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Ratoneos en la Fiesta Mendolotuda

Era la noche de la fiesta mendolotuda y, sin dudas, no nos la íbamos a perder. Teníamos un cumple, por lo que comeríamos algo antes y luego nos iríamos para Geo.

Fuimos a Martin Sur, ya que quedaba cerca y las pizzas de ahí son geniales. Aprovechamos para hacer una mini previa, y cuando se hicieron la 1, empezamos a levantar campamento.

Llegamos al boliche, tuvimos que estar un rato bastante largo haciendo fila porque había muchísima gente. Al fin entramos. Como buenos bebedores que somos, la barra fue nuestra primera estación. Éramos muchos, así que compramos algunas botellas y pocos vasos. Enseguida nomás nos adentramos a la joda y comenzamos a rotar por el boliche.

Debido a parte del alcohol de la previa y el que acabábamos de comprar (que ya estaba acabándose), a algunos les empezó a hacer efecto las bebidas, por lo que se animaron a bailar en el “juego de baile de la Wii”. Mucho bailar, muchas risas, mucho gastadero de energía, “¡vamos a comprar más porque me muero de sed!”, propuso Marcos, dirigiéndose a la barra sin esperar al resto del grupo. Fuimos y recargamos vasos, ahora al doble de la compra anterior. Una vez listos, la fiesta ya había empezado a tomar más forma, la gente se estaba congregando en el centro de la pista para dar comienzo a la noche que muchos esperábamos.

3 am. Nuestros bolsillos ya escurrían los últimos pesos. El estado de todos en el boliche era impresionante, y nada diferente al que nosotros habíamos llegado. La música era gran culpable de la locura que tenía la gente encima.

Entre bailes, copas y risas, la descubrí a ella. Su pelo largo hasta la cintura, fino como el de un bebé, con pequeños destellos dorados, sus ojos oscuros como la noche, sus labios teñidos de rojo, que combinaban perfecto con su traje negro y su cinturón rojo, sus piernas largas y firmes producto del deporte de tantos años. Su cadera se movía de lado a lado, como si fuese cámara lenta. Giraba en el lugar con los ojos cerrados, como si nadie la estuviese mirando (y juraría que, como yo, miles más). Su sonrisa… su sonrisa no tiene palabras. Siempre supe que Mía era una chica muy hermosa (de hecho la más linda de entre las chicas del grupo), pero esa noche brillaba con luz propia.

-¡Eh! ¿Qué pasa con vos que me miras tanto? – dijo Mía entre risas, acercándose a mí.

-Nada… ¡tampoco que te estoy re mirando! – le respondo entre nervios.

Su baile sigue. Me entra la duda si mi cara o forma de mirarla me hubiesen delatado. Todos seguimos bailando. Me pongo de costado, de frente a Lili, para seguirle el ritmo. Pocos minutos después, dos manos incrustaban sus dedos en mis muslos y los deslizaban hacia mi cintura, sujetándola y poniéndola al compás de la cintura que se había pegado a la mía. Giré mi cabeza hacia mi derecha, para ver quién era. Inmediatamente mi corazón comenzó a trabajar más. Era ella. Le seguí el juego y bailamos para los demás, que se abrieron para darnos paso.

Giré ahora sobre mi eje para ponerme de frente. Sus manos se mezclaban en mi pelo, y comenzaron a recorrer mi rostro, mi cuello, los costados de mi pecho, volvieron a mi cintura, que ahora estaba enfrentada a su cabeza, que había llegado ahí con un meneo descendiente. Volvió a subir, me sonrió y se separó de mí, uniéndose al grupo.

Mi cabeza estallaba en pensamientos. Jamás me había pasado algo así, mucho menos con una amiga. No podía evitar mirarla más, con detenimiento en algunos sectores. Sus pechos no son muy grandes, pero son perfectos, erguidos, de piel tersa. Pude notar sus pezones remarcarse por sobre el vestido, muy pequeños.

En un momento, alguien se pone a bailarle cerca. Debe haber sido de su agrado, porque respondió rápidamente. Su baile sensual ahora se lo estaba regalando a él, quien, ni lerdo ni perezoso, tomó ventaja de eso, y del estado en que ella se encontraba, la tomó por la espalda, la llevó hacia él, y luego de escasos minutos sus lenguas ya se estaban conociendo. Los celos me invadieron, por lo que la fui a buscar. “Acompañame a la barra, gorda”.

El flaco me miró con cara de “qué corta mambo sos”, pero no me importó. Ella, casi sin decidir, me acompaña.

-¡No… mira quién está en la barra! – dijo, mientras se dirigía corriendo hacia allá.

-¡¿Otra vez, la puta madre?! – pensé.

-Paula, Cristian, Cristian, Paula – nos presenta.

Charlaron un rato, yo apenas crucé palabras. Ya eran las 6 de la mañana, tenía un agotamiento increíble. Los chicos nos vinieron a decir que se iban, y que quedaban sólo Marcos y Pablo en la fiesta, pero que estaban chamuyando por ahí, que arregláramos con ellos para irnos todos juntos. No sé si pasaron 10 minutos, que los chicos me pasan por al lado.

-¿Ustedes qué hacen? Porque nosotros nos vamos ya – dijo Pablo, dando unos pasos hacia atrás como para apurarnos.

-Nos vamos, Mimi…

Se despide del flaco, se cuelga de mi brazo y salimos detrás de los chicos.

-¡Mira el pedo que tenes, nena! – le dice Marcos a Mía, en peor estado que el que ella tenía.

-¿A dónde se quedan ustedes? – pregunta Pablo.

-Y, no puede llegar a su casa así, la madre la mata. Vamos a mi casa y que se quede ahí hoy, yo le mando un mensaje a la madre – respondí.

Llegamos a mi casa. Mis viejos se habían ido a un casamiento en San Luis, y mi hermano solía quedarse en la casa de la novia los sábados. La casa estaba sola.

Entramos en mi habitación, y ella, automáticamente se tiró en mi cama. Su vestido se subió, por lo que podía ver gran parte de su cola, ya que solía usar ropa interior cavada. Inevitablemente, la miré, y permanecí así unos breves minutos. ¡No podía ser tan perfecta! Comencé a excitarme. Mis pensamientos cada vez eran más raros, por decirlo de alguna manera. Sentía la necesidad de tocarla, de conocerla más allá.

-¡Me siento re mal! – dijo ella, entre sollozos.

Una única idea invadió mi cabeza: le voy a ofrecer que se bañe.

-Bueno, vení.

Me acerqué, la ayudé a levantarse de la cama y nos dirigimos al baño. Bajé la tapa del inodoro, la senté encima, puse el tapón en la bañadera, abrí el agua y me arrodillé frente a ella para sacarle las botas.

-¿Qué vas a hacer? – me pregunta con los ojos cerrados, apoyada en la pared.

-¡Te voy a bañar, boluda, a ver si así te sentís mejor! Después te hago un té, si queres, y nos acostamos. Ya le avise a tu vieja que te quedabas a dormir acá.

No respondió más. Los nervios me estaban ganando. Le dije que tenía que sacarle el vestido, y ella respondió separándose de la pared y alzando los brazos. Lo tomé por el borde y comencé a subirlo. Mis manos no podían evitar el contacto con el contorno de su figura. Finalmente, el vestido ya decoraba el piso de mi baño; finalmente descubrí por qué sus pezones podían notarse tanto por sobre el vestido; finalmente su diminuta tanga acompañaba a su vestido en el piso; finalmente ella entró al agua, se recostó y dio un suspiro algo largo. Yo, en cambio, no dejaba de suspirar en silencio.

Agarré el jabón, unté la esponja y comencé a pasárselo por los pies, las piernas, sus muslos… Ella siempre se preocupó y ocupó mucho de su cuerpo, por lo que las depilaciones y las cremas nunca faltaban en sus rutinas. Nunca había sentido nada tan suave como su cuerpo. No pude resistirme más. Inmiscuí mis manos entre sus piernas, dejando la esponja flotar por el agua. Acariciaba su sexo por los laterales, por su pubis. A pesar del agua, pude notar que estaba lubricada. Mis dedos no soportaron la ansiedad, y decidieron conocerla por dentro.

El vapor del baño aceleraba la calentura de mi cuerpo, y el hecho de tocarla me estaban excitando por demás. Sus pequeños jadeos no colaboraban, por lo que no aguanté más y empecé a tocarme. Mientras, mis manos seguían acariciándola. Ahora contorneaban sus pechos, esos que habían cautivado tanto mi atención durante la noche. Su abdomen, su cintura, sus brazos. No podía dejar de tocarla, y de tocarme.

Mi cabeza carburó toda la noche, entre imaginación y hechos, es así que para este momento, mi orgasmo llegó muy rápido. No quise gemir muy fuerte, por lo que apreté mis labios, mi panza se endureció, mis piernas se acalambraron levemente, y tiritaban, y mi respiración estaba por demás agitada. Fue un orgasmo muy largo, para los que solía tener.

Me quedé inmóvil por un rato, hasta recuperar las pulsaciones. Mía seguía dormida, como si nada hubiese pasado a su alrededor. Terminé de asearla, la saqué de la ducha, la envolví en una bata y la llevé hasta mi cama. Apenas se recostó, fue como si hubiese recobrado la conciencia. Yo volví al baño para poder higienizarme. Estaba lavando mis dientes cuando escucho un grito:

-¡Pau! ¿No me traes un té, gorda?

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