Tenía que portarme con un regalo para mi señora, el motivo es más que valedero, cumplíamos años de casados. Hacía varios meses que me venía tirando sutiles «indirectas» sobre unas zapatillas que le gustaban. Consciente de que eran caras, me tiraba suaves palitos para que me diera cuenta, onda «mirá estas zapas que tiene Mili, me encantan», «apenas salgamos de las deudas me las compro», «amo esas zapatillas»,»¿viste las zapas que tiene esa chica?, las amo», «mirá amor, esa modelo tiene las zapas que te digo que me encantan».
El asunto no dio para más, así que aproveché una tarde y me fui a recorrer el centro y el shopping en busca de las queridas zapatillas. Los precios estaban por las nubes, así que decidí compararlos con los de Mercado Libre. En esta ocasión no había mucha diferencia, pero ese no era el problema. El tema era que no encontré, en esa plataforma virtual, el mismo modelo que la susodicha ansiaba. Así que decidí googlear el nombre del producto y comenzar a bucear en la web.
Navegué cerca de una hora, sin encontrar resultados satisfactorios, así que decidí optar por un local del shopping que me las vendía en varias cuotas sin interés. ¡Menos mal! Porque el número que elegí le quedó chico y las tuvo que ir a cambiar. Pero eso no fue lo peor, lo peor estaba por venir, la desgracia había tocado las puertas de mis aparatos tecnológicos y era el momento de sufrir.
Los siete u ocho sitios que visité registraron mis IP’s, entonces comenzaron a propiciarme una tupida oferta de zapatillas por doquier. Abría facebook, zapas de mujer, abría instagram, zapas de mujer, abría el email, zapas de mujer a los costados y emails de casa de zapas de mujer, abría youtube, propagandas de zapas de mujer entre video y video. Poco a poco me comenzaron a infectar las máquinas como un virus. Le pasé el avast y no había caso… las zapas de mujer estallaban las pantallas de mis dispositivos.
Tanta proyección en mis pantallas me generó una imagen en el subconsciente que se replicaba en diferentes momentos de mi jornada, como por ejemplo cuando mi esposa me preguntó:
—¿Qué tenés ganas de cenar?
—Zapatillas de mujer —le respondí como drogado.
Jugaba al Skyrim obsesionado por encontrar entre las botas que usaba el personaje alguna zapa de mina, farmeaba como loco por los escenarios en búsqueda de algún tesoro especial. Le compré zapatillas a mis hijos e invertí fortunas en calzados de regalo para intentar frenar el acoso, pero no hubo caso, fue peor, cada vez aparecía en más lugares.
Mis sueños se vieron afectados por las zapatillas que me perseguían, me pisaban, me arrastraban de a patadas en el culo, me ahorcaban con sus cordones o me trituraban con sus poderosas plataformas XXL. Comencé a tener ataques de pánico y temí por mi cordura.
Me volví monotemático, todos mis estados en las redes hacían alusión a zapatillas, «¿Qué modelo de zapatilla extraño? ¿Sirven las cámaras de aire de las zapatillas? ¿Cuál es la mejor zapatilla para correr?» ¡Hasta llegué a excitarme con videos porno de parejas garchando solo con zapatillas!
Incluso me quise poner a escribir… acá les dejo una captura de pantalla de lo que fueron esos nefastos escritos.
Consulté a un médico, formateé mis dispositivos, fui a un chamán… pero no, no había caso, Google era más poderoso que el Ébola y el Marburg juntos. Las Zapatillas de mujer aparecían por todos lados, no había forma de detenerlo, entonces, acudí al gordo Arbona, un gurú de la informática y amigo.
Totalmente desnudo, programando en siete computadoras a la vez, en varios lenguajes y para clientes de países extraños, sumido en su eléctrico movimiento de dedos, sin siquiera mirarme, me dijo «combate el fuego con fuego». Me cerró la puerta en la cara y bastó para aclararme el panorama.
Comencé a buscar «juguetes sexuales» en Google y de pronto mi IP fue capturada por todo en ejército mundial de vendedores de depravados chiches eróticos.
Ya no me aparecen más zapas de mujer, pero sí pitos de goma y muñecas inflables a cada segundo, en cada pantalla y en todo momento.