/El amor en tiempos de cobardía

El amor en tiempos de cobardía

185139_380777411990352_634152945_n

Hacía demasiado frío, tanto así que con solo acercarme a la ventana que da a la calle veía salir de mi boca ese vaporcito con el que alguna vez de chica había jugado a simular que era el humo de un cigarrillo. Ya lejos de ser eso, era simplemente vapor, había decidido hacía casi 4 meses atrás dejar de fumar. Recordaba a uno de mis primeros pacientes, un hombre de sesenta años, más bien parecido a uno de setenta, quien vivía sus últimos días con un cancer de pulmón estadio cuatro a causa de unos largos treinta años en compañía de ese adictivo y mal amigo. Me imaginé en una cama de hospital pasando por algo como aquello y fue tanta la impresión que me causó esa imagen que hasta la piel se me erizó. Ese día deje el pucho.

Llovía  poco, era de esa lluvia que apenas cae pero que empapa todo. Parada mirando como caía el agua sentía en la boca del estómago un nudo que pesaba doscientos kilos, era uno de esos días en los que la inquietud y la duda se plasman en la piel y no hay respuesta para ello. Buscaba razones para asociar mi mal estar pero era en vano, sentía angustia, una angustia que me producía un vació enorme.

Los días nublados siempre me recordaban a Juan Cruz, nos habíamos conocido hacía dos inviernos atrás, ya no nos veíamos, hacia un mes que se había ido pero siempre lo tenía muy presente, es de ese tipo de personas que algo, sea lo que sea, te marcan un antes y un después. Recuerdo el día que  lo vi, en ese instante crecieron en mi las ganas de que fuera solo mío, digamos que el tenía ese “No se que” que muchos sentimos pero que no se puede describir con palabras y como toda mujer que se le mete algo en la cabeza, decidí que tenía que al menos conseguir que él supiera de mi existencia.

Nunca me había enamorado, y estaba segura de que esta vez no sería la excepción, tal vez hubo una vez en la que me enamoré, pero hacía tanto de esos días que ya no sabía discernir entre si había sido amor realmente o una loca pasión de adolescente. Con el tiempo me fui dando cuanta que todo aquello no es como lo pintan en las novelas y que no todos son verdaderos afortunados, me acostumbré así a estar sola, pero en compañía. Conocí a personas que me gustaron, que eran buenos conmigo, el fuego que sentía dentro era inmenso, sentía que la ansiedad por conocer a esa persona no se acabaría pero luego por alguna razón, se desvanecía y ese era el fin de la historia.

Disfrutaba más que nadie estar conmigo misma a que estar con alguien, debido a esto debía soportar hasta el hartazgo al mundo entero, opinando sobre mi vida, la pena que siente uno de cara a la soledad, sobre el futuro, pero ellos no me entendían: aprendí que podemos ser nuestro peor enemigo pero si nos proponemos mirar más en nuestro interior, tenemos la posibilidad de conocer a una de las mejores personas que pueden existir: Nosotros mismos.

Aún así las ganas de saber sobre Juan Cruz crecían cada vez más y un día, como suele conocerse la gente en la actualidad con el tema de la tecnología, lo agregué a mi lista de amigos de Facebook, fue así que empezó la historia. Nunca pensé que fuera simple de este modo, no se pueden demostrar los sentimientos a través de una pantalla y la mayoría de las veces, todo se torna confuso en donde más de uno sale con las ilusiones por el piso y el corazón hecho pedazos. Por esa misma razón empezamos a vernos en persona.

Con el tiempo me di cuenta que Cruz, como me gustaba decirle, era de esas personas que conocía pero que al mismo tiempo no conocía del todo bien. Me resultaba imposible descifrarlo, era un completo desafío entrar en su corazón, por que en verdad quería hacerlo, o quizás no, no lo sabía, pero su presencia era tan grata para mí que lo necesitaba pero por más que yo tratara de que me quisiera, no podía lograrlo, de hecho, sufrí con su rechazo, sentí la sensación de pasados fracasos, pero a cambio del interés que yo quería de su parte, solo pudo ofrecerme su amistad y en ese entonces era tanta mi curiosidad por saber que pasaba dentro de su cabeza que la acepté, mejor eso que dejar de verlo, de escucharlo, de saber sobre él.

Me hice fuerte ante la desagradable palabra “Amistad” que duele más que quemarse con un hierro caliente, pero sin embargo y sin saber como se fueron dando las cosas, terminamos pasando cientos de noches juntos, fundiéndonos uno en el otro,  sin compromiso alguno, nos queríamos pero no lo decíamos, nos gustaba, éramos amigos que se deseaban la piel, se encantaban el sabor de los labios y se desvanecían por sentir el calor del otro.

Juan Cruz se había convertido en algo así como mi pasatiempo favorito, el era todo aquello que jamás quise de un hombre, no lo imaginaba siendo más que lo que éramos en ese entonces: La nada misma. Por otra parte jamás podría decir algo malo sobre su forma de ser conmigo, siempre respetuoso, honesto al punto de hacerme razonar sobre muchas cosas que quizás por ser obstinada no era capaz de ver. Lo que me brindaba, como habrá sido de lindo que no encuentro las palabras para describirlo, era único, no porque él lo fuera, sino por todo lo que me hacía sentir.

Y así íbamos por la vida, siendo nuestros dueños pero sin permiso de los dos. Hacíamos “buenos momentos”, en lugar de hacer el amor, aunque a el le gustaba llamarlo de esa manera. Yo prefería ser realista, yo no sabía como se sentía eso y mucho menos como se hacía entre dos personas. En fin, era todo tan poco improvisado que no había tensión entre nosotros, el deseo simplemente fluía de nuestros poros, desde la boca hasta la punta de los pies, cayendo como cascada por la espalda y terminando en un abrazo inventado por él, abrazándome aun dándome la espalda, pasando su brazo por sobre mi cintura. El supo, irrefutablemente, sacar de mí, la mujer que nunca nadie ha podido conocer jamás.

Abandoné los pensamientos que su recuerdo me traía, y me hallé extrañando los momentos que sin saber habían sido lindos junto a él y volví al mismo lugar en donde mi había quedado: Pegada a la ventana, como si estuviera esperando algo, sin saber que.

Confundida, algo mareada, en busca de despejar la mente, quise desaparecer. Hacía días que mi cabeza se comía a si misma. Estaba alterada y de mal humor, como si estuviera escondiendo algo de mi misma.

Busqué acobijo en el frío de las calles, afuera estaba aún mas helado de lo que parecía desde el calor de casa y sin ni siquiera buscar en mi mente, recordé el día que Juan Cruz se fue de la provincia en busca de su ser, un viaje con fecha de de ida pero sin fecha de regreso. Había armado sus bolsos, había metido todos sus sueños en el y caí en la cuenta de que yo no estaba en ellos, que de hecho ninguno de nosotros había formado parte del plan del otro y un día sin despedirse, sin dejarle fin a lo que habíamos vivido se fue.

Me detuve y recordé que nunca se despidió de mi, que simplemente tomó sus cosas y se marchó, como si todos los momentos vividos hubieran sido solo luces de colores y lo que mas odié fue que yo había sido testigo de ese proceso y me enfurecí conmigo misma y odié a Cruz, porque si bien el no era mío, yo sabía muy dentro de mi que yo si era un poco de el.

Con el cuerpo helado, decidí volver a casa, me sentía completamente fuera de mí. Deje el abrigo sobre el sillón, me dirigí a mi cuarto y miré en el espejo mi rostro húmedo y pálido. Sin poder aguantarme lloré como nunca antes, lloré tanto que me dolió el corazón. Sentí el pecho estrecho, tanto así que ni el aire podía entrar o salir de el. Entre tanta pena no me reconocía y fue entonces que comprendí todo aquel malestar que sentía: Extrañaba a Juan cruz, no solo mi piel sino que mi alma también lo hacía.

Ahora todo era tan claro para mí, todo iba encajando en su lugar. Amaba a Juan Cruz por sobre todo, amaba cada uno de sus defectos, amaba su manera de no hablar de ciertas cosas y su terrible carácter. Amaba esa actitud delirante y su lado más vulgar. Amaba el sonido de su risa, su voz al despertar, cada una de sus caricias, sus besos, sus manos al jugar con las mías. Amaba las tardes en las que sin querer verlo lo veía, por que sabía que a fin de cuentas el problema no era estar con el, sino dejarnos por la mañana.

Descubrí que todo el tiempo no hice más que protegerme a mi misma, negando todo aquello que sentía y no aceptaba para no salir herida. Por primera vez fui conciente que se sentía  estar enamorada y por fin me di cuenta de algo que jamás había logrado ver: Había sido cobarde, había evitado mi amor hacia Cruz para no sufrir, y ¿qué había ganado? Más bien, cuanto había perdido por no serle honesta a mis sentimientos, por miedo al rechazo, por haber ignorado lo que gritaba mi interior.

Entendí que el amor no son solo dos personas que se aman entre sí, que no son dos para convertirse en uno. Entendí que el amor simplemente es darse cuenta que existe, que está dentro de nosotros mismos, esperando que alguien nos toque la vida y nos despierte. Me di cuenta que en verdad lo amaba y entre tanta angustia y dolor pero aún con esperanza me pregunté: ¿Y si el miedo al rechazo también se apoderó de él? Entonces ya seríamos dos cobardes, amándose, él allá en donde quiera que esté y yo acá buscando razones para convencerme de que este dolor también va a pasar.

ETIQUETAS: