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Maldito Cupido – Parte 3: la explosión

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Primer capítulo | Segundo Capítulo

Así terminó octubre, pasó noviembre y llegó diciembre. El tiempo al lado de Leticia se hizo cada vez más intenso. Ya la flaca, sin problemas de adaptación, organizaba salidas después del curso para tomar algo en la ciudad. Yo accedía siempre a las invitaciones, movido por la curiosidad y el deseo de estar cerca de ella. Mi mujer nunca me hizo un solo problema y por suerte, no es celosa con las juntadas. Debe ser porque siempre fui un solitario y el hecho de haber estudiado en la otra punta del país, no me daba muchos amigos en Mendoza. “Es tu oportunidad también para conocer otro tipo de gente” – me decía.

Salimos en grupo un par de veces más. En otras, ya salimos un poco menos. Y en las últimas, ya salíamos solos. Y al final, siempre teníamos una excusa para encontrarnos en algún lugar a tomar algo. Sin contar las veces que nos volvíamos caminando del curso. Leticia siempre tenía una nueva historia; siempre contaba algo diferente de una manera cautivante. O te escuchaba. O cantaba. O sonreía. O te clavaba esos terribles ojos en el alma.

Hasta que el final del curso se estaba aproximando. Y se me terminaban las excusas de verla. Entonces, como adelantándose a lo que podría ser el final de una aventura – como a ella le gustaba referirse a las cosas que hacía en su vida – Leticia organizó una salida a San Rafael para hacer rafting. Al principio, creí que íbamos a ir más personas del grupo. Al final, éramos nosotros, un flaco y una mina más y unos cinco pendejos de 20 años que sólo querían joder y que habían ido al curso porque el profesor de la facultad los obligaba para aprobar la materia. Carla se había anotado para ir, pero desistió a último momento, fingiendo tener un compromiso.

No dije que sí de una. Pero no me negué a ir tampoco. Necesitaba tener tiempo con Leticia. Descubrir que había entre nosotros. Sabía que todo se podía ir a la mierda en cualquier momento, pero necesitaba continuar. Y así nos fuimos a San Rafael con una excursión. Y pasamos todo el día juntos. No pasó nada de lo que pueda arrepentirme y hacerme sentir un mal tipo. Pero no puedo negar que tenía unas terribles ganas de partirle la boca de un beso y hacer que se callara un poco.

Sus ideas atolondradas me hicieron reír. Su espontaneidad en cada cosa que hacía me volvía cada vez más loco. Me llevaba con ella, me atraía como a un choco hambriento con un hueso. No sé cómo explicarlo pero la flaca sabía lo que hacía. Y yo, de boludo. Muriendo cada vez que me miraba. Tratando de estar ahí, en el momento justo para hacerla reír, para que supiera lo que me hacía sentir, para que me tuviera en cuenta.

El día estuvo perfecto. La excursión, maravillosa. Ella era el centro de todo, como siempre. Ella y sus ojos misteriosos que me daban vida y energía cada vez que me miraba. Terminó la jornada. Cansados y muertos de risa volvimos a la ciudad. Leticia propuso una cena improvisada en su departamento y todos accedimos a su proposición. Puso música, se hizo unas pizzas, nos tomamos unas cervezas y nos quedamos charlando hasta tarde. Todo el mundo se fue yendo. Yo estaba como en un estado de éxtasis absoluto en el que sólo quería quedarme con ella. Leticia me miraba, me hipnotizaba y no paraba de hablar… Pero su charla no era la típica de una mina densa. No, al contrario, ella sabía cómo hacer para mantenerme atento. Aún a pesar de mis ganas y de su imperceptible esfuerzo por retenerme, me levanté y le dije adiós. Y me fui caminando a mi depto. Con la mochila vacía y la cabeza llena de fantasmas… Peor que antes.

La negra me recibe de lo más bien. Había estado trabajando todo el día en su tesis de investigación. Yo, en ese momento, me sentía un idiota. No tenía hambre. Quería sólo dormir. Le conté el día. Le mostré algunas fotos. Nos dimos una ducha juntos e hicimos el amor. Bah… Ella me hizo el amor. Yo no estaba en la misma cama. Mi mente estaba en otro lado. Pero necesitaba de ella, de sus cariños, de su calor.

Me domí relativamente rápido. El cansancio de la actividad física más el sexo pueden llevarme al extremo de vaciar la mente y conciliar un sueño reparador. Pero los fantasmas vuelven y atacan y hacen daño. A las 5 de la mañana tenía los ojos como el dos de oro. Faltaban al menos tres horas y media para levantarme y yo como idiota con los ojos clavados al techo. Pensando en Leticia. Sólo en ella. En sus ojos, en su mirada. Se hizo la hora y me levanté. Encendí mi tablet, leí las noticias de los diarios on-line y revisé los correos con una mano en la taza de café. Tuve un finde tranquilo. Salimos con la negra a tomar mates al parque, al atardecer, cuando no hace ese calor horrible. Creo que de cierta manera, estaba olvidando el tema ese. Estar con mi pareja, compartir tiempo con ella y ser feliz… esos eran mis objetivos básicos. No necesitaba más que eso.

La semana comenzó de nuevo y con ella el fantasma del fin del curso volvió a invadir mi mente. Como si fuera por arte de una fuerza superior, como si Leticia leyera mis pensamientos o como si todo estuviera conectado de una manera maliciosa, recibo un mensaje de ella que decía:

– Rodrigo. Te envío estas fotos que nos tomamos en la excursión. No sé si te has dado cuenta de lo bien que me haces. Cada vez que estoy contigo siento mi corazón latir fuerte y no puedo contener mis ganas de verte. Eres un hombre hermoso y lleno de virtudes y haces de mí una mujer libre y auténtica. Si quieres, podemos encontrarnos, beber unos tragos y conversar. Te echo de menos. Leticia.

Y ¡Booom! Ese correo hizo explotar mi cabeza en mil pedazos.

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