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El celular complicó el levante

Hace tiempo que vengo dándole vueltas al tema, pero la imagen de portada terminó siendo la fuente de inspiración definitiva para esta nota, sobre como la tecnología afectó la comunicación con el sexo opuesto, tanto que sí siempre fue difícil ahora que uno podría pensar que es más fácil, tan fácil que prácticamente la cagó. En esta ocasión me centraré en nuestro apéndice tecnológico: el teléfono.

Teléfono fijo

Erase un vez, en un mundo no tan lejano, unos teléfonos grandes con un cable que existían en las casas. En las épocas de este aparato, sus usuarios eran seres muy valientes, no cualquiera llamaba a la casa de su enamorada.

Este tiempo era conocido también como el de “tirarse a la pileta”, expresión nunca mejor usada porque requería tener las pelotas bien puestas para llamar a la casa de la piba que te gustaba.

Si tenías suerte te atendía ella en persona, sino los dos se comían terrible asada, con una probable posterior gastada de toda la familia, si levantaba el manófono cualquier otro integrante de la misma. Si era hermano/a eras consciente de la tortura que ibas a recibir.

Esta encrucijada en que te ponía esta rudimentaria tecnología hacia que sólo llamaras si estabas muy convencido, si había agua en donde nadar sino el golpazo contra el fondo dejaría heridas con una larga recuperación.

Las conversaciones no eran demasiado largas, mayormente para acordar un lugar o saber algo puntual, y como no de vez en cuándo dedicar una canción. Todavía me acuerdo cuando me pusieron “Cosa más bella” de Eros Ramazzotti, el papelón más tierno de mi vida.

Se daban situaciones extrañas, había una amiga cuyo padre no quería que se pusiera de novio para que terminara de estudiar. Yo en mi espíritu de cupido tercermundista o boluda de los mandados, oficiaba de telefonista, el pibe me llamaba y yo a ella para que se quedará al lado del aparato, y se quedó tan cerca del mismo que al año nació una nena.

Esa conexión directa, ese cable que tan simbólicamente nos mantenía atados a la tierra hacia que no diéramos tantas vueltas y fuéramos directo a lo que queríamos.

Teléfono Móvil

Empecemos desde el principio cuando este aparatito, que hoy es apéndice nuestro, cobraba llamadas y mensajes. Coquetear con alguien, miren que manera paqueta de decirlo, era un absoluto presupuesto.

Si bien en un principio cada mensaje salía $0,10, una suma tan inverosímil que también significaba 8 Palitos de la Selva, cuando querías acordar te habías mandado 200 y reventado la tarjeta, si leyeron bien curretes, la tarjeta con todo el crédito de la semana.

Esto hacía que pidieras teléfonos prestados para contestar y quedar así como un completo desesperado, sin olvidar las veces que acortabas palabras para que te entre todo en 140 caracteres, probablemente el origen del debacle de nuestro idioma, sobre todo de la odiada “k” en vez de “¿Qué?”.

La clave de la cuestión es que así se eliminó una parte fundamental, los intermediarios, la comunicación se hizo directa, y con el WhatsApp absoluta e insoportablemente gratuita. Mi opinión completa del mismo ya lo manifesté en otra nota: WhatsApp: esta espantosa y tan necesaria aplicación.

Ya sea que se lo pediste, te lo pasaron, stalkeaste y lo conseguiste, el preciado número llegó a tus manos, abriendo un sinfín de posibilidades que la mayoría se sintetizan en un 90% de histeriquedas.

Señores no sean tan atrevidos de echarnos todo el fardo de esto a nosotras, porque de ambos lados empieza ese vaivén de conversaciones pelotudas que se prolongan a lo largo de todo el puto día:

– Hola gordi ¿cómo amaneciste?

– ¿Qué haces?

– ¿Qué tal tu tarde?

– ¿Te dormiste?

– ¿Cómo te fue en el trabajo?

Esta prolongación absurda del cortejo pasa por dos lugares, no me gusta pero no sé cómo mandarlo a la mierda, si me gusta y no sé cómo hacer para que me dé bola. Y así sucesivamente hasta las 3 de la mañana y que uno de los dos se quede dormido con el celular pegado en la frente.

Estadísticas, muy serias, inventadas por mí establecen que el 1,5% de los mensajes enviados antes de consolidarse como pareja, consisten en lo siguiente:

– Te quiero ver ya ¿dónde?

– Me gustas mucho

– Te quiero

Por último y como siempre, hago un llamado a la solidaridad: ¡Ser directo no quiere decir que me mandes una foto de tu amigo en primera plana!

Photoshopeadas, en distintas “tomas”, depiladas o como se te ocurran, no calientan en el más amplio sentido de la palabra. Aprendan a diferenciar una relación en la hay ciertos códigos y gustos, a una piba que conociste hace dos días por una red social.

Ante este despliegue injustificado de testosterona de la manera más primitiva posible, nosotras terminamos creyendo que son una cosa así:

Lo que ustedes creen que va a pasar:

Lo que realmente pasa:

Desconcierto: ¿En qué parte del “Hola, ¿Cómo te va?” di lugar a que me mande esto?

Asquete: por él, nunca mejor dicho, peludo de regalo. Una cosa es el malo conocido y otra el malo que ¡nunca dije que quería conocer!

Lástima y lastima: ¿La diferencia? Los diez centímetros que faltan.

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