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El día que se fugó un muerto, crónica de un traslado

MDZ

Durante alguna época de mi carrera, transité por varias divisiones del Servicio Penitenciario, una de ellas fue en la Sección Traslado de detenidos, la historia es real, con personajes reales y con un muerto real. Una tarde calurosa de noviembre, el oficial de servicio nuestro, recibe la orden por parte del Director del Complejo Boulogne Sur Mer, del traslado de un interno con una enfermedad terminal hacia la cárcel de San Rafael, y no tuvo mejor idea que poner a sus mejores efectivos para cumplir con esa orden.

Tres custodias más el chofer del móvil eran los elegidos, una de esos efectivos era yo, no por ser el mejor, sino porque era nuevito y tenía que foguearme con ese tipo de salidas a otras cárceles de la provincia.

El viaje fue en el móvil más nuevo que contaba el parque automotor en ese entonces, el 1365, en el cual habían viajado varios delincuentes peligrosos y conocidos en la jerga carcelaria, condenados por crímenes importantes, como “el Ardilla” (Fabían Cedrón Ortiz) “el Chacato” (Barroso Olivares Sergio) “el Narigón” (Wekid Calzetta Jesús) entre otras pinturris conocidas por los medios.

Tuvimos que hacer una parada de emergencia en el Hospital de Tunuyán, debido a que el interno estaba muy descompuesto, tenía tuberculosis (TBC) y lo que menos queríamos es tener que pasar la novedad que el “paquete” no había llegado a su destino. La cosa era llegar a San Rafael y que allá se hicieran cargo. Por si no les conté, el interno era oriundo de Cuadro Nacional, por ello el acuerdo de ser trasladado a sus pagos.

Una vez atendido este hombre, emprendimos nuevamente el viaje a nuestro destino sureño, pasando por la localidad de San Carlos, se descargó una tormenta de aquellas, con vientos que superaban los cientos de km/m, quizás suene exagerado, la cosa es que el viento y la tormenta venían con sorpresa: granizo. Recuerdo que no se veía más allá de 3 o 4 metros por delante de la trompa del móvil, lo que obligó al chofer a orillarse al costado de la ruta y buscar refugio debajo de un árbol, a la espera de que la tormenta pasara. El tiempo supuesto de llegada al objetivo se hacía cada vez más largo, y a la vez engorroso.

Casi dos horas y media estuvimos detenidos, cuando al fin la tormenta se perdió para el lado de la montaña, pudimos seguir con el traslado. Pasando el arco de la entrada a San Rafael, el interno nuevamente se descompensó, es por ello que el encargado nuestro decide ir directamente a un centro asistencial en forma urgente. Es así como llegamos con balizas y sirenas al hospital Schestakow, bajamos al interno ya con custodia policial, y el Doctor Luis Guinle determina que el reo debía quedar internado. Malas noticias.

Esposamos al mismo en la cama de la sala y me dejaron de custodia a mí solo, mientras el chofer con el Oficial se fueron hasta la Penitenciaria de San Rafael para realizar el trámite de traslado, de esa forma pasaría a tener custodia sanrafaelina, mi otro compañero estaba abajo en la guardia haciendo los trámites de papeleo de internación. Los Auxiliares de la Policía se tomaron el palo. El sujeto estaba en estado crítico, debido a lo avanzado de su enfermedad, casi sin habla y con máscara de oxígeno, sueros y otras mangueras.

Como milico nuevo le pregunté al Doctor si era muy grave, el cual me contestó que sí. Debido a esa respuesta, me fui rápidamente a comprar unos puchos al minimarket de afuera, y a fumarme uno, me habré demorado 10 minutos creo, y al subir me topé con grata sorpresa. El interno no estaba, se había fugado con esposas y todo. Imaginate la cara de yuyo que me quedó al ver esa cama vacía.

La cosa era como avisarle al oficial a cargo que un interno moribundo, a punto de visitar el cielo de los presos se me había fugado, se me fue la fuerza de las piernas, imaginaba primero el proceso legal, segundo la cagada que me iban a dar mis compañeros del traslado, y tercero las gastadas de mis camaradas en el penal, la mente en blanco, sudor frío, no saber si salir a buscarlo o llamar a la policía… ¿¿QUE HACÍA?? Salí disparado hacia la guardia, busqué en todos los pasillos, habitaciones, sala de enfermeras, quirófanos… ¡¡nada!! De repente se me arrima una enfermera la cual nunca olvidaré su nombre, Adriana Narváez, y me dice “Oficial el que busca está abajo, falleció y el doctor lo mandó a la morgue”…  imagínense, el alma me volvió al cuerpo y la cara de aquella enfermera mirándome como diciendo “que pelotudo el cobani gorriado este” nunca la olvidaré por el resto de mi carrera. Obviamente agarré mi radio y por la frecuencia pasé la novedad, se hicieron los trámites legales de rigor, y una vez terminado el trabajo, por orden del Director de la cárcel de San Rafael, emprendimos el viaje de retorno a Mendoza.

Varios interrogantes surgieron en mi cabeza, como esposado se había ido…como fue tan rápido, nunca más dejar solo a un reo internado por más que esté quebrado hasta la columna… las camas de ese hospital eran de esas que se traspasan de la camilla para urgencias… obviamente nunca dije que fui a comprar puchos y dejé al internito regalado, sino hasta arribar a Boulogne Sur Mer. Esas cosas te dan experiencia, a veces por novato o negligencia pasan las cosas, desde ese momento fui aprendiendo que no hay que subestimar a nadie. Las gastadas no se hicieron esperar, en la historia del Servicio Penitenciario nunca había pasado una cosa tan insólita como esta, al fin y al cabo… un muerto no se fuga todos los días.