/Putita de Celso Jaker por una noche

Putita de Celso Jaker por una noche

Y voy a confesar algo. Desde que soy parte del staff del mendo que estoy caliente con Celso. Y desde ese momento lo jodo en cada oportunidad que tengo, pero también admito que soy bastante come mocos, por lo que cada vez que lo veía me hacía la pelotuda y cuando nuevamente lo cruzaba por la red, volvía al ataque. Lo acepto, muy looser, pero ¡me inhibía! Siempre pensé: la próxima lo encaro y me lo llevo a algún lado, o no sé.

Hasta que llegó el día. Celso se retiraba del staff de El Mendolotudo. No sabíamos, o al menos yo, si volveríamos a verlo quizás en alguna otra juntada, quizás engalanando a alguna niña por las noches mendocinas, quizás en la próxima Fiesta Mendolotuda, quizás actualizando el modelo de su porche… no sabía. ¿Me iba a perder la oportunidad? “¡Olvidate, Betty, naciste para la guerra! Ese títere no podía seguir conservando su cabeza”, me dije a mí misma.

Es la fiesta de despedida. Nos juntamos en algún lugar de por ahí, a comer, tomar y brindar por nuestro querido compañero y por el tiempo que estuvo entre nosotros, esperando que cambie de opinión y se quede, que no mate a ese personaje tan amado y odiado por Mendolotulandia.

Todos bebían los mejores tragos, y comían la comida más exótica y rara (claro, ¡se iba Celso!), y charlaban y reían. Yo no. Yo estaba esperando la oportunidad exacta para hacer MI despedida, pendiente de cada movimiento que realizaba. La oportunidad estaba ahí. Sólo tenía que estar atenta.

Y el momento llegó. Celso va al baño. Esperé tan sólo 3 segundos que se retiró de la mesa para seguirlo. Los baños de damas y de caballeros estaban por el mismo pasillo, el cual no tenía vista a las mesas del bar. Voy pisándole los talones. Él siente mis pasos y voltea.

-¡Querida Betty! ¿Cómo le va?

-¿Así que te vas? ¡Pucha! – frase acompañada del puchero gestual.

El camino al baño se estaba demorando.

-Jajaja ¡no me pongas esa carucha, que me pongo como loco!

Las palabras mágicas al fin salieron.

-¿Ah, sí…? ¿Y qué si quiero que te pongas así? – y me acerco a él, acorralándolo contra el marco de la entrada del baño de hombres.

-¡Apa, cómo estás, mujer! – dijo Celso, en postura de sometido, apoyado contra la pared.

-Así estoy desde el principio, y hoy voy a calmar esta calentura sí o sí – le dije, mientras deslizaba mi mano hacia el sur, para encontrarme con la mejor parte de Celso, o, al menos, la que más añoraba.

Él no se negaba, sólo sonreía. Lo tomé como un sí y lo metí al baño, a uno de los cubículos del mismo, cerramos la puerta… y las fantasías comenzaron. No me importaba, a esa altura, si alguien nos escuchaba, si los chicos del staff se daban cuenta, incluso si alguno iba al baño y nos veía. ¡Nada!

Los besos lujuriosos hicieron su aparición, las lenguas sobre-humectadas se mezclaban, las manos ansiosas por conocer al otro. Yo… desesperada por conocer eso que tanto me intrigaba. Sin más, me puse en cuclillas y desabroché su cinturón, luego los botones del pantalón. Los deslicé un poco hacia abajo, lo suficiente como para tener el panorama completo. ¡Dios… era mejor de lo que esperaba! Su miembro estaba casi a punto, lo cual me encanta, porque me fascina sentirlos crecer en mi boca. Comencé a masajearlo por encima de la tela, a besarlo, tocaba sus testículos suavemente. Notaba cómo iba tomando más forma. La boca se me hizo más agua aún. Con ambas manos agarré el elástico negro del bóxer blanco y lo corrí para dejar salir ese mástil increíble que moría por saborear. Me humedecí los labios, y lentamente lo tomé con una mano. Pasé la punta de mi lengua lentamente por su glande, haciendo pequeños círculos, luego por el frenillo, en el que permanecí unos segundos más, pero con la lengua más ágil. Dejé caer de mi boca un poco de saliva para humectarlo. Mientras caía, con la totalidad de mi lengua la volvía hacia el inicio.

Con la mano completa, ahora, rodeé su miembro, y con movimientos suaves, pero un tanto rítmicos, comencé a masturbarlo. Despacio. Con mi lengua, lamía ahora sus testículos, uno a uno, para luego meterlos ambos en mi boca. Mi mano continuaba su labor masturbadora. Con el miembro ya totalmente erecto y caliente, volví al inicio. Volví a relamerme los labios y metí, poco a poco, su falo en mi boca. Llegué hasta la mitad y volvía a salir, para repetir el hecho algunas veces más. Luego de estas repeticiones, me arqueé un poco para poder dejarla entrar hasta el final y poder posar mis labios en su pelvis. Me ahogué un poco, pero cuando quise retirarme, me tomó con ambas manos y me volvió hacia él, dejándome quieta, con todo adentro. Como entendí que eso le gustaba, y yo nací para complacer, comencé a respirar por la nariz, y movía la lengua de adelante hacia atrás, como si tuviese un chupete. Lo sentí jadear y me soltó. Ese movimiento lo repetí, ahora voluntariamente, y me salí. Lo miré y lo vi mirarme. Si hay algo que me encanta es que me miren haciendo una felatio y ver las caras de satisfacción. Ahora sólo me limité a masturbarlo, rápidamente. Él se volvía loco, y extendía la cabeza al cielo, jadeando cada vez más.

Me levantó y me puso de espaldas a él, apoyada en la puerta, me bajó el pantalón, la bombacha, separó mis piernas, posicionó su miembro en el principio de mi vagina y lo introdujo algunos centímetros. Bombeó un poco ahí, sólo con “la puntita”.

-¡Metémela toda, por favor… metéme toda la pija! – le suplicaba.

El seguía en lo mismo, sin darle importancia a mis palabras. Por más que me hiciera para atrás, ese muñeco nunca entraba. Sentimos que entró alguien al baño. No sabíamos quién, ni nos interesaba. En ese mismo momento, me tapó la boca con una mano y se metió enteramente dentro de mí. Sentí una corriente recorrerme las entrañas. Bombeaba cada vez más fuerte, golpeándose contra mí. Yo sólo podía emitir algunos sonidos guturales, pero trataba de sostenerlos. Tenía en mí esa sensación de querer acabar todo el tiempo. La persona del baño se fue y Celso me soltó, a la par de que se separaba de mí.

-Vestite y tomá las llaves del auto, andá yendo vos que yo te alcanzo en un rato. Si vamos a hacer las cosas, las hacemos bien – me dijo, mientras se vestía.

-Pará, no me puedo ir así nomas. Al menos voy cinco minutos, saludo y me voy.

-No, porque quizás se den cuenta. Hace rato que estamos acá.

-Bueno, dale – y salí del baño, lo más camuflada que pude, hasta salir completamente del lugar.

Llegué al auto, que estaba en una calle de barrio. Me subí, fumé un cigarrillo y enseguida llegó Celso.

-¿Te dijeron algo los chicos… se dieron cuenta? – le pregunté.

-Naah, me jodieron con boludeses, pero no, ni sospecharon… – responde acomodándose en el asiento – bueno, ¿dónde querés que vayamos?

-Llevame donde quieras, ¡pero vámonos yaaa!

Celso no es un tipo común, sencillo. Es todo un hombre, un caballero y sabe perfectamente cómo tratar a una mujer. Y yo no fui una excepción. Nos fuimos a un telo ultra glamoroso ubicado en el acceso Este. Pidió la mejor habitación y una vez en ella, llamó para pedir una botella del mejor champagne que tuvieran, pidió unas frutas frescas, y crema. Fue al baño y llenó el jacuzzi. Yo aproveché para ponerme más cómoda. Llegó el roomservice con lo pedido.

Yo estaba sentada en la cama, y conservaba aún mi pantalón y una remera. Él se acercó a mí y, parado al lado mío, me sacó la remera, el corpiño, y me recostó en la cama. Desprendió mi pantalón y lo sacó. Luego hizo lo mismo con mi culotte. Tomó un poco de las frutas e hizo un camino desde mi cuello hasta mi pelvis, dejándome una en la boca. Se sacó la remera y se posicionó sobre mí. Sacó la fruta de mi boca con los labios y, descendiendo, se fue comiendo una a una las frutas, hasta llegar a mi pelvis. Una vez allí, agarró un poco de crema y nuevamente simuló un camino, pero esta vez desde mi pelvis hasta mi ano, incluyéndolo. Sacó su lengua y comenzó a lamer la crema despacio por toda mi piel, la que recubría mi clítoris, en el cual se detuvo un momento. Su lengua me colmaba de placer en un vaivén de lamidos. Con sus dedos esparcía más la crema por los costados de mi sexo, que luego continuaría limpiando. Esos dedos, todos encremados, comenzaron a recorrerme por dentro, entraban y salían sin paz. Luego los llevó a mi boca y me hizo probar la combinación de su nuevo postre. Mientras sus dedos estaban en mi boca, él me cogía con su lengua, que luego seguiría más abajo y continuaría cogiéndome con la misma, pero por detrás.

Nos levantamos y fuimos al jacuzzi. El agua hervía y me quemaba, por lo que aumentaba más mi temperatura. Ni hablar cuando el agua rozó mi vulva. Él terminó de desvestirse, y se metió conmigo al agua. Nos besamos y tocamos más. Masajeaba mis tetas como si fuesen de plástico y no dolieran, y pellizcaba y mordisqueaba mis pezones. Me apoyé sobre el borde del jacuzzi, formando un ángulo de 90°.

-Si es una despedida, tiene que ser completa… – le dije.

– Ja, y ¿qué me estás insinuando… querida Betty? – y diciendo esto, puso su cintura pegada a mis glúteos, los cuales separé con mis manos – ¿me vas a regalar la colita?

-Sí, es toda tuya. Hoy soy toda tuya. Hoy soy tu putita, Celso… haceme lo que quieras, ¡cógeme por donde quieras!

E inmediatamente sentía como se iba metiendo, lentamente, por mi retaguardia. Era más fácil la dilatación por el agua caliente. Por supuesto que sentía dolores, y eran fuertes, pero totalmente placenteros. Sentía como poco a poco su pija me completaba. Yo, con mi mano, reforzaba por delante.

-¿Te gusta? – me pregunta.

-¡Sí, sí… seguí… más fuerte, dale…! – le respondo entre gemidos – ¿y a vos, te gusta cogerme?

-¡Sí, me encanta cogerte, putita hermosa! Me encanta cogerte entera y que grites como lo haces… ¡Me calientan mucho tus gritos!

-Quiero que me tires toda la lechita en la boca, ¿sabes? – le dije, girando un poco para mirarlo a los ojos.

-¿En serio me estás diciendo? – y aceleró los movimientos, mientras seguía repitiéndome la pregunta, a lo que yo acertaba cada vez más convencida.

 Se hizo hacia atrás y rápidamente me puse sobre mis rodillas, extendí la lengua y lo miré.

-Dale, dame toda tu lechita… – extendí la lengua y lo miré, esperando que ese néctar me diera de beber.

Él me agarró la cabeza con una mano y la giró un poco hacia atrás, y comenzó a mojarme por las tetas y el cuello, reservando una parte para mi garganta. Sus líquidos fluían sin cesar, pero ya no quedaba tanto. Volví a mirarlo, enrosqué mi lengua hacia adentro de mi boca y la devolví al exterior, pero ahora vacía. Terminé de limpiarlo con mi boca. Él sonrió.

Se retiró del agua para ir en busca del champagne y sirvió dos copas.

-¿Vamos a brindar? – me pregunta.

-Sí, pero no por tu despedida. Después de esto, ¡espero que sea una bienvenida!

Fuente de las imágenes:
Imagen de portada, cortesía de nuestro estimado Don Rata, genio de las ediciones
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