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Mendoza tiembla: El día que conocí a Martín Rumbo

Conozco a mucha gente, mucha; y tengo un trabajo que me lo facilita todo el tiempo. En esta columna veraniega les voy a contar cómo conocí a muchas personas que han dejado una huella importante en mi vida. No voy a hablar de lo evidente, como amigos y familia, sino de personas que tienen un lugar de reconocimiento social que se han ganado con el trabajo que hacen. No podía empezar de otra manera que con el jefe.

Resulta que tengo una amiga a la que conocí en oportunidad de un trabajo que compartimos en el Teatro Independencia. Fue una noche intensa en la que un reconocido grupo musical de Mendoza realizó un concierto que fue un desmadre y hubo que colocar una pantalla en el exterior porque no sólo el Teatro estaba lleno sino que afuera había más gente que adentro.

A ella le tocaba oficiar de presentadora y yo estaba en el equipo de producción. Era todo caótico, pero nosotras nos entendimos con gestos y miradas para que el trabajo pudiera salir bien y desde esa noche nos hicimos amigas.

Al tiempo ella se entera de que yo escribo y le empiezo a pasar algunas publicaciones; además, nos volvimos a encontrar trabajando en algunas otras presentaciones durante la Feria del Libro. Entonces me cuenta que le habían propuesto un laburo para hacer unos cortos de cuentos de terror y que quizá yo podría ser parte de ese equipo guionando los cuentos. Me invita a una reunión en la oficina del escritor de los cuentos. Honestamente, no tenía idea quién era.

Llego, ella me los presenta a todos, incluso al escritor. Tipo joven, acelerado, divertido y amable. Nos pregunta si queremos café y él mismo lo preparó. Hablaba de sus cuentos como algo que no sólo lo hacía sentir orgulloso sino que lo desbordaba. Me pongo a escuchar y entiendo que hablan de relatos que yo había leído pero no recordaba dónde. Entonces le pido a él que me mande los cuentos por e-mail. A partir de ahí no sólo establecimos una vía de comunicación sino que entendí de quién se trataba.

Cruzamos varios mails con textos de uno y otro,nos empezamos a seguir en Facebook y ya comenzamos a leernos por otras vías. Pasaron un par de años desde aquel primer encuentro hasta que un día me llega una invitación a escribir semanalmente. Me sorprendió porque yo no escribía cuentos; ya había escrito dos novelas que él no había leído y tenía un blog de poemas y relatos que de vez en cuando publicaba en Facebook. Evidentemente él había leído algunas cosas en ese blog y le pareció que yo podía aportar algo a las publicaciones que hacía.

Le dije que sí porque no estoy acostumbrada a contar historias cortas y ya me habían dicho que debía intentarlo porque pocas personas se enganchan a leer novelas y, el más grande de todos los escritores, nunca había escrito una. Fue un desafío para mí y agradezco haberlo tomado.

Recién cuando empezamos a tener una relación más fluida y de oficio, pude conocer más de ese personaje que se hacía llamar Richard Bomur y que ya es uno con Martín Rumbo. No es su único personaje literario y esa versatilidad me divertía mucho. Él tiene amor y pasión por las letras; quizás el oficio le llegó sin querer, sin buscarlo, sin saber muy bien el camino en el que había entrado a través del humor, diciendo cosas que todos queríamos decir. Cuando leí sus líneas más terroríficas descubrí no sólo un género sino una manera de narrar ese espacio oscuro que es muy de estas latitudes.

Él descubrió mi obsesión por los textos bien escritos y me permitió el ejercicio de andar caminos que nos ayudaran a escribir más y mejor. Compartimos el amor por las letras y por el arte en general y eso es algo difícil de entender para quien es receptor. El arte, cuando se hace desde el alma, con trabajo y pasión, genera vínculos de hermandad muy sólidos entre quienes comparten el oficio. Los lenguajes implicados son complejos y el código comunicativo es distinto al que uno tiene con otras personas.

Yo llevaba ya varios meses escribiendo en El Mendo y un día me pide que le corrija una novela. Limerencia fue un flash porque entrelíneas descubrí a un poeta urbano sensible a las cosas cotidianas que observaba en su perfecta sencillez. Creo que al leer Limerencia terminé de descubrir a Martín Rumbo en la profundidad de un oficio que nos trasciende.

Mendoza tiembla es, sin duda, una gran opera prima que nos permite a los escritores mendocinos repensarnos en lo atractivo de un género que hay que saber abordar para crear impacto. Él lo consiguió porque está hecho para eso, pero también me consta el trabajo, el esfuerzo y el compromiso que ha puesto en cada una de las ediciones.

Él siempre dice que los escritores nos nutrimos del dolor, la depresión y la impotencia para inspirarnos porque en ese lugar hondo y oscuro es donde están los miedos y a través del arte los iluminamos. Algo de razón tiene, aunque hay excepciones. Yo espero que pronto todos puedan leer Limerencia y encontarse con la parte más humana de este escritor que es mi amigo y hermano de oficio. Esa novela es un espejo en el que muchos pueden sentirse identificados desde lo más temido: el dolor de no ser amados.

“¡Pobres de nosotros si olvidamos que somos un telar!”, decía Liliana Bodoc. Yo agradezco el hilo que tiene Martín Rumbo en mi propio tejer de historias, en mi manera de entender la literatura mendocina y en el respeto a los lectores.

Nota: Gracias Amalia Díaz Guiñazú, sos protagonista de grandes momentos en mi vida.