“Cerca de la revolución, el pueblo pide sangre”
Charly García
La gente está harta. Algunos lo llamarán una extraña conjunción astrológica, otros, como yo, dirán que todos los problemas se fueron acumulando de a poco, hasta que hubo una gota que empezó a colmar todo.
En octubre empezaron las protestas en Ecuador, debido a eliminación de subsidios a los combustibles e injusticias en las comunidades indígenas, que terminaron en la instalación momentánea de un estado de excepción (similar a lo que sería un estado de sitio), y después llevaron al presidente a derogar la ley que eliminaba subsidios en combustible y a generar mesas de diálogo con las comunidades indígenas.
Revueltas en Chile que empezaron como una protesta en contra de la suba del metro y que devinieron en protestas de salud, educación y demás. Yo estaba en la universidad, como cualquier otro día, y vi en fotos vagones del metro prendidos fuego, toques de queda y el ejército en las calles (igual que en aquella, no tan lejana, dictadura) en una ciudad bastante cercana a la mía, porque si bien Chile es otro país, yo lo siento cerca.
“Despierten hermanos argentinos”, decía una señora con su hija de catorce años, frente a una cámara de televisión, mientras que protestaba por la injusticia.
Luego, se sumó otro vecino, Bolivia. Semanas de protestas populares que llegaron a su punto cúlmine cuando el Ejército y la oposición le pidieron al presidente, después de un informe internacional que revelaba fraude en las últimas elecciones, que renunciara a su cargo. Y eso hizo para, después, tomar un avión hacia el exilio. Muchos lo llamaron golpe de Estado.
Las cosas no pintan revoluciones populares sólo en Latinoamérica. También en Asia las cosas están tensas, en Hong Kong llevan meses protestando, huelgas generales en todo el país, rutas bloqueadas, estaciones de metro destrozadas (al igual que en Chile), colegios y universidades tomadas.
El detonante de las protestas ha sido un proyecto de ley de extradición a China continental, que algunos en Hong Kong vieron como un intento de dar luz verde a la extradición de posibles disidentes.
Mientras que en algunos países las protestas ya han explotado, hay otras en donde aún se está gestando el espíritu de lucha colectiva. Protestas en Brasil contra Bolsonaro, en nuestro país contra la violencia de género y la despenalización del aborto, en Estados Unidos el descontento cada vez más grande en contra de Trump, por haberle pedido a Ucrania que investigase a sus oponentes en la carrera presidencial (lo cual está poniendo en riesgo su mandato), y muchas más se siguen expandiendo como reguero de pólvora hasta que alguien genere la chispa, y explote todo.
No es nada nuevo que los gobiernos en América Latina se caractericen por sus altos niveles de populismo y corrupción, y eso, tarde o temprano, pasa factura. Pero ahora el tema no es solo contra los gobiernos populistas, sino contra la estructura del poder que en Estados Unidos, Ecuador, Brasil, Chile y Argentina lo manejan gobernantes de derecha (al menos en nuestro caso hasta diciembre).
“Las protestas van a durar meses”, me decía un conocido chileno el otro día. Ellos, al igual que en la mayoría de países donde hay revueltas, piden lo mismo: la renuncia del presidente o, en el caso de Hong Kong, la renuncia de la jefa del gobierno autónomo (máxima autoridad política de la región).
La gente se cansa de la injusticia. La gente se cansa de la corrupción y la desidia de los gobernantes, y que el pueblo les importe tan poco. Y es que quizás, hasta hoy, los políticos no se daban cuenta de que el pueblo que los eligió para asumir, es el mismo que puede hacer que se vayan.
Los que siempre han sido oprimidos, los que menos tienen, los que más han visto sus derechos vulnerados, son los que salen todos juntos a protestar, porque no es nadie externo quien quiere “desestabilizar el gobierno”, dijera el presidente chileno, Piñera, sino que es la misma gente que se hartó, y todo tiene un límite.
Estados de sitio, toques de queda, el ejército luchando contra las personas equivocadas, golpeando, baleando gente y violando en repetidas ocasiones los derechos humanos. Esa es la respuesta equivocada de un poder que nunca pensó en que algo así iba a ocurrir, pero ocurrió.
La gesta de la revolución no terminó cuando cada país americano proclamó su independencia de un rey en otro continente. La gesta de la revolución aún seguía ahí, cuando éramos víctimas de una injusticia, y cuando veíamos que los que más tenían, menos daban.
Estoy segura de que esto recién comienza, y es raro estar en un momento histórico así. Porque dentro de veinte, treinta o cuarenta años, se seguirá hablando, de lo que estamos viviendo hoy. Espero que todo esto logre hacer cambios estructurales y que, finalmente, los gobernantes se den cuenta de que no hay nada seguro y que, si se falla al pueblo, este ya no se quedará de manos cruzadas.
Yo personalmente me sentiré orgullosa de elegir siempre el mismo bando, el que creo correcto, el que mi consciencia me demanda así. El de la gente.