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Nada de palabras

Desperté esta mañana con los sentidos impregnados de vos… tenía los recuerdos a flor de piel. El perfume del amanecer y los primero rayos del sol le dieron un toque especial a mi nuevo día.

Busqué entre la cera derretida de las velas el último suspiro que me arrancaste. Escrudiñé entre los restos de nuestras vestimentas el placer que acababa de entregarte.

Tu encantador sueño a mi lado le daba sentido a mi desnudez. La oscuridad que se esfumaba, había acabado con nuestros últimos soplos de vida y envueltos en un mismo sudor, contemplaba tu figura.

Todo había sido perfecto… el azar no jugaba en esta partida. Al lado de nuestro improvisado lecho yacían un par de copas vacías que atestiguaban el sabor al vino dulce que todavía relamía de tus labios.

La lumbre se había consumido… Los leños, reducidos a ardientes brazas, iluminaban de carmín el rincón más infinito de nuestros cuerpos.
La música de fondo se confundía con el arrullo de tu respiración… Volví a contemplarte; decidí retomar el contacto con mis manos. Repasé cada centímetro de tu piel. La tenue luz me permitió descubrir tus lunares, tus marcas, tus espacios.

Cerré los ojos con ganas de revivir esos lapsos que todavía agitaban mi mente… El gemido de satisfacción que se escapó de mi boca y la fuerza mis palpitaciones llevaron a sacarte de tu letargo.

Tu mirada penetrante se ancló en las profundidades de mi ser… Me desnudaste el alma… Descubriste mis secretos, rompiste mi quietud. Ni una palabra se había dicho… Estábamos dando rienda suelta a nuestro propio lenguaje.

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