Bienvenidos a mi triste historia, no va a ser con final feliz, se los adelanto. Pero tiene condimentos y una que otra desilusión como para no perder la costumbre, como para no olvidarme de esa sensación.
Conocí a un chico por Facebook, yo como vengo con una mala experiencia que ya todos conocen me lo tomé con calma, demasiada. Pero me hacía reír, y si te hace reír, te hace bien no puede estar mal. No para mí que antes había conocido a un banana que de eso no tenía nada. Era una mezcla de Nicolás Cabré y Mariano Martínez con bajo presupuesto, como si los hubiera agarrado Zulma Lobato y les hubiera dado una clase intensiva de cómo levantarse a una mina sin ningún tipo de don.
Salí dos veces con él, me invitó a su departamento en ambas oportunidades (no piensen mal, las dos veces estaban los dos amigos que viven con él y la novia de uno de ellos) me cocinó, y la pasábamos muy bien, él era la versión pobre de Hich (el especialista en seducción) y yo parecía quinceañera enamorada cada vez que me besaba.
Si hubiera tenido que pensar como minita culiada y analizar el futuro económico que me iba a deparar si seguía saliendo con él no era muy próspero, pero para eso estaba yo, para darme mis propios gustos. A lo que voy, tuve otros «pretendientes» con un pasar económico mucho mejor y los dejé pasar, a él lo sentí especial. Cuestión que pasábamos toda la noche hablando hasta que fueran las 5 y algo de la mañana donde me acompañaba a tomar el micro, nos reíamos como si nos hubiéramos fumado cinco churros de Irak.
Después de cada juntada me escribía y me decía que yo le importaba, que quería que yo me enganchara con él. Se creía maestro amor el pelotudo pero peor yo por creerle todas las boludeces que me decía. Posta que iba todo muy bien.
Ese viernes que todo se fue al carajo yo estaba por salir con una amiga a bailarla, se lo dije pero no fui específica, sólo le conté que salía, no me pareció necesario decir más. Él trabaja en un lugar de comidas así que iba a estar ahí hasta tarde. Ya en Grita Silencio, con mis amigas cansadas por la hora (casi 6 de la mañana) nos estábamos por ir. En eso veo una cara conocida, vuelvo a mirar y definitivamente conocía esos rulos locos.
No había llevado mis lentes así que le estaba dando el beneficio de la duda, pero la persona que yo estaba viendo estaba con una chica rubia bailando y hablándole al oído. Me acerqué para ver de cerca la escena y no equivocarme y era él, hasta pude ver cuando él le ofreció a esta chica su celular para que ella le pase el número, creo que hasta el número divisé. En eso mis amigas me dijeron «boluda, (son bastante perceptivas) ¿qué hacés con la vista desenfocada a lo Nestor Kirchner?, vení, vamos al guardarropa a buscar los abrigos». Yo desorientada como si me hubiera clavado diez litros de burundanga las acompañé mientras deseaba que él no se moviera del lugar, necesitaba que él me viera.
Cuando volvíamos lo tuve al lado, una cola interminable de personas atoradas por las mismas ganas de irse me hizo el favor de ponérmelo en frente. Le toqué el hombro y cuando me miró puso cara de querer cabecear una pared, yo disfrutaba el momento y le subí el pulgar y después me fui como si mi dignidad hubiera terminado intacta. Quería y necesitaba salir victoriosa de alguna desilusión amorosa, alguna vez me tenía que tocar y si yo hacía de cuenta que me chupaba una teta lo había logrado. Él seguía prendido a la cintura de aquella rubia de interminables piernas.
Mi reflexión fue que con lo que me cuesta confiar en alguien, vino este gil a aparecer en mi vida y a convencerme de que todos los hombres son unos giles que se creen que somos unas idiotas. Así que después de eso, en lugar de irme me compré un trago y brindé por él, por su estupidez de dejarme ir y por mi suerte de encontrarlo con las manos en la masa, en este caso, en las manos de la rubia. Si me estás leyendo, te mando un beso en la frente cagón.