Cerré los ojos, me quedé quieta y pensaba que había hecho para estar así. Con un lobo vestido de oveja arriba mío obligándome a algo que no quería, a algo de lo que era presa aún cuando decía que me amaba.
No. Le dije que no.
Todos los días en los diarios salen chicas violadas, ignoradas o vueltas culpables por la misma sociedad.
Yo dije que no. Que nunca eso me iba a pasar a mi.
Y acá estoy esperando que todo acabe para salir corriendo cuando él se duerma, salir corriendo a donde sea. Sin él. Que habiéndome dicho que me amaba tantas veces al oído ahora me use solo para agotar sus más bajos instintos.
Le dije que no. Y eso debería haber sido suficiente.
Mi mama lo vivió. Mi abuela también. Sus maridos las obligaban a tener relaciones y ahora quién juró protegerme es quien me está violando. Me está violando.
Cuando una mujer dice que “no” es un “tal vez”. Eso le escuche decir a un ex presidente. ¡Porque un no es un no! Te lo diga tu marido, tu novio o un desconocido. ¡NO ES NO!
Lloro amargas lágrimas, y lo siento a él usando mi cuerpo como un pedazo de carne. Lloro por mi. Por mi madre. Por mi abuela. Por las mujeres que fueron usadas como yo por sus parejas. Porque hay hombres que se creen dueños de nosotras. ¡Y nadie dice nada! ¡NADIE DICE NADA!
“Bien que te gustó Carlita” me dice mientras que se tira boca arriba en la cama. No ve las lágrimas que caen de mi cara. No ve las laceraciones y el dolor físico y emocional que me causó. Me pongo a pensar en si antes de esto hubieron algunas señales que me alertaran. Miro la foto sobre la mesa de luz, la de los dos juntos en aquellas vacaciones en la playa y el dolor es aún más amargo.
No es no.
Salgo corriendo apenas se duerme. No quiero que vuelva a pasar, aunque sé que pasará. Quiero agarrar un cuchillo y cortarle el pene con toda la furia. Porque no es justo.
Culpable. ¿De que soy culpable? ¿De no ser una mujer obediente? ¿De ser “rebelde”? ¿De vivir en una sociedad donde el hombre tiene la razón?
No es no.