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Mujeres y hombres del mundo: No me depilo más

¿Qué es la belleza? Según la Real Academia Española es la propiedad de las cosas que nos hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual. Como segundo significado aparece: mujer notable por su hermosura. ¿Qué es la tortura? El diccionario dice: grave dolor físico infligido a alguien, con métodos y utensilios diversos, con el fin de obtener de él una confesión, o como medio de castigo ¿Qué tiene que ver la belleza femenina con la tortura? Esta relación tiene un solo nombre y se llama depilación.  Y como en todo en la vida, detrás de la depilación existe una relación dominación. Hay un estrecho vínculo entre depilación y poder. Feminismo barato, dirán algunos y algunas. Justicia, gritaremos al viento otras.

Aunque digan que no, aunque nos quieran hacer creer que no, a este mundo lo siguen manejando los varones. Y lo van a seguir haciendo, en la medida en que las mujeres sigamos aceptando pasivamente la aversión de ellos hacia nuestro  vello corporal. A través de este imperativo cultural que dice que una mujer peluda no es digna, ellos nos dominan sutilmente.  Es fácil comprobar esta afirmación. Saquen la cuenta del tiempo que pierde una mujer por mes depilándose. Multiplíquenlo por los doce meses del año. Luego multiplíquenlo por la cantidad de años de vida de la mujer en cuestión.  ¡Horas y horas perdidas remando contra la corriente! ¡Sí! Contra la corriente, porque el pelo vuelve a crecer. ¿Y por qué vuelve a crecer? ¡Porque así es la naturaleza! Es genética pura.  Piénsenlo un poquito mujeres lectoras: es una lucha que no tiene sentido. Piensen en los libros que dejaron de leer, los poemas que dejaron de escribir, las películas que dejaron de ver, las cosas que dejaron de aprender, hacer y pensar… por depilarse. Piensen en los dolores y los tirones que han sufrido, piensen en la picazón, en las espantosas quemaduras. En los asquerosos pegotes. En las veces que te sentiste incómoda y no disfrutaste de un momento por un maldito cardo al que se le ocurrió aparecer antes de tiempo. Es un verdadero tormento.

Yo he  probado  de todo: cera -artificial o de abejas, derretida en baño maría o al micro-ondas-,  depiladora eléctrica, afeitado con pasta y gillete, cremitas depilatorias –que son un afano-, pincita, decoloración, depiladora chusma del barrio y etcéteras. No me vengan a hablar de la definitiva porque es carísima y es mentira. El pelo siempre va a volver a crecer. Porque así es la naturaleza y a ellos se les acabaría el negocio. Conclusión: depilarse es una mierda. A mí me embola.  Es un negocio del nefasto capitalismo. Es todo parte de un plan macabro que nos saca plata y tiempo a las mujeres. Mientras ellos se ocupan de otras cosas.

Nadie está hablando aquí de andar con el Amazonas en la entrepierna. La higiene y la prolijidad son importantes. Pero no hay por qué sufrir tanto. Muchas dirán que es más limpio. No creo que sea tan así. Si el pelo  es  antihigiénico, pues rápense la cabeza.  Lo único higiénico es bañarse con agua y jabón todos los días.

Les cuento lo que me paso hace un tiempo. Iba a salir  con un chico. De esa noche no pasaba la consumación  de nuestra fatal atracción. Tenía que prepararme para tal evento. Tenía que estar lista para la acción. En síntesis: tenía que depilarme. Pasé toda la bendita tarde librando una cruenta batalla contra mi archi-enemigo: el asqueroso, inmundo, desagradable, horripilante, antisensual, antisexual, despreciable vello corporal. Es una guerra sucia en la que vale todo. Se libra con armas de destrucción masiva: cera caliente, pinzas, aparatos eléctricos, productos químicos. Es sucia porque es injusta: siempre, pero siempre, ganan ellos, los tubos.

Finalmente, usé la estrategia del campo arrasado. Quedé divina. Acudí a la cita convencida de que había batido al enemigo. Orgullosa también, por qué no decirlo. Consumamos. Evidentemente mi piel suave y lampiña le fue irresistible. Pero en los mimitos  finales me dice con una sonrisa y cara de gil: -¡Ay! Tenés pelitos en el dedo gordo del pie, jajaja- Ante mi completa cara de indignación mezclada con furia acota: -¡Pero te quedan sexies! Me sentí muy ridícula. No voy a especificar a dónde lo mandé porque se cae de maduro. Le aclaré que se fijara bien que no tuviera ni un puto pelo.

Hombres, entiéndanos. Las mujeres sufrimos con esto. El proceso de depilación es largo y angustiante. Incluye cejas, bigotes, axilas, piernas… algunas también tienen que decolorarse los pelitos de los brazos: no es justo. Y no he hablado todavía del bendito cavado. Aquí entramos en uno de los puntos más importantes de este tratado.  Y reitero –para que no malinterpreten – que no estoy hablando de dejarnos en el pubis el bosque de Arrayanes con llao-llaos incluidos. No. La prolijidad es importante, y los extremos son malos. Pero las que se hacen la depilación completa de la cachufleta son traidoras al género. Es un dolor inaguantable, una tortura china. Un ritual nefasto. Hacértela completa es ser cómplice de un violento machismo. Yo me pregunto: ¿Los hombres te quieren más si te la hacés completa? ¿Perdés competitividad en el mercado si no lo hacés? ¿Es una prueba de amor? ¿Tanto influyen en el deseo sexual un par de pelos más? El vello púbico está ahí para proteger la zona más sensible de la mujer. La fuente de placer y de vida. Es natural que esté allí y como todo en la naturaleza que es sabia, cumple una función. Compañera, que el  loco  te quiera o te desee por lo que sos, no porque tenés el cominete pelado. Ganémonos ese lugar.

Y ya que estamos, lanzo el debate y que estalle el Mendolotudo, las chicas queremos saber: ¿Peluda, pero cariñosa y gauchita; o pelada, en pose y amargada? Opinen caballeros, serán escuchados.

Y vos querida amiga y compañera mendolotuda… ¿Te da vergüenza andar peluda? Relajáte mijita… ¡Vergüenza es robar y no llevar nada a la casa!

Las invito a todas a unirse a la Marcha del Orgullo Peludo la semana que viene en el Kilómetro Cero. Unámonos. No se depila nunca más ninguna, hasta que ellos acepten las cosas como son.  ¡Look Emilio Pérsico para todas!

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