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Ginebra, tango y mal de amores

Hace unos días la Doctora Yvonne dejó el siguiente comentario en mi blog personal (El Pozo con Fuego)

“Estimado Ángel Gris: He leído en un blog por ahí, un comentario tuyo que me llamó la atención y que decía algo así como «el mejor remedio para el mal de amores es la ginebra».

Me gustaría saber qué posibilidades hay de que amplíes este concepto, es decir, que lo expliques un poco más, pues aunque puede parecer un poco obvio, a mi me pareció muy interesante.

Mi blog trata sobre el Mal de Amores, y me encantaría tener un aporte tuyo. O si quieres lo escribes un post en tu propio blog y yo lo linkeo. Contame qué te parece la idea, saludos!”

Como los pedidos de las damas, en general, son órdenes para mi, acá va la intentona. Antes aclarando que la palabra “remedio” está demás; no hay cura para el mal de amores, solo calmantes.

Mal de amores es el desgarro del corazón. Es ese pesar, que hace que veamos a Cioran como un alegre optimista. Es tener la absoluta seguridad, de que nada tiene sentido, que el universo es una broma de mal gusto, de algún Dios borracho y triste. Es querer suicidarse y no poder, porque no solo somos cobardes, sino que algo nos manda a seguir sufriendo. Es odiar. Es arrepentimiento, nostalgia y llanto, pero llanto entrañudo, con mocos sorbidos y gritos. Es romperse la mano de una trompada a una pared y seguir pegando. Quien no lo haya padecido o quien no lo haya vivenciado así, pues como dice Savater “por favor: dejen de leerme, vayan a vivir unos cuantos años más y después regresen si les apetece, pero ya con más experiencia”.

Luego de tratar de explicar lo inexplicable, relacionémoslo, pues, con la ginebra.

Quizá por haber tomado más de lo aconsejable por los hepatólogos, por haber sido dueño de un bar, o por ese dejo tanguero heredado, es que relaciono casi todos los estados de ánimo con bebidas y estilos musicales.

Nada mejor para el final de un partido de rugby, que una cerveza helada y rock and roll. Hesperidina o Caña Legui y “Mil horas” para recordar esa adolescencia de borracheras, con botellas robadas a la abuela. Malbec y Serrat para cenar con mujeres. Cabernet de damajuana y folklore para un asado machazo. Whisky bueno y jazz, para filosofar con amigos hasta tarde. Cognac y Piazzolla, para leer a Borges, a media luz, solo. Champagne, para esa primera cita con la tetona que perseguimos meses, Whisky barato y murmullo de putas, para acompañar a un amigo en su peor momento. Pero para el mal de amores, Tango y Ginebra.

No me vengan con, digamos, Ron, no señor, vaya con ese Ron a escuchar un bolero que lo suyo es una molestia pasajera, ni se le ocurra asociar el mal de amores con Fados y Oportos, usted o es muy antiguo o muy pelotudo, ni con Caipirinha y Bossa, lo suyo es juventud.

Señor -digo señor, porque sólo conozco el mal de amores macho- ese vaso de mierda, con esa ginebra transparente y barata, que permite ver por el culo, la fórmica de mierda, del mostrador de mierda, del bar de mierda, del mundo de mierda y ese tango hijo de puta que estruja las entrañas, es lo único que nos puede acompañar en ese momento.

Y si no, no se nada, no ya de música y bebestibles, si no de la vida.

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