Eran las ocho de la mañana estaba en el centro, iba caminando a los pingazos (llevaba prisa).
El semáforo da verde a los autos. Espero. Miro a mi costado y me encuentro con una conocida. Llevaba varios años sin verla, dos precisamente. La observo y me doy cuenta que todavía está buena, conserva el físico de una piba. Mejor dicho, yo estoy hecho mierda, ella tiene el cuerpo que a los veinticuatro corresponde.
La saludo. Nos saludamos. Fingimos alegría, gusto, entusiasmo y blablá…
– ¿Desayunaste? – Le pregunto sin pensar. Como siempre, nunca pienso lo que digo por eso me cagan a palos las mujeres.
– No – me dice sonriendo. En realidad primero me sonríe y después me dice no.
– Te invito – le digo.
– Vamos –me dice.
Bar. Le abro la puerta, clavo la mirada en su cintura y se da cuenta. Vuelve a sonreír. Entramos. Tenía un pantalón negro, esos que se llaman engomados, creo. Parecía hecho a medida.
Desayuno light, café cargado en jarra. Ella, yo.
La charla como siempre: “¿Qué es de tu vida?” y otras preguntas boludas…
A medio café empezó a llorar. Algo dijo sobre el novio, que no lo aguanta, que es un boludo. Por un momento creí que el novio era yo.
Su mano derecha jugaba con el “cutucuchillo” para untar las mermeladas, la otra pretendía mantener el delineado de sus ojos.
La consuelo, lanzo dos o tres frases ensayadas para la ocasión.
Me agradece, intenta reírse y el llanto le brota aún más intenso.
– ¡La puta madre! – pensé mirándole las pestañas. No sé si me gustan más los ojos o el tremendo paragolpes que lleva atrás.
Después, boludo, como siempre, cometo la osadía de acariciar la mano que tenía sobre el “cutucuchillo”.
Con un revés de muñeca, ella da vuelta su mano, queda la mía abajo de la suya y me la aprieta como queriendo aferrarse a lo imposible.
– ¿Vos sabías que siempre me gustaste? – se confiesa y me da cagazo.
Sí, amigos, me da cagazo, porque entre mis cualidades están el cagazo y la pelotudez como cimiento. No digo nada.
Le escribo al mozo en el aire, él entiende que estoy pidiendo la cuenta. Todos sabemos eso.
– Contestáme algo, pelotudo – se enoja – Gracias por lo menos decime – me suelta la mano enojada, como tirándola sobre la mesa.
– Esperá – le digo. Miro el reloj. Eran las once. A la mierda la facultad y los trámites. – ¿Vos tenes algo que hacer? – Le pregunto.
– No, bah sí, pero no importa. Si querés ir a otro lado vamos. Aprovechemos ahora porque vos sos un ente, desapareces y no te veo más.
Agradecí el piropo. Volvió a sonreír.
– Mirá, Cecilia – le digo-. Que vos estas tremenda es totalmente cierto, que te tengo ganas es innegable, y que estoy a esto – gesticulo con el pulgar y el índice – de invitarte al Copaca…
– Tantas ganas – me interrumpió – no me tenes sino no estaría vestida todavía.
De nuevo el miedo. Pero tendrían que haberla visto decir eso, arqueando las cejas, exagerando la pronunciación de todas y cada una de las letras. No me infarté porque lo único sano que conservo es el corazón.
– No, sabes que no – le digo – Taaaan linda no sos, estás buena es verdad, pero no como para ir caminando y para darse vuelta para mirarte el orto. Tampoco la pavada. Sos de las minas promedio, viste. De esas que se les pone el corazoncito en el instagram por costumbre no por gusto. Sos digamos que un cuatro, un cuatro de copas podría ser…
Mientras se levantaba gritó -Y vos sos un pe-lo-tu-do – me puteó separando en sílabas y se fue a la mierda.
Justo detrás de ella entró un flaco, puso un revolver sobre mi mesa, lo noté exhausto, me dijo tocándose la frente – Menos mal que la mandaste a la mierda, porque te estaba vigilando. Menos mal, hermano – repitió – Esta cosa – levantó el chumbo – tiene seis balas, y son todas para vos – Giró sobre su eje y se fue.
Los de las otras mesas se dieron vuelta asustados, Pablo, el mozo, desde la barra se reía. Me conoce, es casi un amigo…
Escrito por Joaquín Rodriguez para la sección: