No sé qué habrá pasado, pero una epidemia se introdujo en la sociedad mendocina, no era el h1n1 ni el ébola. Era algo nuevo, el virus de la histeria empezó a brotar de a poco y fue convirtiéndose en una plaga que afectó a la sociedad mendocina.
Ayer estaba hablando con una amiga que me gustaba hace un tiempo pero nos hicimos buenos amigos. Casi que hablábamos de todo, y sin filtro, eso fue lo que más me gustó de todo de esa amistad que hicimos después de tirarle más centros que Pavon a Wanchope y que ella las dejara pasar. En fin, tocamos el tema de las relaciones y me comentaba que, según sus amigas, los novios/chongos/el que le meaba la raya andaban medios pelotudos, como si todos se hubieran puesto de acuerdo.
Charlamos un largo rato, me contaba que a ella le pasaba lo mismo, que su chongo andaba medio choto, que les hacía planteos de minita, que esperaba que ella le hablara, le ponía excusas boludas para no juntarse y que hace rato, desde que la pusieron, no era el mismo. Yo sinceramente no tenía ganas de hablar sobre temas de amores porque la verdad que me aburen y se lo dije al momento de haberme mandado 4 audios de 2 minutos sobre el asunto, pero dentro de esos audios dijo algo interesante: “Los hombres andan pelotudos, debe ser algo contagioso. El virus de la histeria debe andar suelto”.
Al principio me dio risa, pero después me dejó pensando, más allá de que somos pelotudos ya de por sí con o sin enfermedad, ¿y si es verdad que un virus anda azolando a los hombres mendocinos? Esas declaraciones de las amiga de Mónica me dejaron dudando, algo pasaba, no sé qué, pero había algo raro en el ambiente. No quise pensar ni enroscarme tanto en el tema. Me acosté un rato, me puse a escuchar música y mirar Facebook, pero creo que fue peor.
Mientras observaba el inicio de mi perfil me daba cuenta que no solo las amigas de Mónica lo estaban padeciendo, no podía creer la cantidad de chicas tirando estados como: “Te quiero, pero no podemos ser algo más.”, “Seguro me estás dejando por otro.”, ”Me estás asfixiando.”, “Si a la iniciativa la tenés vos, mejor te digo que no.”, “No puedo presentarte a mis amigos, porque son medio boludos.”, ”Cuando haya gente no nos agarremos de la mano.”, “Los findes salgo con los chicos.”, “Perdón, no sos lo que esperaba.”, “Me ahogas.”, “Estás un poco intensa.”, “Necesito tiempo para pensar”, “No sos vos, soy yo.”, “Estoy con la cabeza en otra cosa.”, “Vamos muy rápido.“, “Ya no somos los mismos de antes”
Les histeriqueaban a chicas de esas que cualquier flaco le gustaría, al menos, que le hablen, que le saluden como mucho. Yo no podía creer como podía ser que alguien le dijera que “no” o que no le diera bola vaya a saber por qué, ¡y no uno, sino varios! No me entraba en la cabeza. Ahí fue cuando definitivamente consideré la posibilidad de que un virus andaba suelto en Mendoza.
Pero, ¿por qué solo ataca a los hombres? Las posibilidades que se me venían a la mente era que fuera por transmisión sanguínea, saliva, o sexual. Y si fuera así, ¿Cuánto tiempo me queda a mí? ¿Estaré infectado? ¿Cómo podría saberlo? Esa duda me hizo sentir un frio que me recorrió todo el cuerpo. No podía perder más tiempo, en cualquier momento podía ser el siguiente, tomé un abrigo y me dispuse a ir a mi médico de cabecera.
Fui a la parada a esperar el 112 que me dejaba lo más cerca de la Clínica de Cuyo, donde se encontraba trabajando esa tarde mi doctora. Mientras esperaba el micro conversaban dos señoras y una chica rubia de ojitos claros, como de mi edad, estaba sentada mirando el celular. No pude darme cuenta que esa rubia cada tanto levantaba su mirada. Y me miraba. Y rápidamente bajaba su mirada y soltaba una sonrisa tímida. A los 5 minutos pasó mi micro, las señoras lo miraron pero no se inmutaron, no era el suyo, pero mientras lo paraba, la hermosa chica se levantó y enfiló camino para tomárselo. Como caballero, la dejé subir primero, y soltó una sonrisa. Aunque se subió primero se quedó parada y me senté antes que ella en uno de los asientos dobles que estaba desocupado, y ahí se dispuso a sentarse, alado mío, habiendo muchos asientos desocupados, eligió sentarse junto a mí, yo no lo podía creer.
Era una mujer divina, y de manera muy simpática me empezó a hablar, yo no lo podía creer, semejante mujer hablándome de la nada, era algo increíble, pero en ese instante me entró una paranoia que no me pude sacar, mientras me hablaba que estaba sola, que cortó hace poco con un chico porque le dijo que necesitaba tiempo para pensar, que estaba con la cabeza en otro lado y que iban muy rápido, en eso me llegó un mensaje de Mónica, le escribí que estaba yendo al médico, preocupada me pregunto si pasaba algo, pero antes de poder responderle sentí que alguien me tomaba la mano, y ahí fue cuando levante la cabeza y la vi muy cerca, esa rubia me miraba con esos ojos azules, me sonreía y me preguntaba si estaba hablando con mi novia (supuse que se había percatado que le escribía a una chica) y le contesté que no, que era una amiga. Me sacó el celular de las manos sin preguntarme, antes que pudiera responderle algo más a Mónica, me dijo que le parecía lindo, tecleó algo en mi teléfono, era su número, me pidió que la llamara que quería juntarse algún día.
Mi parada estaba a dos cuadras, me dio el celular y mientras me levantaba me toco las nalgas, fue algo muy extraño e incómodo, pero no dije nada, el pánico me paralizaba las piernas. Estaba a media cuadra, ya había tocado el botón, y espere a que abrieran las puertas, en eso vi que dos mujeres me miraban fijo, murmuraron algo entre ellas y se reían, una de ellas se mordía el labio mientras no despegaba su mirada de mí, y sentía como si ambas me desnudaban con sus miradas. Bajé la cabeza, y descendí lo más pronto que pude. Antes de pisar el último escalón escuchaba que me gritaban cosas como “como me gustaría ser mayonesa para que me la eches en estas nalgas” y otros piropos a lo lejos que no alcance a escuchar bien.
Todo esto me generaba un pánico terrible, sentía que era el único que aún no estaba contagiado, y por eso todas las chicas me miraban y me hablaban. A los segundos de haberme bajado me entró una llamada, una tal “Celeste (chica del micro)” no sabía quién era, pero supuse que era la rubia a la que me anotó su celular, no sé en qué momento sacó mi numero pero el pánico se apoderaba de mí, y sentía que en cualquier momento podía caer, no quería contagiarme, no la atendí, y entre rápido a la clínica. La secretaria me tomó los datos, pero me llamó la atención que me pidiera mi número, jamás me lo habían pedido, le pregunté si era una normativa nueva de la clínica. Y me miró. Y soltó una sonrisa pícara. Y ahí me di cuenta que no era para el trámite, sino para ella. Me dijo que “el número no era obligatorio, pero si se lo daba podía agilizar el trámite”, sentí un nudo en la garganta, con palabras escuetas y entre dientes le dije que no hacía falta, que esperaba. Y mientras le daba mi número no dejaba de observarme, como deseándome, esa misma mirada que las chicas del bondi, pero peor…
Continuará…