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El día que me hice travesti para escaviar gratis

Como cada jueves, teníamos reunión Mendolotuda con Conep para planificar el futuro semanal de nuestro adorado pasquín. Nos juntamos temprano porque había muchos temas que hablar. A eso de las 19 llegue a la casa de Conep. Con la formalidad de siempre comenzamos a debatir sobre los puntos a tratar y, como siempre, al cabo de diez minutos ya estábamos destapando la segunda cerveza y hablando de minas, de Los Simpsons y viendo fotos de culos en internet. A las 20 la reunión había terminado, así que decidimos ir a dar una vuelta a la Arístides.

Estacionamos en la primera cuadra y apenas bajamos del auto sentimos un “chsss chsss”. Ambos nos dimos vuelta y lo vimos a él: Marquinho, el adorado mariloca que escribe con nosotros. Siempre es un placer sentarse con este muchacho a charlar, así que no dudamos en invitarlo a comer algo.

Caminamos unas cuadras los tres y nos sentamos en el 840. Pedimos unos lomos y unas cervezas y cenamos de lo lindo. Terminamos de comer y decidimos quedarnos ahí así que volvimos a pedir más cervezas… entonces Marquinho nos miró con cara sorprendida.

– ¿Más cervezas? ¡Qué gays! – dijo risueño – pidamos wisky maracos. Pago yo.

Y fue así que no nos trajeron una medida, ni un vasito, sino una botella completa. Me dio cosa pedir una coquita, después que lo he gastado tanto con su homosexualidad. Comenzamos la charla con tintes filosóficos y al cabo de una hora la botella estaba casi vacía.

– ¡Pidamos otra! – gritó Conep alocado.

– Como quieran, pero a mí ya se me acabó la guita, si quieren tarjeteo – dijo Marquinho.

– ¡No, para loco! Ya pagaste una vos, está la pago yo – dije y saqué mi billetera, a la cuál le quedaban dos billetes de diez pesos manchados.

– A mí no me miren – dijo Conep atajándose – creo que de pedo me quedan dos pesos para la propina.

Entonces de pronto sonó una sirena y en la pantalla que da a la calle apareció una imagen tremenda. Era una sensual mujer tomando un trago y en letras rojas bien potentes decía “arranca el jueves de TRES AL HILO – las chicas toman gratis hasta la 1”

Nos miramos los tres sin decir nada. De pronto comenzaron a llegar minas de todos lados. Poco a poco el lugar se empezó a transformar en la gloria. Lo malo es que estábamos los tres con el pico re caliente y sin un mango…

– Que culo ser mina – dijo Conep

– Es verdad… ¿estamos todos locos? ¿Por qué no nos dan a nosotros gratarola también? – dije enojado.

– Que culo ser mina – volvió a decir Conep mientras le relojeaba las tetas a una morocha que estaba entrando.

– Porque las mujeres decoran el lugar, si está lleno de minas, da gusto venir – dijo Marquhino.

– Que culo ser mina – repitió como un robot Conep mientras le miraba las gambas a una grandota.

– ¡Callate cansador! – le grité.

– ¿Vendrán travestis? – preguntó Marquinho con esa cara de hijo de puta que suele tener cuando quiere hacer algo malo.

– No se… no creo – dije pensativo.

– Que culo ser mina – dijo Conep, pero esta vez fijando su vista en Marquinho, como asintiendo la idea que todos sabíamos que había querido tirar el gay del trío.

– Yo vivo acá a dos cuadras, ¿saben lo que nos podemos llegar a reír si pasamos vestidos de mina? – dijo Marquhino con la cara atorrante a flor de piel.

– Ustedes dos están locos – les dije – no me prendo en esa ni en pedo.

– ¡No seas sorete! Si estas casado culiado – me dijo Conep convencido.

– ¡Dale Bomur! Es la anécdota de tu vida – me trató de convencer Marquinho.

– No, no y no…

Al cabo de quince minutos estábamos los tres en el departamento del Marquinho probándonos pelucas y zapatos. Loco, ¡que incómodo ser mina! Sinceramente tengo que valorar el huevo que le ponen a arreglarse para salir. Primero que nada meterse en esos mini vestidos, todas apretadas, ajustadas y fajadas. Se me veía la panza, se me escapaban los rollos, me hacía doler el culo y me sentía asfixiado.

Conep, que debe pesar 30 kilos mojado, se puso un vestido suelto y cortito que le quedaba de maravillas. Lo único malo es que los huesos de las rodillas lo delataban como fobalero bien canilla, así que se puso una calza fucsia, con un culo de cotillón que tenía el Marquhino en el placar, entre tantas otras cosas. Por tener hermanas mujeres y haber caminado de chiquito en tacones a modo de gracia, Conep se puso unos tacos en punta los cuales manejaba como una modelo de Canci. Una peluca larga, ruluda y color azabache le hacía un juego fatal con su tez blanca y sus rasgos filosos. Fernanda Conep ya estaba lista.

Yo me puse una faldita que dejaba relucir mis gambas macetonas y torneadas, la experiencia absoluta de Marquinho me recomendó ponerme unas medias para disimular los pelos. Me puse una cosa arriba onda corse y unas medias sirvieron para convertirme en una petaca tetona. Me tapé con una camperita corta los brazos y me saqué el reloj de macho. Traté de caminar con tacones pero no sé si era más patético que ridículo, así que me puse unas sandalias con tiritas que me hacían ver los gemelos como dos pilares dóricos. Siempre me gustó el pelo largo y rubio en las mujeres, así que me di el gusto de ponerme una capelu onda Susana Giménez. Era un corcho rubio y exuberante.

Lo llamamos al Marquinho para que nos venga a pintar, estaba en el baño terminando de arreglarse. Entonces abrió la puerta y salió bamboleando las caderas. ¡Mamadera! Se había puesto un vestido ajustado rojo, una peluca colorada y ya se había maquillado todo. Se parecía a Lindsay Lohan, entre que estaba medio ebrio y confundido hasta me dieron ganas de abrocharlo. ¡Hasta hablaba como mujer el muy tirano!

Sacó una cosa llena de pinturas y pinceles, brochas y polvitos y nos sentó a Conep y a mí. Otra cosa que valorar de las chicas… ¡cuánto tiempo están revocándose por el amor de Dios! Que la base, que la brocha esa en las mejillas, que el pincelito ese en las pestañas, que el pintalabios con olor a vieja en la boca, que ese lapicito para los labios, que la pintura de los párpados, que la cosa blanca para las ojeras, ¡Cuánto laburo!

Media hora después estábamos hechas unas perras. Yo solamente pensaba en que no me viera el Jorge. El Jorge es un compañero del partido, peronista de alma, macho, picante, morocho, grandote, verborrágico y viril. Si me llegaba a ver vestido así toda mi incipiente carrera e imagen política iba a ser tirada por la borda.

Y así enfilamos nuevamente para el 840 en la Arístides. Eran las 12, así que aún nos quedaba una hora de joda. Llegamos a la puerta y ahí estaba el gordo Julián, el dueño. Nos miró con cara rara, con Conep lo conocemos hace tiempo (el boliche 840 en la San Martín Sur fue el que dilapidó mis últimos sueldos de soltero), cuando dijo “pasen chicas”, nos dimos cuenta que si él no nos había reconocido, no nos iba a reconocer nadie, ¡estábamos salvadas! ¡Yupi Marilocas!

Adentro era la gloria, lleno de minas, música al palo, tragos, cervezas, hermosa gente. Marquinho estaba en la suya, si se lo llegaba a levantar un vago esa noche era completita para él. Con Conep mirábamos minas como dos guachitos de secundaria. En un momento nos miramos los dos y al unísono dijimos “¡vamos al baño!”

Como buena mujer me senté en el inodoro a hacer pichí… debo reconocer que no está nada malo. No manchas la tasa, podes hacer fuerza que si te pasas no corres ningún riesgo, es cómodo y se sacude sola. Desde ese día meo sentado. Luego nos quedamos en el espejo acomodándonos el maquillaje y ayudándole a una mina a subirse el cierre de la falda. Se me escapó un “estas preciosa mi amor” tan gay que ni sospecharon que era un tipo. Mientras Conep espiaba por los agujeritos del baño para ver si alguna chica estaba dentro y se acomodaba el paquete que le marcaba la calza.

Se hizo la una y ya habíamos tomado tanto que no sabíamos si estábamos en la Arístides o en Hong Kong. La noche explotaba, se había llenado de gente, las minas estaban enfiestadísimas y Marquinho hablaba con dos tipos, típicos cometraba.

Olvidándose de su condición, Conep se arrimó a dos pendejas divinas como para tirar un tirito. Hablando como hombre y utilizando sus mismos latiguillos bolicheros, el travestido comenzó con su gracia. Las minas lo miraban totalmente sorprendidas…

– ¿Sos un travesti? – preguntaron

– No, soy Conep, dueño del Men…

Corté en seco su chamullo, sacándolo de un tirón.

– ¿Sos boludo vos?, ¿no ves que estamos disfrazados?

Entonces escuchamos al Julián pidiendo un aplauso para la “valiente” que se había animado a subir a la barra a bailar… Y ahí estaba la mariloca de nuestro amigo bailando desenfrenada. No nos quedó otra que seguirlo.

Apenas bajamos de la barra se nos vinieron tres buitres a tirotearnos. Les dijimos que “no queríamos bailar”, nos miraron feo y se fueron, ¡ahora las entendemos chicas! Esa noche me tocaron el culo dos veces, me dijeron “¡que gambas mamita!”, me pidieron dos veces el teléfono, me tiraron el pelo, a Marquinho le robaron dos picos, Conep perreaba con minitas que le escapaban asustadas y nos regalaron champagne por la buena onda y la pila que le pusimos. ¡Divinos los muchachos del “ocho”!

De pronto miré mi reloj, la noche estaba que explotaba, pero eran las 3 de la matina, mi “permitido” había acabado hacía rato. Mi esposa seguramente me esperaría con un monologo y uno que otro correctivo. Marquhino  se quedó con un flaco, nos dio las llaves del depto y nos dijo que se la dejemos en la maceta, salimos cagando del bar, nos cambiamos y cada uno se fue borracho a su casa. La noche en el 840 había sido gloriosa y épica.

El problema no fue llegar tarde, ni borracho, ni con olor a cigarrillo, ni con aliento a speed, ni haciendo ruido al entrar, ni olvidarme de apagar las luces del auto, ni patear una silla y romperla al entrar, ni dejar la puerta abierta, ni vomitar en la bacha de la cocina, ni hacerme de comer y dejar todo tirado, ni creer que mi cama es una pileta, ni olvidarme de sacar la ropa, ni despertar a mi esposa con mis risas, ni nada de eso… el problema fue haberme olvidado de sacar el maquillaje. Pero esto es tema de otra historia que más adelante les contaré.

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