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El chico que tocaba tangos en el barco

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Hacía varios días que el barco se hamacaba hacia un lado y hacia el otro. Edith, con sus veititrés años ya se sentía una vieja, una mujer grande que vivía cosas que no le gustaban. Pero como sólo tenía veintitrés siempre terminaba por sorprenderse con algo nuevo. Un chico, un joven toca tangos en un piano. Es lindo escucharlo. “Edith, el chico te está mirando. ¿Por qué no lo invitamos a la mesa?”, le preguntó su compañera de camarote. Y los tangos continuaron, y el barco se hamacaba, y Edith no se animó. Tuvo coraje para escapar de la Alemania nazi, de camuflar su judaismo en Buenos Aires, de volver sola a Europa, pero no para invitar al joven del piano a sentarse en la mesa. Era el año 1950.

Fue una gran sorpresa encontrar al joven del piano trabajando en una librería a una cuadra de su casa. Lo reconoció de inmediato, él le dijo que también, y después se encontraron algunas veces más en el cine, por aquí y por allá. El le dijo que las coincidencias eran algo importante, y la invitó a tomar algo. Con los meses él se habituó a almorzar en lo de Edith y ella se fascinó con el conocimiento del joven que tocaba tangos en el piano del barco. Después de haber profundizado una relación intensa ella descubrió que varias veces se tentó de irse a vivir con él, pero no quiso hacerlo porque se sentía ignorante, sentía que no estaba a la altura de él, y quería estudiar.

Edith se sumergió en el mundo de él, en el mundo de las traducciones y de los idiomas, el mismo mundo de Aurora, la mujer que él siempre evocaba con tanta admiración y que vivía en Buenos Aires hasta el día que se vino a vivir a Paris. Ese día él, bastante mayor que ella, se fue a vivir con Aurora que también era bastante mayor que ella. Y Edith, que estaba fuera del rango etario y de conocimiento de ambos, aceptó su lugar de amiga de la pareja, y en poco tiempo logró serlo realmente.

Él un día le pidió al jefe de ella, amigo suyo, que le saque el trabajo, que la excluya de lo que estaba haciendo, y ella quedó afuera del mundo editorial de relevancia. Y ese día se decepcionó profundamente de él.

Pasó el tiempo y un día en el metro de Londres Edith se lo econtró en su mismo vagón. Ya no estaba con Aurora, estaba con una mujer “con muchos anillos”. Y él se sentó junto a ella. Y le habló de las casualidades. Pero ella se fue, “me voy”, le dijo y no supo más de él hasta el día que leyó en los diarios que había muerto.

Edith le envió sus condolencias a Aurora. Y Aurora se las agradeció.

 

Hoy Mario Vargas Llosa le dedicó un artículo impecable a Aurora Bernárdez (1), la primer y última mujer de Julio Cortázar que murió el 8 de noviembre a los 94 años. A pesar de que es admirable, tanto Vargas Llosa por su capacidad de contar las cosas, como Aurora y su vida, yo sentí la necesidad de volver a traer a Edith Aron, la chica que lo descubrió tocando el piano en «El Conte Biancamano», el barco que los llevó a Europa en 1950, y que tuvo una historia con él un año y algo. La que pudo tomar distancia del brillo de la fama de un personaje gigante aunque él se haya tomado diez años en recordarla en una novela hoy clásico de la literatura contando sencillamente las cosas que hacían, cómo las vivían y fascinando a hombres y mujeres con una chica como ella, como Edith Aron. Como La Maga.

 

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  1. La Muerte de Aurora Bernárdez”, por Mario Vargas Llosa. http://www.lanacion.com.ar/1744739-la-muerte-de-aurora-bernardez
  2. Nota tardía: ¿A nadie le llamó la atención que «Edith Aron» unido se lea «Editaron», y que se pueda decir que «Editaron La Maga»? No sé, por estas boludeces es que creo que estoy solo.

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