El problema de las cosas serias es que tarde o temprano, muchos dejan de tomárselas en serio: pasa con la historia y la guerra, con los trastornos mentales, la economía o hasta con el cambio climático. En su mayoría son cosas demasiado grandes, que casi rayan la abstracción de una lección de filosofía o álgebra, por lo que nuestra atención no tarda en sucumbir al interminable feed de la vida moderna y así, pasar a otra cosa.
Pero el olvido es antojadizo y los problemas, porfiados, y como con los mundiales, cada cuatro años volvemos a las urnas para toparnos con un menú que a nadie convence. Sí señores, vamos a hablar de política, aunque sea un poquito.
Aún con todo el desprestigió que algunos le achacan, los partidos políticos siguen monopolizando la escena política de nuestras democracia, al ser los únicos con el caudal económico y político para ocupar las sillas gubernamentales. Las razones son muchas y el descontento uno solo: para un elector promedio, son la referencia fija para todos los fracasos y problemas de nuestro país, personificados como un club de corruptos o un desfile de inoperantes. Muchos de sus problemas se deben a su organización interna o a su retórica, todavía empapada por el vapor del siglo XIX. Un problema de actualización que, gracias a dios, muchos jóvenes asumieron; algo de tranquilidad brinda saber que aún hay gente interesada en hacer caminar a ese viejo elefante con un poco más de responsabilidad.
Empero, el estatus quo se mantiene más o menos igual, y cada oportunidad de cambio es aniquilada o asimilada por los partidos, que funcionan con la misma eficacia que la de nuestro sistema inmunológico para lidiar con posibles amenazas. Todo eso sin considerar su ventaja evolutiva: en un mundo de influencers y descafeinados, los partidos son de los últimos en mantener la vieja tradición de crear identidades y darles cuerda con narrativas precisas; algo que resulta vital para captar un votante que día a día descubrimos, es más emotivo que racional.
Por suerte, a veces ese votante es demasiado humano hasta para la mejor historia: cada vez somos más escépticos y difíciles de convencer, ya sea porque somos más exigentes, o porque nos contentamos con la desilusión y el enojo. Y es allí donde algunos experimentan algo parecido a la inspiración artística, y deciden que el mensaje debe corresponderse con la forma: si todo parece un chiste y nadie parece reírse, ¿Por qué no tomarse las cosas con humor, y contar uno que sí tenga gracia?
Sonara algo simple e idealizado, pero así nacen la mayoría de los partidos políticos satíricos, una curiosa tradición que se remonta hasta el Emperador Calígula, que nombró a su caballo Incitato como senador, ya fuera por demencia o como parte de una elaborada broma hacia la aristocracia romana. Y si se trata de animales y burocracia, son muchas las ciudades que eligieron animales como representantes de su gobierno: tenemos al labrador Bosco Ramos en Sunol, California;a la cabra Clay Henry III de Lajitas, Texas (famosa también por beber cerveza); Goofy Borneman-Calhoun, el primer alcalde de una comuna hippie que solo acepta conejos como sus representantes; o el más famoso y boreal, Stubbs, el gato de Talkeetna, Alaska, que gobernó casi veinte años ( casi tanto como lleva Insfrán en Formosa- salvando las distancias). Obvio que todos son a título honorífico o con algún fin turístico, pero como sucede en los cuentos de los hermanos Grimm, los animales son los actores ideales para tratar temas que los humanos prefieren callar.
De todos ellos, posiblemente el más famoso sea el sucedido en São Paulo en la década del cincuenta. Cacareco era una hembra de rinoceronte negro que deambulaba entre varios zoológicos del Brasil, cuando el periodista Itaboraí Martins la propuso como candidata a modo de voto protesta. En ese entonces, las boletas tenían la opción de escribir el nombre del candidato si este no aparecía listado en el papel. La joven estrella de la política brasileña alcanzó 100.000 votos, superando a cualquier otro candidato. Brasil volvería a ser noticia unos años después con Macaco Tião, un chimpancé de Rio de Janeiro que logró alcanzar por estimaciones casi 400.000 votos.
Algunas veces el proyecto es el candidato, y las personas se organizan en algo parecido a una performance elaboradas o sketches que nadie sabe cómo terminar. Tenemos al Partido de los Rinocerontes de Canadá, que inspirados por Cacareco se presentan desde 1963 en varias elecciones de Canadá y en algunas de Estados Unidos, bajo la promesa de «no cumplir con ninguna de nuestras promesas», entre las que figuran: abolir la ley de la gravedad, y también el medio ambiente- ya que es demasiado difícil de limpiar y ocupa mucho espacio; contar las Thousand Islands de Canadá (en inglés: mil islas) para averiguar si Estados Unidos ha robado alguna; y declararle la guerra a Bélgica porque en un cómic de Tintín (de origen belga) se mata a un rinoceronte, una idea que por suerte el partido renunció luego de que la embajada belga en Ottawales obsequiara una caja de mejillones y cerveza como ofrenda de paz.
La fiesta sigue con el Deadly Serious Party de Australia, que se comprometió a enviar una bandada de pingüinos asesinos para proteger la costa de Australia de una posible invasión argentina. Los anglosajones aman este tipo de humor, y armaron partidos tales como el Death, Dungeons and Taxes Party (Partido de muerte, mazmorras e impuestos) y The Fancy Dress Party (un lindo juego de palabras que significa fiesta de disfraces). También gracias a ellos tenemos a Lord Buckethead, un candidato anónimo que se ha presentado desde la época de Margaret Thatcher como pretendiente al puesto de primer ministro, y que hace varias apariciones en público vestido como un Darth Vader mezclado con un tacho para cigarrillos.
Algunas veces el chiste se sale de control, y los partidos se vuelven un verdadero oponente de la contienda electoral. Pasó con los rinocerontistas de Canadá, que si bien nunca alcanzaron una banca, alcanzaron en algunas circunscripciones el segundo puesto, humillando a los partidos tradicionales. Otros se volvieron verdaderas franquicias internacionales, como paso con los Beer Lovers Parties (Partido de los Amantes de la Cerveza) que nacieron en la órbita de países soviéticos cuando cayó el muro, llegando en Polonia a ocupar dieciséis escaños en la cámara baja del Parlamento. También con el Partito dell’Amore (Partido del Amor, en italiano) que llevó a a la famosa actriz porno Cicciolina a ocupar una banca en la Cámara de Diputados; o en Dinamarca, donde el comediante Jacob Haugaard llego al Parlamento y hasta cumplió con varias de sus promesas, como el de agregar una ración más grande de Nutella para las tropas.
Y sí de comediantes se trata, Europa está llena de ellos, y a veces hasta cuentan chistes. Ahora el mundo ve atónito como Beppe Grillo, una especie de Capusotto de la TV italiana, organizó el Movimiento de las 5 estrellas, y es ahora el segundo partido más votado de su país. Otro que casi lo logra fue Michel Colucci, un humorista francés que se candidateo a la Presidencia en 1981, y que contó con el apoyo del diario Charlie Hebdo y los intelectuales Pierre Bourdieu, Gilles Deleuze y Félix Guattari. A tal punto llego su popularidad que el Presidente François Mitterrand lo consideró un verdadero rival para su reelección.
Para cerrar, tenemos al más joven y fugaz. Islandia, año 2010: el país todavía no salía de su propia versión del corralito por la crisis financiera de esos años. Fue allí donde al cómico Jón Gnarr, se le ocurrió subir un video a las redes presentándose como candidato a las siguientes elecciones de la capital. Tal fue el éxito de su video, que rápidamente se organizó alrededor de él toda una estructura partidaria (el Best Party, o Mejor Partido en inglés) y, para sorpresa de varios, logró ganar las elecciones con un 34,7% de los votos.
Muchos de ellos no dejan de ser una anécdota curiosa, y eso nos basta a todos. Pero el caso de Gnarr es paradigmático, porque a diferencia de Grillo o Colucci, su plataforma incluía tanto propuestas serias como otras en tono de humor(como la de lograr un Parlamento “libre de drogas” antes del 2020), lo que borra las líneas entre la sátira y la construcción política seria, algo que en su momento varios de nosotros veíamos como una forma de renovación en la escena política, pero que en los últimos años, con gente tan simpática como Donald Trump, Jair Bolsonaro o Alfredo Olmedo, puede volverse en nuestra contra en esta era de posverdad y unboxing en las redes.