Los peligrosos
Con las manos húmedas y coloradas por el frio el gordo Tato intentó por enésima vez prenderse un pucho, pero el viento y la nieve se lo impidieron. Cualquiera que lo viera no entendería el porqué de su mote, ancho de espalda y voz gruesa, pero ni un kilo de mas, aunque tres meses atrás, cuando salió sorteado para hacer la Colimba, superaba ampliamente los 100 kilos, la durísima vida del cuartel lo había dejado flaco como un poste. Parecía un niño vistiendo las ropas de su padre, el cinturón le daba media vuelta, la camisa y el pantalón se embolsaban de manera ridícula, pero al menos le permitía ponerse una capa extra de ropa para pasar la noche.
El Mono se le acercó y le ofreció fuego con un encendedor de trinchera. Con él era más sencillo entender su apodo, todas las mañanas se lo veía sufrir con la navaja de afeitar, pero por la noche se podía distinguir la sombra de una barba incipiente, una frondosa ceja fungía de techo a sus ojos achinados y sus nudillos atestiguaban una dura vida en el campo.
A pesar de provenir de mundos muy distintos, ambos estaban hermanados por las penurias y camaradería del cuartel, pero algo había que los diferenciaba de la mayoría de los reclutas; y era que mas allá de haber salido sorteados ellos querían estar ahí, cumpliendo con su deber. El gordo Tato provenía de una familia acomodada, y hacia poco había terminado su bachillerato en el colegio Martin Zapata, su viejo le ofreció insistentemente tocar algunos contactos para evitar el reclutamiento, pero el ansiaba estar allí. Cuando llegó el momento de la revisión médica, estaba todo dado para que le pegaran una patada en el culo y lo mandaran de vuelta a su casa, era miope y había perdido sus lentes, cojeaba, tenia pie plano, una fractura en la muñeca derecha y un quiste sebáceo en la frente que molestaba al momento de ponerse el casco. Cuando el médico lo examinó estuvo a punto de rechazarlo, pero ante el pedido insistente fue aceptado. El mono tenía sus razones particulares para hacerlo, criado en los campos lavallinos, era el primero de su familia en haber nacido en suelo argentino. No era costumbre familiar mandar a sus hijos al colegio, apenas podían se ponían a labrar la tierras, la colimba era su única oportunidad para aprender algún oficio extra y principalmente, aprender a leer y escribir.
Tras haber dado un par de pitadas, el agua deshizo el papel y le llenó la boca de tabaco.
– Tato, tirémosno detrás de aquel tronco, así no nos pega el viento.
Corrieron la nieve con el pie y se resguardaron del viento. Era uno de los inviernos mas inclementes de los que se recordaban en el Valle de Uco, durante la noche la temperatura solía bajar hasta los -10º; y la nieve solo complicaba las cosas. El pesado rompevientos de lona aguantaba bien un par de horas, pero cuando había absorbido suficiente agua esta empapaba las prendas de abrigo, el secreto estaba en interponer la mayor cantidad de capas entre la piel y el exterior. Dormirse tampoco era una opción, no era tanto un tema de responsabilidad como de supervivencia, el cuerpo exhausto podía sucumbir fácilmente ante la hipotermia y mantenerse activo era vital para evitar el congelamiento.
Se vivía un momento de tensa calma en la Provincia, el clima estaba enrarecido desde el Mendozaso acaecido el año anterior y a causa de una prolongada huelga policial se había desguarnecido el regimiento, quedando 45 de los 750 reclutas habituales. El complejo estaba compuesto por 6 salones separados, con sus respectivos polvorines, baños y cocinas, al formar parte del lugar de formación del curso de aspirantes, había una inusual provisión de municiones, morteros, ametralladoras y demás vituallas, lo que lo convertía en un objetivo estratégico en el contexto de la escalada de violencia.
Alrededor de las 3 de la mañana mermó la intensidad de la nevada, lo que permitió ver con más claridad hacia el espeso bosque que rodeaba el complejo. Tras unos minutos de silencio el Mono codeó a Tato, este sin pestañear asintió, ambos habían percibido un extraño movimiento, podían ser mulas, perros, pero pronto pudieron distinguir sombras corriendo entre los árboles.
– ¡¿Alto quien vive?! – gritó Tato, seguido de una ráfaga de advertencia.
La respuesta no se hizo esperar, y las balas empezaron a picar cerca de ellos, aunque algo elevado. El gordo disparó un par de veces más hasta que se encasquilló, las armas habían pasado por varias generaciones de Colimbas y estaban muy maltratadas. El Mono disparaba al bulto sin poder acertar, los disparos pegaban cada vez más cerca.
Con los ojos inyectados en sangre y lleno de rabia al saberse acorralado e incapaz de responder, el gordo Tato se levantó y embistió hacia el bosque con la bayoneta calada como única arma. Los gritos de sus compañeros lo hicieron caer en cuenta de lo suicida de su carga, y en un momento de lucidez se arrojó al piso. Tras unos segundos de calma, Tato corrió a refugiarse tras el tronco. En ese momento llegaron los 20 soldados restantes montados en un camión sobre cuyo techo se alzaba una imponente MAG, a cargo del joven Cap. Miguel Angel Paiva. Los soldados saltaron del vehículo y Paiva gritó descolocado
– ¡Pedazo de Tagarnas, tirándole a las mulas! (inútil en jerga militar) – no terminó de decir eso que sonaron varios disparos provenientes del bosque.
– ¡Ahí están las mulas mi capitán!
– ¡Cuerpo a tierra! – ordenó el capitán y desde el suelo la guarnición respondió a los disparos, incluida la MAG montada sobre el camión que imponía todo su poderío sobre el campo.
– ¡Son las mulas mi coronel!
Tras dos minutos de intenso tiroteo se hizo el silencio, el capitán y el suboficial a cargo se adelantaron junto con el camión, al no percibir movimiento ordenaron al resto avanzar, revisando árbol tras árbol, hasta llegar al canal que atravesaba el complejo, para percatarse que los atacantes habían logrado escaparse.
Se desconoce con exactitud el número de atacantes, pero se calcula que pueden haber sido más de 20 por la cantidad de disparos efectuados.
Aunque ningún grupo se lo adjudicó, se especula que puede haber sido el ERP quien llevó a cabo el ataque, puesto que el ataque se llevo a cabo durante la efímera presidencia de Héctor J. Campora, y Montoneros, FAP, FAR y demás organizaciones terroristas habían acordado una tregua.
El ataque estuvo meticulosamente planificado, los atacantes fueron capaces de mover un gran volumen de armamento, vehículos, y personal. El objetivo era claro: el enorme arsenal del regimiento, de haberse hecho con él habría sido un enorme impulso al movimiento erpiano.
La modalidad de ataque seria replicada en numerosas ocasiones, como es el caso del Ataque al Regimiento de Infantería de Monte 29, donde mataron a 12 colimbas al sorprenderlos mientras dormían.
El trágico destino del Capitán Paiva
Miguel Ángel Paiva nació en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, el 31 de mayo de 1941, ingresó en el Colegio Militar de la Nación el 19 de febrero de 1958 y egresó el 22 de diciembre de 1964 con el grado de subteniente en la rama de Infantería. Era un paracaidista experimentado y militar profesional, recorrió incontables guarniciones dando instrucción. En su hoja no hubo nunca un exceso, caso de abusos, y era respetado tanto por la tropa como por sus compañeros. Detestaba la ostentación, y pasaba las noches en vela, haciendo rondas de a pie o a caballo, muy querido por la tropa, tal vez fuera porque con poco mas de 30 tenia frescos sus recuerdos como recluta.
Tras permanecer un tiempo en Mendoza se dirigió a su último destino en el Ejército Argentino, la Escuela Superior de Guerra en calidad de alumno. En la mañana del 2 de Octubre de 1975, apenas salió de su casa ubicada en la ciudad de Buenos Aires fue interceptado por tres integrantes del ERP, quienes le dispararon a quemarropa con armas automáticas, provocándole la muerte de manera casi instantánea.
Su asesinato se encuadra en lo que el ERP llamo “Represalias por la masacre de Capilla del Rosario”, acaecida en agosto del 74. El termino masacre es sin duda cuestionable, puesto que en realidad se trato de una serie de enfrentamientos ocurridos tras la desarticulación de un intento de asalto guerrillero, en el mismo murieron 14 erpianos, 5 soldados y dos policías. Como venganza el ERP inicio una serie de asesinatos selectivos contra objetivos militares. Además de Paiva, cayeron 8 militares más, entre ellos Humberto Viola junto a su hija de 3 años.