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Pablo Rago y los travestis

Esta historia me sucedió hace ya varios años. Era yo un adolescente, y cursaba mi último año de secundaria, en el glorioso Martín Zapata. El año se consumía velozmente como atado de puchos comunitario, pero faltaba el último tramo, ese que sirve de trampolín al desempleo, al año sabático o a la dicotomía entre ser diseñador gráfico pero laburar en Mc Donald’s, que era más o menos como beberse el fondo de la botella de vino, Talca naranja y saliva popular, que nadie tomaba por miedo a lo que pudiese suceder.

Sin embargo, no todo era perspectivas de ser empleado público y tener un Peugeot 405. También pensábamos en despedir la vida escolar con un viaje de egresados a todo orto, por eso con algunos amigos de varios cursos, decidimos irnos a Mar del Plata, con la esperanza de que la ciudad feliz estallara de nuestros rostros todo el acné y los pornocos provocados por la paja, y nos llevara directo hacia la adultez.

Todo marchó zonda en popa, y arribamos a MDQ esperando vivir el viaje de nuestras vidas. Entre las cosas interesantes que teníamos previstas a priori, estaba una fiesta de disfraces en la playa, a la cual habíamos decidido por unanimidad asistir travestidos como colegialas púberes, quizás producto de todo el porno que habíamos consumido en esa etapa. Para ello íbamos provistos de indumentaria adecuada, que nos convertiría en el objeto de deseo de cualquier ser humano no vidente.

El día de la fiesta llegó, y después de alguna excursión clase C made in Luján Estudiantil, comenzamos a pensar en cómo iba a ser nuestra evolución anarco-travesti que habíamos soñado toda la vida.

La noche convirtió el piso del hotel donde pernoctábamos en un camarín de Stravagarcha. Cada uno de nosotros era maquillado por una profesional femenina, nuestros pectorales flácidos eran reemplazados por medias enrolladas que asimilaban tetas, y aquellos que horas atrás revoleaban su cabellera con algún riff de Megadeth, ahora lucían dos trenzas en sus mechas metaleras. Piernas peludas asomaban bajo las faldas escolares, e incluso alguna cicatriz de apendicitis adornaba ya el hall del hotel ante la mirada hambrienta del contingente de Santiago del Estero, que debió ser controlado por la policía hot que se encontraba en el mismo recinto.

Ante esto, salimos a la calle para aprovisionarnos de vino en cartón y gaseosa naranja, para embeber nuestros cuerpos en alcohol previo a la fiesta, cuando sucede el hecho que nos trae acá. Nos dirigimos hacia el borde de la calle para cruzar, pero alguno de nosotros detuvo la marcha alegando que debía comprar puchos, cosa que yo no escucho y me decido a cruzar de vereda. Los coches comienzan a pasar, por lo que no puedo retornar y sigo por la misma vereda, y veo adelante mío que se aproxima una persona.

Ya a escasos metros, levanto la mirada y veo que es el conocido actor Pablo Rago. No lo podía creer, ¡era é! ¡Si hasta hace poco lo había visto actuando con Natalia Oreiro en Kachorra! Yo muy emocionado digo:

– ¡Pablo! ¡Pablo Rago, sos vos!

Él se detiene en seco, se baja las gafas de sol que llevaba para ocultarse, y se queda de piedra observando aquel travesti rolinga que se ve feliz de verlo. Abre los ojos enormes, y en su cabeza imagino una retrospectiva de toda su vida, intentando deducir de donde mierda conoce un transexual juvenil, incluso dudando si alguna vez estuvo tan borracho como para haber llegado a pagar por algo así. El silencio duró unos instantes, y finalmente el esbozó:

–  METENGOQUEIR

Y se baja las gafas mientras corre unos metros, hasta que gira en una esquina, y se pierde para siempre, dejando un vacío en mí y en mi cámara de rollo.

Pablo, si estás leyendo esto, quiero decirte que te admiro, sobre todo por la dupla que hiciste con Carlín Calvo. Si alguna vez podés, tomamos un Termidor en la rambla de Mar del Plata, y me contas de las minitas que te comías grabando Clave de Sol.

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