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Cerveza y sexo gratis

Imaginá tener una reserva ilimitada de lo que vos desees, no importa qué tan grande o ilegal sea. Yo me imaginé un día teniendo 2×1 en el cine las veces que a mi escroto se le antojara y quise saber entonces por qué no conocía a nadie que cumpliera deseos.Como Wikipedia se me cagó de risa cuando me puse a googlear la pregunta, salí a buscar una respuesta sin usar internet, como un primitivo salvaje.

Siempre que quieras aprender algo nuevo, tenés que hablar con alguien que encuentres tirado en la calle. A veces uno se tiene que pasar por el culo eso que te enseñó Disney sobre no hablar con los pobres; yo siempre le caigo con alguna pregunta al primer tipo que vea durmiendo en un banco.

-¿Por qué Mendoza no tiene alguien que te cumpla deseos? Así como el Genio de la Lámpara, pero no sé… más nuestro… “El Groso de la Linterna”  o algo…

-Porque sos un pelotudo, –me respondió un hombre que se bañaba en la fuente de Plaza Italia- obvio que sí hay, pero no tiene un nombre tan choto.

Durante dos horas me contó sobre hierbas celestiales, enanos esclavizados en el sótano de la Biblioteca San Martín, y todos los bichos que pueblan nuestra provincia, no sólo en calle Salta. Al final, me dijo dónde encontrar al buena onda ese que anda cumpliendo fantasías y deseos (no estoy hablando de ningún travesti esta vez)

-Tenés que hablar con el Cóndor –me dijo- está siempre en el acceso Este. Si le caés bien, te da lo que vos quieras, yo le pedí no tener que volver a laburar y acá me ves.

-Mirá, no es que no te crea, pero no quiero comer vidrio ni quedar como boludo ¿El Cóndor? No sé… dame una prueba, algo para que yo vea que es verdad…

-Soy un indigente, no Discovery Channel… Pero si tanto vas a romper las pelotas, te puedo decir dónde se juntan los que son amigos de él.

Así conocí a los amigos del Cóndor, esos que le cayeron tan bien que ahora su única preocupación en la vida es que ningún vecino se ponga a taladrar a las 9 de la mañana.

El primer tipo que conocí fue Pablo, le pidió al Cóndor alcohol suficiente para provocarles cirrosis a todos los irlandeses y alemanes juntos. Cuando volvió a su casa, del surtidor salía cerveza en lugar de agua, así que literalmente tiene canilla libre el muy hijo de puta afortunado. Uno lo reconoce por su abultada y creciente “pancita cervecera” que le impide moverse con soltura. Tuvo que renunciar al trabajo porque era camionero y siempre llegaba escabiado, pero dice que nunca había tenido tantos amigos visitándolo.

Pablo me presentó al resto de los que vi esa tarde. El que más hablaba era Jorge, un viejo de unos ochenta que puede fornicar con lo que él quiera con sólo cruzar unas palabras. Es un tanto desagradable hablar con él, no sé si por los pliegues de su cuello que se sacuden cuando mueve la cabeza o porque le encanta contar sus experiencias con todo el detalle posible.

-Una de las minitas estaba arriba, se movía así, mirá, haciendo el murciélago, y yo estaba con la otra pasándole la leng… a ver, mirá, pasame esa naranja así te explico mejor.

El buen Jorge nos contó cosas que jamás hubiese podido imaginar, y cuando se puso a enumerar las enfermedades que tiene, me di cuenta que estaba frente a un museo viviente de ETS. “Pasa que se me iba el aguinaldo en forros” me dijo antes de irse.

Hay gente impresionante en este club de amigos del Cóndor. Carlos era adicto al chocolate y ahora vive con “El Willy” en una fábrica, les va tan bien que lavan dinero con La Cabaña. “Es que del chocolate a las drogas hay un paso”

Después de conocerlos a todos fui a ver al Cóndor, pensando en que todos parecían tener una especie de maldición por culpa de los deseos, pero a todos estaban pasandolá tan de puta madre que me importó un carajo y fui a pedirle algo yo también. Cuando llegué estaba ahí, como siempre, no se lo había afanado nadie.

¿Qué carajo se le dice a una estatua? Me quedé como quince minutos ahí parado pensando si saludar o preguntarle si era cierto que el tortugo Jorge seduce nenes chiquitos ofreciéndoles caramelos. Al final, empezó hablando él.

-¿Qué querés? Estoy ocupado.

-¿Sos el Cóndor?

-No, soy una ballena jorobada ¡Obvio!

-¿Nunca has pensado en cambiarte el nombre por “el Groso de la Linterna?

Me sacó cagando. Nunca un pájaro me había puteado tanto, y eso que trabajé vendiendo loros en un Walt-Mart. Sigo pensando que me perdí una oportunidad tremenda, pero ustedes ya saben, no importa lo que diga Pablo Coelho, para tener todo lo que siempre has deseado en tu vida tenés que caerle bien al Cóndor.