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Del inconveniente de haber creído

“Cuando se rechaza el lirismo, emborronar una página se convierte en un infortunio: ¿qué sentido tiene escribir para decir exactamente lo que se tenía que decir?”
Émile Cioran

Huracán desenfrenado de palabras vacías, sin sentido.
Desequilibrio mental, calaveras perdidas.
Decepciones incubadas por el deseo.
Mentiras como plaga de langostas que se nos incorporan.
Humo inmoral y penoso, repartido sin escatimar.

Se escucharon voces anunciando el precipicio.
Yo inventé ese precipicio.
La esperanza de alguna manera conservaba su forma en el espejo.
Hasta que su sombra se mezcló con la penumbra y, aún con mis ojos profanos,
vi llover reglas y a las sepulturas les crecieron lápidas.

Ya murieron las palabras que pensaba escribir.
Ya dejaron de sangrar las vendas húmedas de pus.
Se levantaron los muertos y restregaron sus carnes podridas entre las calas y las amapolas.
Y las flores, encantadas del hedor impregnado, se confunden con el resto de los inanimados.

Silencio.
Queda para nosotros, rostros desconocidos, un silencio de neonato muerto.
Un nunca más a las palabras.
Soberbio final para este tergiversado comienzo.
Un adiós a las páginas leídas de cuartos con tapa y contratapa.
Mayúsculo asco hacia las acciones.
Apetito de ausencia de abejas obreras que causan los infortunios de la colmena sagrada.

Viajará la perplejidad de los hechos hasta un escritorio de oficina.
Se escucharán las voces evocando la presencia en común.
Serán vistas las sonrisas del difunto y la amapola.
Y el pasto también crecerá sobre esta tumba.