Todos sabemos, de chiquitos, y sobre todo aquellos que hemos sido chiquitos hace mucho tiempo, que el que se calienta pierde. Es ley, estaría en la Constitución y según ciertos autores, en la Biblia.
Pero en estos tiempos de la modernidad de hoy, los chicos hasta en eso están rebeldes. Se enojan, y se enojan por cualquier pelotudez. Pero el problema no estaría en la gravedad de lo que se dice, sino en la cantidad de cosas con la que abrirse las vestiduras ven los pubertos a nuestro alrededor. Y es porque lo ven en su derredor, en las redes y en la imaginación de los tienen como contactos.
Antes
Nunca me gusto la palabra Bully y sus derivados, sobre todo porque en su traducción a nuestro idioma denota una dimensión mayor: abusador. Si en nuestra escuela había uno de estos siniestros personajes, la cosa se arreglaba en la calle, en el recreo o a la salida de la escuela. Los hombres en una muestra de destreza física, que podía involucrar pugilato, y las chicas a lo sumo, alguna tirada de mechas. Pero el código no escrito es que todo quedaba allí. Esos encuentros eran igualadores, aunque en el caso de las chicas, aunque no visible, respetando esa regla, la cosa seguía pendiente por años.
Existían casos patológicos, de gente que queda por años enroscada, que un encuentro no solucionaba, pero generalmente tenía que ver con no decirse lo que había que decirse.
Ahora
Los chats y las redes sociales han complicado todo. Primero, que internet normaliza cualquier cosa, mala o buena. Esto es, algo que puede parecernos raro, encontramos que a otro le pasó. Y nos identificamos. Se normaliza. Y si chateamos, la cosa se agranda.
Un enojo, una ofensa se mantiene y se acrecienta. Se arma la cadena de me dijo, le dije, te digo, uuuhhh no, yo que vos, lo que pasa, no te dejes… Los encuentros persona a persona no resuelven nada. Vamos con la cabeza caliente, intercambios cortesías y alguna que otra provocación y nos vamos. Y vuelve el ¿Viste lo que me dijo? Noooo, y le dije, que me dijo, lo que dijo, cállate, Seguramente hizo ¡Que habla el, si me enteré!….
Las capturas de pantalla entran a escena. Otros empiezan a tomar parte, parte porque les gusta el bardo. Pero siempre hay uno que lo toma en serio. Y la bronca se mantiene.
Una buena explicación es que ese estado de exacerbación genera adrenalina que necesitan para sobrellevar alguna vida de mierda. Explicación simple, pero reveladora.
Generalmente los ofendidos en serio o no tienen vida, o su vida es una bosta. Entonces, fogoneados por los trolls de las redes sociales y los comedidos que solo buscan entretenerse agrandan todo. Tienen allí la vida que de otra manera no existiría.
En este estado de exacerbación se pierde una simple perspectiva: la cosa por la cual se armó el bardo es una pelotudez insignificante. Pero como estamos entre no dar el brazo a torcer y la adrenalina para sobrellevar rutinarias vidas chotas no aflojamos. Internet a muchos les ha hecho creer que son seres iluminados y superiores en función de la cantidad de focas que los aplauden, cuando en realidad el rejunte de contactos que tienen no es más que un amontonamiento de gente que piensa como ellos. He visto más de uno emprender cruzadas para eliminar de sus contactos a los que no piensan como ellos. Y se sienten como que le han hecho un bien a la humanidad, cuando en realidad han limpiado el foquito en el que viven.
La solución a esto pasa por la vieja escuela. Alejarse de los chats y las redes sociales en cuanto al problema se refiere y esperar a un encuentro con esa persona para aclarar las cosas. Pero aclararla, ojo. Si es necesario putearse, hacerlo. Pero rodeado de amigos en común, y en presencia de asado como dios manda, y regado de alcohol.
El mendolotudo
Lo puse en minúscula adrede. Porque no me voy a referir a la caterva de librepensadores, psicópatas y excelentes personas que conforman este medio on line, sino al mendocino careta y pelotudo. Al que se enoja exageradamente por cualquier cosa, solo porque las modas, lo que se dice, o lo que se espera dicta. Ese que hace propias las causas ajenas por más ridículas que sean y se la agarra con gente que no suele defenderse.
Definámoslo:
Hipócrita (careta): tiene que hacerse ver ante las ideas de moda. En su enojo exagerado hay mucho de cholulismo. Necesita demostrar a los demás su preocupación por esos temas y larga anatemas hacia el foco de su ira.
En cierta forma es un cagón. Porque en la mayoría de los casos, se la agarra con una persona que no va a reaccionar a los insultos. Y porque los insultos están dirigidos a los que lo escuchan. Para que todos digan: si, es cierto, pensamos lo mismo. Y porque en esa turba se escuda. El insulto sólo define a quien lo emite, casi nunca a quien lo recibe.
En el fondo él sabe que exageró. Pero cuando es confrontado ensaya una especie de: lo que pasa es que son muchas cosas. Y recurre a conceptos esotéricos como familia, linaje, falta de voluntad, vos sos mala persona, etc. Nunca va a reconocer que en realidad poco le interesa tu versión. Le interesa hacer ver al resto, que no sos digno.
Y entonces…
Hace un tiempo un conocido dijo que el troll de las redes sociales surgió en los tiempos de las bbs y de los blogs. Se autodefinían como flammers. Se decían barbaridades, casi nunca ciertas, pero después se juntaban a comer y/o tomar como si nada. Y festejaban lo que se decían.
En una de mis primeras notas en el Mendo (El insultómetro) definí una categoría de insultante: el psicópata. El que te profería insultos fríos y calculados con la intención cierta de lastimar.
En este tiempo de la evolución de la Internet hemos pasado de lo anterior a lo último. Y es porque se ha producido una disrupción de la realidad. La realidad virtual es más real para las vidas vacías que el aburrido devenir de todos los días.
El empresario que en su discurso pretendidamente en joda descalifica en todas las categorías morales al militante de izquierda no tiene intención de ofender al zurdo. Sino convencer a que los que medianamente lo escuchan y que adhieren en alguna manera a su forma de pensar.
Los ofendidolotudos son esa capa intermedia entre los que insultan y los destinatarios de las ofensas. Se alimentan de esa hostilidad y reaccionan ante cualquier pelotudez con la intensidad que fueron amaestrados por los trolls de turno. Pero no dejan de ser una masa enchufada a Internet para obtener la dosis de adrenalina.
Impecable
Creo que es una de las mejores notas sociales que he leído.