene loca, pero… me quería sacar la duda.

“No quiero que le cuentes a nadie que te vas a juntar conmigo… odio que sepan lo que voy a hacer” – fueron sus palabras en el mensaje de texto, en el que arreglábamos la salida. Otra vez algo en mí hizo alerta, pero la calentura era mayor, por lo que pensé: “debe ser pura coincidencia”, y salimos.

Venía con un fernet, una coca y una bolsa de hielo.

-Vamos a dar una vueltita por El Challao ¿querés? – me pregunta mientras ponía algo de música.

-Dale… me da lo mismo, vamos donde quieras.

Llegamos al lugar, nos acomodamos adentro del auto porque hacía un frío increíble afuera, agarró los vasos, preparó las bebidas, mientras yo encendía un cigarrillo.

-¿Por qué no te quisiste ir conmigo esa vez? – me pregunta entre sorbos y entrecerrando los ojos.

-Porque no sé… no podía… qué se yo, fue hace mucho… ¡no me jodas!

-¿Me tenés miedo? – y diciendo esto, se acercó hacia mí hasta quedar rozando nuestras narices.

-¡Ay, no, qué decís!

Mi corazón se aceleró. Él se acercó más a mí, rodeó mi cuello con una de sus manos y deslizó su lengua de sur a norte por mi boca. Con su otra mano, presionó una palanquita y el respaldar de mi asiento cayó súbitamente, dejándome semi-recostada y con la mitad de su cuerpo sobre el mío. Su mano seguía en mi cuello. Estaba segura que podía sentir, y hasta contar, las pulsaciones que tenía por segundo.

Parte de mí tenía miedo. Estábamos en un lugar donde no había más nadie. Otra parte, sentía intriga de la situación. Admito que mi entrepierna comenzó a segregar jugos y el calor comenzó a tener protagonismo, por sobre el frío del ambiente, en mi cuerpo.

-¡Cuántas veces me dejaste calentito guacha, eh… eso no se hace, porque después no sabes cómo puede reaccionar el otro cuando te vuelva a tener así!

Su cara de “ahora vas a ver” me ponía muy nerviosa, pero, insisto, la intriga era mayor. Me acomodé sobre el asiento, con ambas manos desprendí mi jean y lo deslicé por mis piernas, junto con mi bombacha negra. Tomé su mano que usaba para sostenerse en el respaldar de su asiento y la dirigí a mi sexo, que ya ardía de placer. Con mis dedos como guía a los suyos, recorría cada sector del interior de mis labios, hacía leves círculos sobre mi clítoris, duro como una piedra, y los humectaba con el líquido que despedía desde adentro.

-¿Ah, sí… y qué me vas a hacer vos? – le pregunto entre caliente y nerviosa por su próxima respuesta.

Dos de sus dedos se metieron dentro de mí sin previo aviso e intentaron que la palma los acompañe. Mis ojos se fruncieron por el espasmo y un leve dolor que el impacto me había provocado. Un gemido no se hizo esperar y completó la escena.

La mano que antes yacía en mi cuello, ahora estaba tirando mi pelo y mi nuca, guiándome hacia él.

-Vení para acá, putita…

El morbo se estaba apoderando enteramente de mí.

-¡Pará, pará! Vamos para atrás, que es más cómodo – le propuse alejándolo de mí y cruzándome para la parte trasera del vehículo. Sin lograr acomodarme, me sostiene de la cintura y me inclina hacia adelante, dejándome en 45°, a espaldas suyas.

Lo sentí salivar, y sospeché de qué se trataba. A esa altura, el morbo se había apoderado de mí al máximo. De pronto siento la cola húmeda, y sus dedos masajeándola.

-Despacio, Lucas, en serio te digo… – le pedí, casi a modo de súplica.

-¿Despacio? Te dije que no se deja caliente a otro, nena… te voy a matar… ¡te voy a matar, pendeja! – y metió su miembro en lo más profundo de mí.

Algunas lágrimas humedecieron mi rostro, muchos quejidos salían de mi boca, mis brazos aleteaban hacia atrás tratando de encontrarlo para pararlo. La realidad era que podía. Podía pararlo. Podía enderezarme y correrlo de donde estaba. Podía cortar con todo eso. Podía… pero simplemente… no quería. La realidad era que gozaba mucho de esa situación. Insisto, el morbo ya era parte importante de mí.

Sus manos apretaban mi cintura, golpeaban mis glúteos. Miles de obscenidades salían de su boca. Todas me calentaban.

Por mi parte no mostraba interés, pues todo cambiaría. Sin embargo, el momento del éxtasis llegó y me fue inevitable pedirle que acelere los movimientos y que fuera más rudo con ellos. El orgasmo no se hizo esperar y electrocutó todo mi cuerpo, desde los pies a la cabeza. Por la manera en que sus dedos se aferraron a mi cadera, deduje que el también había terminado, y lo corroboré cuando liberó un suspiro eterno.

Terminé de caer sobre el asiento de atrás y él se pasó también, cayendo, ambos, vencidos.

Tratando de recobrar el ritmo cardíaco y la respiración, comencé a reírme, y esa risa crecía aún más y más. Él, por supuesto, no entendía nada.

-¿Se puede saber que te causa tanta gracia?

No podía dejar de reírme. Tenía una única imagen en mi cabeza en ese momento.

-¡¿Me estás jodiendo… de qué te reís, boluda?! –dijo un tanto intrigado.

-Te juro que… jajaja… soy muy pelotuda, no me hagas caso.

-¡Ah, bueh! Decime, me pones nervioso – insistía.

-Nada, que al principio pensé que me querías matar.

Ahora el que rompía en risas y llantos era él.

-¡Ah, no! ¿Me estás jodiendo?

-¡No! Y pienso que no me equivoqué…

-¿Pensas que te voy a matar ahora? –preguntó con cara de “te diste cuenta”.

-No… pienso que ya lo hiciste, y que ahora es mi turno… 

(*)»Nota en un 50% real y 50% dudas – dedicada a mi amigo Fabián

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