/El Lobo de la Arístides Street– Octava Parte

El Lobo de la Arístides Street– Octava Parte

El sonido de un mensaje entrante en su celular despertó a Javier. El joven se había quedado dormido ni
bien Vero dejó el departamento.
“Gracias x todo, Javi. Espero verte pronto. Te quiero!” – figuraba en la pantalla del teléfono del joven
Borrello.
Ante tal demostración por parte de Verónica, el Javi no pudo evitar esbozar una sonrisa al terminar de leer
el SMS. La muchacha no era muy expresiva habitualmente, o al menos era lo que le parecía a Javier. Le
respondió con un “Gracias Vero. Buenas noches! Besos”, se dio media vuelta y se dispuso a tratar de
reconciliar el sueño.
A la mañana siguiente, el sonido de su teléfono volvió a despertarlo. Esta vez no era un mensaje de texto
sino una llamada. Esta vez no se trataba de Verónica, sino de Daniela, la secretaria de la agencia.
– “Señor Borrello, le pido por favor que venga urgente a la empresa. ¡El señor De La Torre se ha
vuelto loco! Estoy asustada, por favor no tarde demasiado.” – dijo Daniela, sollozando.
– “Dani, quédate tranquila, en 10 estoy. Y ya te dije, no me digas señor Borrello, me hace poner
nervioso. Ya llego.” – respondió Javier tratando de calmar a la muchacha.

Al llegar a la agencia y tal como había sucedido la mañana anterior, Javier se encontró frente a un
panorama insólito. En esta oportunidad no se trataba de escraches en las paredes o ventanales rotos, sin
embargo, el escenario era igual de preocupante.
Decenas de personas se agolpaban en la entrada de la agencia, esperando por que la misma abriera sus
puertas. En su fachada, varios carteles hechos a mano decían cosas como: “¡Solo por hoy! 50% Descuento”
o “¡Liquidación por cierre! Hasta 50% OFF”. Del otro lado de las puertas del local, Fernando le daba
indicaciones al grupo de agentes de venta.
La expresión en el rostro de Javier era para retratarla y publicarla en la enciclopedia junto al significado de
“atónito”. El joven se escabulló entre la multitud y logró posicionarse en la entrada del local, la cual se
encontraba cerrada aún. Enfurecido, golpeó el blindex de forma tal que logró llamar la atención de De La
Torre. Luego de darle algunas indicaciones más a los vendedores, Fernando se acercó a la puerta, la abrió,
dejó pasar a Javier y se las arregló para calmar la ansiedad de aquellos que estaban esperando a que
abriera la agencia.
– “Vení Javi, entrá a la oficina y cerrá la puerta así te explico qué es lo que está pasando.” – le dijo
Fernando De La Torre a Javier mientras se prendía un cigarrillo.
– “Más te vale que me expliques qué es esta paparruchada que estoy viendo.” – exclamó enfurecido
el Javi.
– “Mirá Javier, te voy a ser sincero. Le debo mucha plata a gente que no se le puede deber ni un
centavo. ¡Estoy en el horno! Ayer me amenazaron con lastimar a mis hijos y yo no puedo
exponerlos a eso, ¿me entendés? Así que nada, tengo que hacer lo que haga falta para conseguir
esa guita hoy mismo, pagarle a estos tipos y desaparecer, al menos por un tiempo. Todos estos
autos los traje yo, así que son míos. Vos verás qué haces, igual acordate que pagué un año de
alquiler del local por adelantado. Vos podés ponerte lo que se te cante el orto acá: una heladería,
una gomería, un cyber, una casa de repuestos o hasta una verdulería si querés. ¡Mirá, si es por mí, ponete un cabarulo si te pinta! La cuestión es que yo hoy vendo la mayor cantidad de autos que
pueda y me voy a la mierda. ¿Capisce?” – confesó Fernando .
– “¡Ah pero si vos sos un hijo de puta! ¿Cómo vas a largar todo a la mierda de la noche a la mañana?
¡Y sin avisarme antes, por lo menos! ¿No te das cuenta que me dejas en la lona? ¡Acabo de firmar
un contraro de alquiler de un departamento por dos años! ¿Me estás cargando?” – exclamó Javier,
enfurecido.
– “Lo siento, macho. Estas son las reglas del juego. Si te pinta, volvé a la concesionaria a ver si te
toman de nuevo y sino siempre tendrás el taller de tu viejo para volver a laburar con él , ¿no? Hasta
acá llego. Así que o te quedás acá mientras yo liquido el local o te vas a tu casa y yo te llamo
cuando esté todo listo.” – respondió De La Torre mientras apagaba el cigarrillo, se acomodaba la
corbata y abría la puerta de la oficina.
– “Eh… si, no se. Ya veo.” – dijo Javier aun sin poder entender lo que estaba sucediendo.

 

Mientras Fernando dejaba la oficina y comenzaba a arengar a su equipo de vendedores, Daniela hacía su
entrada con un café y unas tortitas para Javier.
– “Señor Borr… Perdón. Javier, aquí le traigo algo para que desayune. ¡Está blanco como una hoja!” –
dijo Dani mientras dejaba la bandeja sobre el escritorio.
– “Gracias, Daniela. Tampoco hace falta que me trates de usted, me haces sentir un viejo de mierda.
Si soy apenas un par de años más grande que vos, ¿no? Perdón, esto me tiene mal. No se qué
vamos a hacer… Fernando se va a ir y me va a hacer poner la cara a mí con los empleados, con los
proveedores, con los clientes… ¡Me quiero matar!” – respondió Javier mientras se prestaba a
echarle dos cucharaditas de azúcar al café.
– “Tranquilo, Javier. Todo va a salir bien. Seguro encontrás la forma de salir adelante, ustedes dos
son tipos muy inteligentes y capaces. Me da pena por el señor De La Torre, espero pueda
solucionar sus problemas. Bueno, cualquier cosa que necesites voy a estar en la recepción.” –
contestó Daniela.
– “Si, andá tranquila. ¡Gracias por el café!” – dijo Javi mientras se llevaba la taza a la boca.
El joven Borrello no quería ver lo que estaba pasando, se rehusaba a salir de la oficina para ver cómo se
desmoronaba el proyecto al que le había dedicado tanto compromiso en los últimos meses. Llamó a
Verónica para buscar consuelo, pero no consiguió que lo atendiera. “Seguro está trabajando, no la voy a
molestar”, se contestó a sí mismo. Luego llamó a su madre, quien después de apenas un par de tonos,
atendió. Se quedó hablando con ella casi media hora y, de alguna forma, logró hacerlo sentir un poco
mejor. De hecho, aceptó la propuesta de su madre de ir a almorzar a casa con la familia. Le prometió que le
iba a hacer la tarta de choclo que tanto le gustaba…

Casi sin mirar a su alrededor, Javier dejaba la agencia. ¡Sin dudas, era un caos! Los vendedores no daban
abasto y los autos iban saliendo como si fueran pan caliente. Al borde del colapso, el Javi se subió a su
coche y se dirigió a la casa de su madre, donde lo esperaba un almuerzo en familia.
Mientras compartía la sobre mesa con sus padres tomando un cafecito, el Javi recibió un llamado de
Fernando. “Javier, necesito que vuelvas ya a la agencia. Necesito pedirte un favor, un último favor.”,
exclamó De La Torre sin poder ocultar su desesperación.
Al llegar al local, Fernando se encontraba cerrando las puertas del mismo. Ya no había rastros de la
muchedumbre que atestaba la agencia a primera hora, los agentes de venta ya se habían retirado con su última liquidación en la mano y en el salón de exposición de autos apenas quedaban tres de lo que supo ser
un grupo de varias decenas de vehículos.
– “Ya vendí todo, me quedaron estos tres que no me los pude sacar de encima porque tenían
problemas de papeles. En realidad, hay que ir al registro y pedir una copia de la documentación de
cada uno para tener todo en regla. Te los dejo, tomalos como tu parte en este negocio. ¡Ah! Y no te
olvides que tenés pagado lo que resta del primer año de alquiler del local.”, le dijo Fernando a
Javier mientras terminaba de llenar dos bolsos con fajos de billetes.
– “Bueno gracias, supongo. No se qué voy a hacer, la verdad… Me llamaste, ¿qué necesitás?” –
respondió el Javi, casi sin aliento.
– “Ah, si… Mirá, necesito que agarres uno de estos autos y me lleves al aeropuerto. Tengo que estar a
las cinco en el aeropuerto y son casi las cuatro. Pero antes de eso, necesito que me lleves a dejarle
esta plata a los tipos que me tienen de los huevos y a hacer un par de cosas que debo cerrar antes
de irme.” – contestó De La Torre mientras guardaba los bolsos con guita en el baúl de uno de los
autos que no habían sido vendidos.
– “Está bien, supongo. Ni que tuviera mucho más que hacer hoy…” – agregó Javier mientras pensaba
que si bien los últimos días no habían sido los más felices a la par de su socio, en definitiva sentía
que se lo debía por haberle dado la oportunidad de tener su propio negocio.

En primer lugar, Fernando guio a Javier hasta el café de la calle Sarmiento donde se encontraría con el
“Indio” Romero. De La Torre se bajó del auto, sacó los bolsos del baúl e ingresó al café. Al cabo de unos
diez minutos, salió como si nada y volvió a subirse al coche. “Arranca, dale. Espero no tener que verle la
cara nunca más al delincuente este”, dijo Fernando mientras se prendía un pucho.
A continuación, De La Torre le pidió a Javier que lo llevara hasta su casa para preparar la valija. Si bien ya
había ido anteriormente, tuvo que pedirle indicaciones para ir por el camino adecuado. Al llegar a lo de
Fernando, le pidió al joven Borrello que esperara en el auto. Al cabo de unos veinte minutos, De La Torre
salió con una valija de mano y una mochila, las cuales guardó en el baúl del auto.
Por último, le pidió pasar por otro lugar antes de llevarlo al aeropuerto. Tenía que ir a dejar esa mochila
antes de partir. Le comentó que era relativamente cerca de su casa y comenzó a darle indicaciones para
llegar. A medida que Javier iba siguiendo las indicaciones de Fernando, comenzó a tener la sensación de
que ya había andado antes por esa zona. Se le ocurrió que había unas canchitas de fútbol por ahí, a las que
había ido con sus hermanos en alguna oportunidad.
De repente Fernando le pidió que estacionara el auto, ya habían llegado. Javier frenó bruscamente y
detuvo el coche. Mientras De La Torre bajaba del mismo y abría el baúl para buscar la mochila, el Javi hacía
zapping entre las emisoras de radio en busca de algo que le llamara la atención. En una de esas, Javier
volteó la cabeza y su rostro se desfiguró completamente.

 

Arrodillado y entre lágrimas, Fernando abrazaba a sus dos hijitos al mismo tiempo. Los pequeños, sin
entender mucho la situación, se contagiaron del estado de su padre y comenzaron a sollozar. ¡Nunca lo
habían visto así y poco entendían lo que estaba pasando! Sin embargo, esta imagen no fue la que perturbó
al Javi. Lo que lo dejó sin aliento fue ver a Verónica, su Verónica, protagonizando esa inesperada escena.
Vero simplemente miraba como Fernando se despedía de sus hijos. Ella, inmutada ante el panorama, no
parecía quebrarse de ninguna forma. O al menos eso le pareció a Javier, hasta que vio a Fernando
entregarle la mochila que llevaba, sin antes abrirla y mostrarle los fajos de billetes dentro de ella. Ante ese
gesto, Verónica le dio un sopapo a Fernando y, entre lágrimas lo abrazó. Luego de unos segundos lo soltó, se dio media vuelta y volvió a ingresar a la casa. De La Torre volvió a abrazar a sus hijos y los mandó a seguir
a su madre al interior de la casa.
“Dale, arranca que nos vamos.”, le ordenó Fernando a un Javi atónito y boquiabierto, mientras sacaba un
pañuelo descartable para secarse las lágrimas.

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