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Descubriendo el sexo: con mis manos y tus manos

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Todavía me acuerdo esa escena en la que estaba con mis 7 años en la vereda de mi casa con mi amigo Diego y él diciéndome (no recuerdo en qué contexto) “hacer el amor es cuando el hombre hace cochinadas con la mujer”, y yo gritarle “¡no!, mi mamá me dijo que es cuando dos personas se quieren mucho y hacen cosas por el otro con amor… ¡por eso es hacer el amor!”. La discusión era interminable y mi grado de frustración gigante. En el fondo le creía a Diego, pero ¿por qué me mentiría mi madre?

El sexo despertó mi curiosidad desde la vez que escuché gemir a mi vieja. Recuerdo cómo me latía el corazón y se me erizaban los pelos de todo el cuerpo. En ese momento no entendía muy bien de qué se trataba lo escuchado hasta que al poco tiempo vi por primera vez una situación sexual en la televisión.

Recuerdo patente a una rubia muy flaca, con tetas muy chicas y curvadas hacia arriba, totalmente desnuda en una cama posicionada sobre sus codos y rodillas y un tipo, también desnudo, metiendo todo su trozo por detrás de ella. Sentí muchas ganas de hacer pis, lo que ahora entiendo que en realidad lo que me pasaba es que estaba caliente.

Mi madre es una persona muy religiosa, extrema, de esas para las que “todo es pecado” y me iba a ir al infierno. Yo me había vuelto muy adicta a la pornografía y lloraba cada vez que la veía porque “el diablo me iba a llevar”.

Fui creciendo y mis relaciones con mis pares aumentaban en frecuencia y cantidad. Los primeros besos, los primeros noviecitos. El sexo siempre latente, pero en esa época era todo más relajado, por lo que un beso solía morir en eso.

Un día, a mis 14 años, nos juntamos en la casa de mi amiga, como de costumbre, y un vecinito que me volvía loca. Estábamos jugando al cuarto oscuro en la casa y, casualmente, él era el que buscaba… y me encontró (o me dejé encontrar). A pesar de que era “el cuarto oscuro”, había suficiente luz para vernos.

Apenas me encontró, cerró la puerta y, apretándome contra la pared, metió toda su lengua en mi boca y me agarró ambas tetas con fuerza sobre la ropa, las masajeaba y buscaba desaforado mis pezones. Cuando los encontró, los descubrió y metió lo que más pudo de ellas en su boca. Hizo con mis pezones en un minuto lo que quiso. Yo sólo sentía como se escurría mi entrepierna y un calor que quemaba. El flaco tenía la misma edad que yo y ambos éramos vírgenes pero, en ese momento, dudé de él todo el tiempo.

Como un experto, metió su mano en mi pantalón y con el dedo índice y del anillo separó los labios de mi vulva, introduciendo de a  poco el del medio hasta dejarlo completamente dentro de mi vagina, moviéndolo de un lado a otro y metiéndolo y sacándolo. Sólo un segundo más y sentí que mis piernas perdían fuerza y empecé a respirar muy fuerte, sumando algunos quejidos. De pronto, sin poder más, lo atraje hacia mí y mi pelvis se movía como en automático, y gemía más y más y sentía esa corriente increíble del orgasmo desde el centro de mi vientre hasta un infinito.

El momento en que él sacó su mano de mi pantalón y me miró, me invadió un pudor increíble y me metí corriendo al baño. Estuve un tiempo ahí y para cuando salí él ya no estaba. Mi amiga me preguntó qué había pasado y le respondí que sólo nos besamos.

Pasó una semana, aproximadamente, hasta que volvimos a vernos y toda esa semana yo estuve ardiendo.

Un día va a mi casa y, casualmente, yo estaba sola. Estuvimos un rato en la puerta porque a mi vieja no le gustaba que estuviéramos solas con hombres en la casa (el famoso “qué dirán”), pero alrededor de media hora después me llamó para decirme que iba al supermercado. Se lo comenté como al pasar y minutos después ya estaba pidiéndome el baño. Lo hice pasar mientras yo iba a la cocina por un poco de agua. Me doy vuelta para ir para el lado de la calle y lo tenía a Damián a dos pasos míos.

-¿Vamos? – le dije, aunque sospeché sus intenciones.

Él sólo se me acercó y, agarrándome de la cara, me besó. Nuevamente, como la vez anterior, sus manos se volvieron locas. Sin pensarlo terminamos los dos en el sillón prácticamente encimados pero con la ropa puesta. Yo me había acomodado bien el pantalón y subida sobre él, con las piernas bien separadas y las pelvis muy unidas, me frotaba contra él, que estaba endurecido por demás por la excitación. Cambiamos de lugar y siento sus manos por mi cadera y cómo enganchan la cintura del short que tenía puesto, haciendo presión hacia abajo. Lo dejé hacerlo y logró sacármelo. No sabía qué iba a pasar y casi no estaba segura de mi duda: la duda de si dejaría que él fuese mi primera vez. Así mismo, ya estábamos en juego y yo aún no conocía su verga.

Con un pie lo separé, dejándolo al otro extremo del sillón y metí mi mano derecho por dentro de mi bombacha. Hasta ese momento, y a pesar de toda la pornografía consumida, jamás me había masturbado con la mano. Se puede decir que desconocía lo que tenía entre mis muslos, excepto cuando me higienizaba. El tema es que supe que quería que él me viera tocarme por primera vez, recorrerme, conocerme y reconocerme, pero, a su vez, quería lo mismo de él, que miraba como ansioso cuál sería mi jugada.

-¿Me vas a ver tocarme? – le pregunté con seguridad, aunque por dentro temblaba como testigo falso.

-Sí – respondió sin agregar más.

-Bien, entonces quiero que vos hagas lo mismo, que te toques mientras me ves tocarme.

Como un robot que obedece órdenes, se acomodó en el escaso espacio que tenía, se reclinó un poco y sacó a la luz toda su pija. Las únicas que conocía eran las de películas y ésta no se le parecía en nada.

La rodeó con toda su mano y con movimientos rítmicos de norte a sur, comenzó su masturbación.

Yo estaba un tanto perdida, así que sólo la acaricié completa una vez hasta que sentí el contacto de mis dedos con mi clítoris y, nuevamente, esa corriente del otro día. Me detuve ahí y con dos dedos me limitaba a acariciarlo, a veces en círculos, otras de arriba abajo. Podía sentir de manera perfecta cómo se humedecía cada vez más y cómo mi líquido se escurría del interior de mi vagina y se esparcía por el exterior llegando, incluso, a mi culo.

No sabía cómo inspeccionarme por dentro, cómo hacerlo, aunque quería. De a poco acariciaba más mi intimidad y hurgaba despacio con mi dedo del medio, el cual, sin ningún impedimento, terminó cubierto por completo por mis paredes vaginales. Como inexperta que era, tuve que recurrir a mi mano izquierda para acompañar el acto y continuar jugando con mi clítoris.

En todo ese tiempo sólo estuve al pendiente de mí, como si hubiese estado sola, hasta que recordé que Damián estaba en ahí también. Bastó sólo una mirada a su cara de placer mirándome y su mano frotándose la verga sin paz, para que esa increíble sensación volviera a hacerse presente en mi cuerpo.

-¡Ay, ay, ahí viene, ya viene! – exclamé entre pequeños gemidos.

Lo vi aumentar la velocidad y apreté los ojos, soltando mil jadeos al ritmo de mis contracciones vaginales. A él sólo lo sentía agarrarme fuerte la pierna, después sólo una mancha blanca en su panza.

A pesar de que Damián no fue el hombre que se llevó mi “tesoro”, si fue mi gran guía durante los siguientes 3 años. Damián me descubrió y me ayudó a descubrirme.

Damián es dueño de mis primeros orgasmos y de la perfección de mis siguientes pajas.

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