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Psicología barata 8: El fóbico

– Cómo anda, Juan. ¿Qué tal el fin de semana? ¿Resolvió el tema de la chica que lo acosaba?

– Y, más o menos, doctora. Pensé que estaba todo bien, no me escribió en toda la semana. Me dio tanta curiosidad de su desaparición que le escribí un whatsapp, le pregunté cómo andaba. Una frialdad la mina que me dio bronca y la invité a casa, a ver si es que ya estaba con otro, o ya no quería saber más nada conmigo. Pero la boluda me dijo que bueno… me cagó.

– Pero…

– Sí, ya sé. ¿Para qué la invitaste?, me va a preguntar… La verdad no sé para qué la llamé. Supongo que tenía ganas de verla en algún rincón de mi cabeza… o tenía curiosidad de si ya había enganchado a algún boludo. Aunque con lo rápida que es, tranquilamente puede tener otro y venir igual. Las minas son un desastre últimamente. ¿Sabés la cantidad de tipos que conozco que se divorciaron porque los gorreaban? Encima le tuvieron que dejar la casa y el auto a la mina. Unos pelotudos. A mí no me agarran ni en pedo.

– Vos sos demasiado inteligente para que te agarren…

– Sí. La verdad que sí. Yo las detecto a kilómetros. Ahí nomás quieren que las llames todos los días, que las busques por el gimnasio, cuando te distraés un segundo te dicen “bebé”, “lindo”, y si la dejaste pasar un día te dicen “gordo”. ¡Abracadabra! Ya estás a un paso del noviazgo. Todo revoleando el culo para distraerte, bamboleando las tetas… uno medio pelotudo que mirando eso dice cualquier cosa para poder tocarlas… y te manipulan, te usan, te chupan la sangre, te quieren encajar un hijo o una libreta de matrimonio, lo que ocurra primero… y después quieren más y más. Realmente si no me gustaran tanto las minas me la cortaría y a otra cosa mariposa. Cuidaría plantas en un jardín enorme, escribiría enciclopedias, construiría edificios, cruzaría el Pacífico nadando con una mano atada a la espalda. Cómo gasta uno energía al pedo en las minas, ¡doctora! Pero la verdad no creo que usted me entienda. ¿Usted está casada o de novia?

– No importa eso. Lo que yo le puedo decir es que es verdad, el otro sexo nos hace derrochar mucha energía, sobre todo cuando parece un monstruo enorme que nos quiere comer. Como la gente claustrofóbica derrocha energía intentando no quedar atrapada en ninguna parte por más que esté en el desierto de Sahara. Como los aracnofóbicos no pueden disfrutar un picnic porque el 80% de su cabeza está ideando estrategias de escape en caso de que aparezca una arañita, y calculando las probabilidades de que se desate una plaga.

-Pero usted habla como si yo tuviera alguna especie de enfermedad mental o como si viera una mina y saliera corriendo. Nada que ver, yo veo una mina y ahí nomás la quiero llevar a mi casa y hacerle de todo, ponerla en cuatro, entrarle por todos los lugares posibles, tironearle del pelo y hacerla gritar como la perra que es… A usted no, doctora. No me mire así. Bueno, no fui muy elegante. Perdón. La cosa es que yo no le tengo miedo a las mujeres. Yo amo a las mujeres.

-Entonces Claudia no es una mujer en toda la extensión de la palabra… ni Patricia, ni Fernanda, ni Eugenia. ¿Cuál sería para vos una mujer de la que no huirías?

– Cualquiera… que no esté loca. ¿Qué culpa tengo yo de que todas estén mal de la cabeza?

– A ver. Con Eugenia cortaste después de 3 años de noviazgo cuando ella te propuso irse a vivir juntos. Con Fernanda terminaste a los 6 meses cuando ella te pidió que la acompañaras a la cena de Navidad en la casa de su tía. A Patricia la dejaste cuando te dijo “te amo” después de 3 meses de salir con ella. Y a Claudia le hiciste la cruz en la tercer salida porque te mandó un mensajito al día siguiente a ver cómo estabas, y como no le contestaste te llamó. Todo el tiempo ves en las mujeres una amenaza para tu felicidad, cuando ellas lo que te dan es un espacio en su vida, un espacio importante. Ellas te dicen que te quieren y vos te sentís amenazado. ¿A qué le tenés miedo?

– Mire si yo le voy a tener miedo a una mina, doctora… A lo que le tengo miedo es a esta sensación de angustia que a veces me invade y me cuesta cada vez más sacármela. ¡Eso es lo que quiero que me saque, doctora!

– Tuviste una novia antes que Eugenia ¿cierto?

– No. Estuve muy pero muy enamorado, empelotudado, enamopeloturado digamos, de una chica de mi barrio. Me acuerdo que con el primer pago de mi primer trabajo, cadete de una farmacia, le compré un osito de peluche. Fue una semana durísima de trabajo porque hizo mucho frío y el último día hasta llovió. Pero yo me la imaginaba a ella recibiendo el osito con esos ojos negros brillantes, y que me iba a mirar y sonreír, y admirar por mi esfuerzo de hombre proveedor… y se iba a enamorar de mí… y no me importaba el frío. La realidad fue tan diferente. Lo recibió como sorprendida, me dedicó una sonrisa fría de compromiso y un rápido gracias, y se quedó dura mirando a sus amigas por encima de mi hombro como pidiéndoles ayuda. Y qué iba a hacer: me fui y nunca más le dije nada. Me hizo mierda la pelotuda, y ahí aprendí cómo son las mujeres: unas hijas de puta. Sólo quieren que les des cosas, pero lo que les das nunca les alcanza. Y antes de volver a sentirme así me arranco la piel del cuerpo como si fuera una media después del fútbol. ¿Me comprende doctora? Por la cara de chota que me está poniendo creo que dije algo importante.

– Yo la cara de chota por lo menos la pongo, no la tengo tatuada… Acabás de decir por qué no querés entrar en la vida de ninguna mujer.

– ¿Cuándo?

– Para entrar en la vida de una mujer, vos tenés que dejarla entrar también. Dejar entrar significa abrirse, al abrir las puertas uno queda vulnerable, expuesto, con el culo al aire… Por la cara de choto que me estás poniendo, parece que en dos o tres días vas a comprender lo que estoy diciendo. Volvé la semana que viene y hablamos. Mandame un mensaje si necesitás verme antes.

– Mire, no creo que vuelva. Fue lindo mientras duró, pero ya la he visto 4 semanas seguidas. Yo no estoy buscando una relación tan larga… ya se está sintiendo con derecho a ponerme día y hora, quiere que entre semana le escriba mensajitos… Todo bien, igual… no es usted, soy yo. No estoy listo. Quizá más adelante. Bueno, la llamo cualquier cosa. No le de mi turno a otro paciente igual, ¿eh? Yo creo que vengo. Hasta el martes que viene. Si puedo… no sé, estoy complicado.

Para Damián

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