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El Lobo de la ArístidesStreet– Quinta Parte

Javier se mantuvo en silencio por un par de minutos, ante la atenta mirada de Fernando. Si bien la oferta que le estaba presentando era muy interesante, era mucho el riesgo que tendría que correr. El Javi no estaba seguro de estar preparado para lidiar con tanta responsabilidad. La incertidumbre y las dudas sobre este posible empleo incrementaban exponencialmente a medida que corrían los segundos.

–          “¿Y si no estoy a la altura del laburo? ¡Nunca he manejado algo tan grande! ¿Y si nos descubren? ¡No puedo arriesgarme a que me pase algo a mí o a mi familia!” – exclamó Javier nerviosamente.

–          “Tranqui, Javi. No va a pasar nada, mientras seamos inteligentes. Yo voy a manejar todo, vos solo tenés que poner la cara. No tenés ningún  tipo de antecedente, por lo que nadie va a sospechar de vos. ¡Es perfecto!” – trató de tranquilizar Fernando al joven.

–          “No se, necesito consultarlo con mi vieja, con mi familia. ¡Por supuesto que me interesa la propuesta! Pero tengo que ver a qué costo…” – respondió el Javi.

–          “Mirá, no hay mucho tiempo. Tomate hasta mañana para pensarlo, porque necesito comenzar con esto cuanto antes. Insisto, es la oportunidad de negocio más importante de tu vida, espero no la dejes pasar…” – sentenció Fernando mientras pedía la cuenta.

Luego de pagar la cuenta por lo que habían tomado, los muchachos se dirigieron al coche de Fernando. Mientras se subían al vehículo, un trapito que estaba apostado en las inmediaciones del bar se acercó y le dijo al conductor: “Primo, son veinte pesitos.”. Frente a este atropello, el dueño del auto respondió: “¡Andá a laburar, primo!” mientras arrancaba y salía rápidamente sin mirar atrás.

Una vez que llegaron a la casa de Javier, antes de que él se bajara, Fernando le recordó que necesitaba una respuesta urgente. El joven le prometió pensarlo durante la noche y darle una respuesta al otro día. Ni bien entró a su hogar,el Javi saludó a su mamá con un beso en la frente. La Nancy estaba tejiendo una bufanda mientras veía un programa de chimentos de la farándula argentina. Se acercaba el fin de semana y tenía que terminarla para ver si la podía llegar a vender en la feria de artesanos a la que asistía religiosamente todas las semanas. El Javi le contó a su madre sobre lo que había pasado y le pidió su consejo. A ella no le gustó para nada la idea, sobre todo porque iba a poner en riesgo su bienestar y el de su familia. Sin embargo, en los ojos de su hijo pudo ver esa ilusión y ansiedad que lo delataban cuando se entusiasmaba con algo. Trató de tranquilizarlo diciéndole que siempre iba a contar con su familia, pasara lo que pasara. Luego, mientras dejaba la bufanda a medio terminar sobre el sillón, lo abrazó y le sugirió que lo pensara durante la noche. Javier le devolvió el abrazo, le deseó unas buenas noches y se dirigió a su habitación para intentar meditar la situación con la almohada. Luego de pasar casi una hora dando vueltas en su cama y sin poder conciliar el sueño, decidió enviarle un mensaje de texto a Fernando: “Acepto la propuesta. ¿Cómo hacemos?”. En cuestión de minutos llegaría la respuesta: “OK. Nos encontramos a las 9 de la mañana en San Martín y Videla Correa.”

Al día siguiente los muchachos se encontraron en el lugar pautado por Fernando, quien ya había hecho los trámites necesarios para alquilar un local comercial muy amplio ubicado en la calle Videla Correa casi llegando a San Martín, cerca de la Alameda. Una vez que ingresaron al lugar donde iba a estar ubicada la nueva agencia, comenzaron a recorrer las instalaciones. A Fernando, acostumbrado a la imponente concesionaria, le parecía un lugar horrible y demasiado chico. Sin embargo, para el Javi significaba algo increíble. ¡Se estaba convirtiendo en el dueño de una agencia de autos! ¡Recién le estaba cayendo la ficha! Si bien sabía que el verdadero propietario iba a ser Fernando, para el resto de los mortales Javier iba a ser el único dueño del negocio.

Las primeras semanas no fueron muy exitosas en la agencia. Aún no contaban con suficientes autos en las vidrieras y la crisis económica por la que atravesaba el país no generaba un panorama muy alentador. Sin embargo, semana tras semana, Fernando adquiría varios coches para poner a la venta en el local. Si bien Javier intentaba interiorizarse en los detalles de las operaciones, Fernando no le permitía acercarse demasiado. Por otro lado, poco a poco, el Javi iba ganando experiencia en lo que era la venta de autos. Era muy hábil para potenciar las ventajas que ofrecía cada una de las marcas y modelos. Además, los clientes entraban en confianza rápidamente con él.

A partir del segundo mes el negocio comenzó a crecer exponencialmente, de forma tal que Fernando decidió contratar a dos vendedores más para ayudar a Javier. Finalmente el panorama comenzaba a esclarecerse y el dinero empezaba a fluir en grandes cantidades. El Javi estaba muy contento porque de a poco comenzaba a lograr su independencia económica, el hecho de que sus ingresos estuvieran representados por un número de cinco dígitos lo hacía sentir como nunca antes: poderoso. Sin embargo, los primeros meses se gastó muchísimo dinero en regalos para su familia y en herramientas para el taller de su padre. De hecho, una de las primeras cosas que hizo fue comprarle metros de tela y lana a su madre para que pudiera seguir adelante con su microemprendimiento.

Al sábado siguiente, como casi todos los sábados de ese año, Nancy se reunió con su vecina/socia para ir juntas a una de las plazas más concurridas del microcentro mendocino a tratar de vender sus productos. Pedro, su marido, se había ofrecido para acercarlas antes de abrir el taller. Llenaron el baúl con las artesanías, tejidos y adornos que estaban listos para la venta y se pusieron en marcha. Al llegar a la plaza, armaron su puestito y prepararon el mate mientras esperaban a que se acercara algún cliente.

La mañana no había sido muy favorable para el negocio de las señoras. Era fin de mes y si bien la gente se detenía a preguntar sobre distintos productos que ofrecían, apenas algunos compraron algo. Era cerca del mediodía y estaban por levantar campamento para volver a casa a almorzar, cuando de repente se acercó una mujer. Luego de saludar a las señoras, quitarse sus anteojos de sol y colocárselos como vincha, tomó uno de los gorros de lana que estaban en exposición.

–          “¿Sería tan amable de decirme el precio de este gorro, señora?” – preguntó la joven mientras analizaba el producto y sentía su textura.

–          “Claro, mi hijta. Para usted, son $70.” – respondió la madre de Javier muy amablemente.

–          “Perfecto. Me lo voy a llevar.” – exclamó la señorita mientras abría su cartera negra y desproporcional en busca de su billetera.

–          “¿Necesita que le dé una bolsita para regalo o con una común estará bien?” – preguntó Nancy.

–          “No se preocupe, es para mí. Le hago una preguntita, ¿usted trabaja por encargo? Resulta que dentro de unos días es el cumpleaños de mi mamá y me gustaría regalarle un chal. ¿Yo podría encargárselo a usted?” – dijo la mujer mientras le pagaba el gorro a Nancy.

–          “¡Claro que sí! Es una de mis especialidades. No traigo muchos acá porque ocupan mucho lugar y últimamente la gente no me ha comprado ningún chal. Pero si usted me dice que lo necesita, yo para el fin de semana que viene se lo puedo tener listo.” – respondió la Nancy mientras guardaba el billete de cien pesos y le entregaba el vuelto a la chica.

–          “¡Sería fantástico! Se que le va a encantar. Le pido que lo haga de colores sobrios, porque ella es bastante clásica para vestirse. Yo podría pasar a buscarlo el sábado que viene por la tarde, si le parece bien. Voy a necesitar que me diga por donde debería pasar a buscarlo.” – exclamó entusiasmada la chica.

–          “Por supuesto, para el sábado que viene lo tendré listo. Mire, le dejo mi celular. Usted llámeme el sábado como a esta hora y le digo por donde puede pasar a buscarlo. Lo más probable es que sea por aquí mismo, si no le molesta.”  – contestó Nancy mientras escribía su número de teléfono en un papelito y se lo alcanzaba a la muchacha.

–          “De acuerdo, eso haré. Le agradezco mucho. La llamaré el sábado que viene para coordinar con usted.” – respondió la joven mientras guardaba el papelito en uno de los bolsillos de la billetera.

–          “No hay problema, mi hijita. Discúlpeme, ¿cuál es su nombre?” – preguntó la señora.

–          “Me llamo Verónica. Perdón, es que a esta hora lo único en lo que pienso es en comenzar de una vez el fin de semana. ¿Usted cómo se llama?” – respondió la chica, avergonzada.

–          “No se haga problema, entiendo. Me llamo Nancy. Vaya tranquila, mi hijita. Espero su llamado la semana que viene.” – dijo la madre de Javier mientras volvía a tomar asiento.

–          “Muchas gracias, Nancy. Hasta luego.” – exclamó Vero mientras se marchaba.

Al sábado siguiente, alrededor del mediodía sonó el teléfono celular de la Nancy. Dejó abruptamente sobre la mesada el cucharón con el que estaba revolviendo el tuco de los ravioles y salió disparando hacia el comedor donde había dejado su teléfono.

–          “¿Hola? ¿Quién habla?” – preguntó la señora luego de bajar el volumen del televisor.

–          “¿Cómo le va, Nancy? Habla Verónica. No se si se acuerda, pero el sábado pasado le había pedido un chal para mi madre y usted me dijo que la llamara hoy.” – respondió tímidamente Verónica.

–          “Si, corazón. ¡Claro que te recuerdo! Tengo el chal de tu mami aquí en mi casa. Hoy no fui a la plaza porque me levanté con la presión un poco baja. ¿Podrás pasar por mi casa a buscar el regalo de tu mamá?” – dijo la Nancy.

–          “¡Uh! No me diga que está medio decaída… No se preocupe, puedo pasar por su casa esta tarde, ningún problema. Voy a necesitar que me diga la dirección.” – contestó la joven.

A continuación, la Nancy le dictó la dirección de su casa y luego de saludarla afectuosamente, continuó preparando el almuerzo. El Javi había prometido ir a almorzar, por lo que le estaba preparando los ravioles de ricota que tanto le gustaban.

Eran las cinco de la tarde y después de haber almorzado como si fuera la última vez que lo haría, el Javi se levantaba finalmente de una merecida siesta. Esa tarde se había decido a lavar el auto que su padre le había regalado. Gracias al éxito que venía teniendo la agencia, finalmente había podido retomar la restauración. Antes de salir a la entrada de la cochera de la casa donde había estacionado el auto, se calzó los cortos del glorioso globo lasherino, una remera del taller devenida en musculosa y un par de ojotas viejas. Al cabo de media hora, mientras limpiaba el interior del auto, pudo ver como un auto se acercaba a su casa y se estacionaba al lado del puente. Era un auto grande, gris plata y tenía los vidrios polarizados. Trató de adivinar de quién podría ser ese vehículo pero fue en vano. Casi tan en vano como tratar de desviar la mirada de la mujer que se bajó del lado del conductor.

Para Javier, Verónica representaba a la perfección lo que comúnmente él y sus amigos denominaban un “camión”. Morocha, ojos color miel, ligeramente alta y con un cuerpo que seguramente era la envidia de toda mujer. No solo eso, su forma de caminar y de vestir cautivaron al Javi como nunca antes lo habían hecho. Vero llevaba unas calzas negras que agraciaban más aun sus infinitas y torneadas piernas, una camisa de jean, botas marrones, anteojos de sol y un gorro de lana que hubiese jurado estaba hecho por su madre.

La muchacha activó la alarma de su auto y caminó hacia la entrada de la casa del Javi. ¡El flaco no entendía nada! Si bien no podía sacarle la vista de encima, no había forma de que pudiera hilvanar siquiera alguna especie de pregunta, o saludo siquiera, como para generar la excusa de una conversación. La mujer tocó el timbre de la casa del Javi y mientras esperaba le dirigió la mirada luego de quitarse los anteojos de sol. Javier, ante este escenario, se sintió intimidado y nervioso. Apenas si pudo sostener la mirada mientras la Nancy abría la puerta de la casa.

–          “Hola, nena. ¿Cómo estás? ¿Tuviste problemas para encontrar la casa?” – preguntó la madre de Javier.

–          “Buenas tardes, Nancy. Me costó un poco encontrar el lugar, no había venido nunca por la zona. ¿Quién es él? – respondió Vero refiriéndose a Javier.

–          “Es mi hijo, Javier. Es dueño de una exitosa agencia de autos y está soltero.”  – exclamó la Nancy con un dejo de picardía.

–          “¡Wow! ¡Qué interesante! HolaJavier.” – dijo Verónica mientras volvía a posar su mirada sobre el joven.

–          “Hola.” – balbuceó Javier.

Nancy hizo pasar a Verónica a la casa y antes de cerrar la puerta le guiñó un ojo a su hijo, quien aún se encontraba atónito por lo acontecido. Una vez en el comedor, la señora le pidió a Vero que tomara asiento mientras iba a su habitación a buscar el chal. Cuando la joven recibió la prenda recién terminada, le agradeció a Nancy con un tímido abrazo y le preguntó cuánto era lo que le debía. Luego de cobrarle por el chal, la señora le pidió a la muchacha que se quedara a tomar un par de mates con ella. Verónica aceptó la propuesta y sin sospecharlo se sometió a un interminable interrogatorio por parte de la madre de Javier. Al tercer mate, la Nancy le pidió por favor si podía acercarle uno a su hijo que aún estaba afuera lavando el auto. La chica aceptó el pedido luego de dudarlo por un par de segundos y se dirigió en dirección a la calle con el mate en una de sus manos.

–          “Javier, ¿querés un mate?” –le preguntó tímidamente Verónica al Javi, quien estaba terminando de enjuagar una de las ruedas.

–          “¿Ah? Ah, si. Bueno.” – respondió el joven como pudo.

–          “¡Qué lindo auto! Me fascinan los autos antiguos.” – exclamó la muchacha mientras admiraba el coche.

–          “¡Si, a mí también! Este me lo regaló mi viejo y yo lo he ido restaurando de a poco. Estoy viendo si lo puedo llegar a dejar como nuevo para presentarlo en la exposición de autos clásicos de la semana que viene, pero no creo que llegue a terminarlo a tiempo.” – dijo Javier ahora ya un poco más relajado.

–          “¿En serio? ¡Sería buenísimo! La empresa para la que trabajo auspicia el evento ¿Es el que se hace en el auditorio, no? No puedo prometer que tu auto va a estar en la exposición, pero si tengo un pase VIP de más que podría regalarte…” – propuso Verónica.

–          “¡Me estás jodiendo! ¡Si, es el que se hace en el anfiteatro! Me muero si puedo ver de cerca esas impresionantes máquinas. Te estaría toda la vida agradecido si me podés conseguir ese pase.” – contestó entusiasmado Javier.

–          “Si, no hay problema. Yo iba a ir con mi primo, al que le fascinan los autos, pero tiene que viajar el fin de semana así que no podrá. Hagamos una cosa… Dame tu número y yo te llamo cualquier cosa.” – dijo Vero mientras sacaba su celular.

Luego de agendar el número de Javier, Verónica volvió a entrar a la casa para despedirse de Nancy. A los pocos minutos volvió a salir, se despidió de Javier y se marchó en su auto. El Javi nunca antes se había sentido tan cautivado por una mujer. Sin embargo, no podía obviar la sensación de que ella simplemente había sido amable con él y que realmente no lo llamaría para ofrecerle esa entrada de más que tenía para el evento. Javier apenas pudo dormir esa noche.

La semana transcurrió como cualquier otra. Las ventas en la agencia continuaban repuntando y al Javi le venía bien estar ocupado en su trabajo para no estar pendiente de su celular todo el santo día. El jueves a la noche, mientras atendía a un cliente, recibió una llamada de un número que no tenía agendado. Le pidió disculpas al hombre que estaba por comprar uno de los autos de la agencia y se encerró en su oficina a atender la llamada. Era Verónica. Luego de saludarla sin poder ocultar su emoción, tuvieron una conversación que duró algunos minutos. En ella, la joven le indicaba que iba a dejar un pase a nombre de él en la recepción del evento. Él solo tenía que presentarse con alguna identificación y podría retirar el precinto VIP. Luego de agradecerle una y otra vez, se saludaron amablemente y finalizó la conversación. Javier salió de su oficina y continuó atendiendo al cliente con una sonrisa de oreja a oreja. De hecho, estaba de tan buen humor que dejó que el tipo le regateara una luca del precio final del auto.

Cuando llegó el día del evento, Javier se puso el traje que había comprado aquel día que vendió su primer auto en la concesionaria en la que trabaja anteriormente. Sentía que le iba a traer suerte. Luego de retirar el pase VIP, tal y como Verónica le había indicado, comenzó a recorrer el salón deslumbrado por lo que veía. A cada paso, dejaba escapar alguna exclamación que hacia denotar lo emocionado que estaba. Coches de todas las marcas y modelos colmaban el auditorio. Sin embargo, lo que terminó por quitarle el aliento fue encontrarse con Verónica en una de las barras que habían instalado especialmente para esa noche. Ella lucía un vestido rojo ajustado, pegado al cuerpo. Él no tenía mucha idea de alta costura, pero sabía que nunca había visto nada igual. Al acercarse, pudo maravillarse con el dulce aroma de su pelo mientras le daba un tímido beso en la mejilla.

Vero se alegró de verlo y le hizo un cumplido por lo bien que le quedaba el traje. Javier le agradeció el comentario, sin poder ocultar lo sonrojado que estaba. Charlaron por casi media hora antes de que ella se despidiera para seguir trabajando. Esa noche tenía que hacer presencia y tratar de establecer contacto con futuros clientes de su empresa. Obviamente, Javier entendió la situación y luego de agradecerle nuevamente por el gesto que había tenido para con él, se despidió luego de decirle que ese vestido la hacía ver como una princesa.

Durante los siguientes días, Javier solo podía pensar en Verónica. Si bien apenas la conocía, sentía que habían establecido una conexión que no tenía precedentes en su vida. ¿Acaso estaba enamorado? ¡Nunca se había sentido así con nadie! Como para agravar aún más la situación, su madre le preguntaba todos los días si tenía novedades de ella. Evidentemente, a la Nancy le había caído muy bien Verónica y ya se la imaginaba como la futura madre de sus nietos.Sin exagerar, la estimaba tanto como para dejar de lado los típicos celos de toda madre…

Había pasado casi una semana del evento de autos clásicos y Javier no había vuelto a tener novedades sobre Verónica. Una de esas noches, cuando Javier se prestaba a cerrar la agencia, recibió un llamado de ella. Sorprendido y emocionado a la vez, atendió. Vero tenía problemas para hacer arrancar su auto y estaba un poco asustada porque tenía el auto estacionado en una zona bastante oscura y en la que no pasaba mucha gente. Como sabía que Javi trabajaba relativamente cerca donde ella estaba, se le ocurrió pedirle su ayuda. El joven trató de tranquilizarla y le aseguró que iba en camino. Se apuró para cerrar la agencia y salió despavorido.

Al encontrarse con Verónica, el Javi intentó hacer arrancar el auto de ella. Según su experiencia había algún problema con la batería, lo cual le parecía raro porque era un auto relativamente nuevo. El joven, siempre preparado, abrió el baúl de su auto y extrajo las herramientas para poder hacerle puente al auto de Vero. Al cabo de unos minutos, hizo arrancar el coche sin problemas. La muchacha se mostró muy agradecida y se sintió en deuda con Javier. Tal así que lo invitó a cenar a su casa al día siguiente. Javier, atónito, aceptó la propuesta sin dudarlo. Verónica lo saludo rápidamente ya que estaba llegando tarde al cumpleaños de una amiga, pero antes de irse le anotó su dirección en la parte de atrás de un ticket de estacionamiento. Mientras veía a Vero alejarse en su coche, el Javi no encontraba forma de desdibujar la sonrisa que la hermosa joven había pintado en su cara.

Al día siguiente, la jornada laboral se hizo interminable para Javier. Fernando estaba de viaje, por lo que toda la responsabilidad recaía sobre él. De todas maneras, nada podría arruinar esa noche… Ni bien pudo cerrar la agencia esa noche, le mandó un mensaje de texto a Vero indicándole que estaba en camino. Su madre le había aconsejado que por lo menos llevara algo para tomar, que no cayera con las manos vacías. Dicho y hecho, se detuvo en el camino para comprar una botella de vino. Como esta no era un área en la que tuviera mucho conocimiento, decidió aceptar la sugerencia del flaco que atendía el negocio. Con la botella en su haber y cargado de ilusiones, se dirigió a la casa de Verónica. Al llegar, ella lo recibió con la cena lista. Había preparado pollo a la portugesa, uno de los platos que la muchacha consideraba mejor le salían. Luego de servir los platos y pedirle a Javi que hiciera los honores con la botella de vino, comenzaron a cenar.

La conversación durante la cena fue muy fluida. Hablaron de sus vidas, de sus experiencias durante la adolescencia, de sus fobias… Javier sentía que podía contarle cualquier cosa a Vero. Había generado una confianza que no tenía con nadie más, ni siquiera con sus hermanos. Se sentía muy cómodo con ella. Una vez que terminaron de cenar, la joven lo invito a pasar al living para estar más cómodos. Luego de tomar su copa de vino, se sentó en su sillón blanco y lo invitó a Javier a acompañarlo. Sin dudarlo, el muchacho se sentó al lado de Vero, quién le remarcó que había dejado su copa sobre la mesa. Avergonzado, el Javi volvió a pararse en busca de su copa. Luego de agarrarla, se dejó caer en el sillón junto a Verónica. Continuaron con la conversación, la cual los tenía cada vez más cerca el uno del otro. Envalentonado por el efecto del alcohol, el Javi dejaba escapar alguna que otra mano que se reposaba sobre la rodilla de Vero. Ella lo dejaba. Él se acercó a su oído derecho y entre susurros le dijo que era la mujer más hermosa que había conocido. Ella se retrajo y lo miró fijo a los ojos, sin decir una palabra. El silencio se adueñaba de la situación. Javier pudo entender que era muy fino el límite que separaba ese silencio de una situación incómoda, por lo que decidió hacer algo que fue más impulsivo que racional. Con su mano izquierda la tomó suavemente del cuello y la besó apasionadamente. Verónica se mostró un tanto sorprendida, hasta incómoda en los primeros segundos. Sin embargo, al cabo de un instante, se rindió completamente ante los labios del muchacho.

Javier podía sentir como si su corazón quisiera escaparse por su garganta mientras besaba a Verónica. Se sentía muy bien con ella, tal así que comenzaba a tomarse algunas atribuciones. La tomaba de las manos, acariciaba su antebrazo de punta a punta, recorría su cuello con sus besos y dejaba que su mano se posara sobre su rodilla. Al cabo de una hora en la que los jóvenes comenzaban a construir su vínculo íntimo, el clima se vio interrumpido por el teléfono de Verónica que comenzó a vibrar. Ella trató de hacer caso omiso al llamado pero quien estaba tratando de contactarse con ella insistió bastante. Tal así fue que Javi le dijo que atendiera, que no se hiciera problema. Vero, ante el visto bueno de Javier, sacó el celular de su bolsillo. Un tanto curioso, Javier trató de mirar de reojo el celular de Vero para saber de quién se trataba. Ante su incrédula mirada, en la pantalla del teléfono figuraba una llamada entrante asociada a una foto de un tal Fernando De La Torre. Si, Fernando, su socio.

CONTINUARÁ…

 

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