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El extraño personaje del ascensor

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Acababa de resignarme. Después de gritar, golpear la puerta y llamar al *911 repetidas veces, entendí que me quedaría en el ascensor hasta que los bomberos terminaran de atender una emergencia cerca de donde yo estaba. Con mi suerte como venía, pasaría la noche en la caja.

Dejé el peso caer hacia mi espalda y esta se arrastró por la pared del ascensor hasta tocar el suelo. Exhalé con fuerza y me quedé en silencio. Había algo que me molestaba… (Además de estar encerrada sin saber por cuanto tiempo, claro está). Era como el zumbido mudo de un televisor encendido, apenas perceptible por el oído humano…

De pronto lo vi y me asusté. No estaba sola en el ascensor… Él no se inmutó. Ni siquiera pareció percibir mi sorpresa…

La edad del hombre era difícil de estimar. Era de estatura media. La mirada atravesaba unos gruesos lentes y se perdía en la nada, a unos centímetros de su nariz brocoliforme. Estaba parado, como esperando todavía que se abriera la puerta. Si bien no podía explicarme su presencia dentro del ascensor, no me daba miedo. Se veía muy sereno, esperando que llegáramos Dios sabe a dónde…

Pensé que no estaba en sus cabales, así que le dije que estábamos atrapados, pero que en instantes nos vendrían a rescatar.

Después de un rato el hombre se sentó, todavía sin mirarme. Empecé a pensar… cómo yo, que había pasado mi vida en este edificio de escasos tres pisos, podía no conocerlo?

 Decidí presentarme. Le pregunté si era nuevo, porque no lo había visto antes. Con una muesca de incomodidad respondió que vivía en el edificio desde hacía sólo 25 años… Me sentí un poco avergonzada y quise saber más sobre aquel personaje misterioso… “Edmundo”. Recuerdo que ese era su nombre.

 Lo que relato a continuación me lo contó mientras esperábamos. Le costó un poco soltarse y entrar en confianza, pero una vez que comenzó no paraba. Parecía que no había hablado en años… y luego sospeché que quizás había sido así.

 Edmundo se describía como un tipo común. Dotado de una normalidad grisácea al 50%, tan lisa y pareja que no alteraba, conmovía ni producía contraste.

El hecho es que esta cualidad tan asingular, lo hacía casi imperceptible para la mayoría de las personas. Nunca llamaba la atención y la gente que alguna vez lo conocía, lo olvidaba rápidamente.

 No era tímido. Pero dejó de hablar porque pensaba que su timbre de voz era inaudible para la mayoría personas…

De pequeño tuvo muchos problemas. Su madre le llamaba cada vez con un nombre diferente. De hecho nunca supo que Edmundo fuera su verdadero nombre, sólo fue el que eligió, entre tantos.

Levantar la mano en la escuela no le servía de nada. Cuando realmente tenía una duda sacaba un gorro con plumas de colores reservado para tal fin, y cantaba como cacatúa para llamar la atención de la maestra. Por supuesto con esto conseguía su objetivo: un llamado de atención… y eso daba a Edmundo un sentimiento de indescriptible realización.

Llegaba tarde siempre, porque el bus nunca paraba por él. Por suerte, el preceptor no lo veía cuando entraba trepando por la pared del colegio.

 Me contó que cuando iba a comprar, tenía que pagar con el dinero justo, porque si no le daban el vuelto a otra persona.

Cuando lo saludaban por la calle –que no sucedía a menudo- sabía que era porque lo confundían con alguien… tenía un rostro tan obvio que a muchos les resultaba familiar.

De grande, vino a encontrar su vocación. Era actor. Estaba en una compañía de teatro negro de Praga, y era uno de los agentes invisibles que hacían funcionar la magia. Me confesó que, a veces, a modo de prueba, salía a escena sin su traje negro… y que nadie jamás lo había notado.

 Recuerdo que sentí un poco de lástima de aquel hombre y su solitaria vida. Pero me dijo que era feliz con cosas muy pequeñitas… Le gustaba el olor de las tostadas por la mañana, la puntualidad y cortar las uñas de sus pies con dedicación y esmero.

 También a mí Edmundo me resultaba extrañamente familiar. No entendía cómo, pero sentía conocerlo de toda la vida.

En algún punto de la charla, el cansancio –y aburrimiento- ganaron y me dormí.

Desperté cuando dos hombres vestidos de bomberos abrían la puerta. No vi a Edmundo salir, y cuando le pregunté a los bomberos me recomendaron que tomara un té y me fuera a dormir.

Cuando camino por el edificio voy atenta para poder verlo de nuevo… Escribí esta historia para no olvidarme de él. Estoy segura de que antes era más larga pero, como todo lo referente a Edmundo, ya ha comenzado a borrarse.

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