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El travesti extraterrestre de la Rodriguez Peña

San Isidro – Triple Frontera – Rodríguez Peña. La Odisea del Alien Travesti.

Los que me conocen personalmente saben que trabajo en seguridad. Estaba yo a la salida de un servicio en el Carril Rodríguez Peña, esperando el colectivo que me llevara a mi casa cuando se me acercó un ser indefinible.

Un metro sesenta, pelirrojo con raíces entre canosas y negras. Remera de los Rollings ajustada mostrando un corpiño con relleno aparentemente natural. Falda marrón oscuro a media pierna. Zapatillas negras y piernas de defensor de la primera B. Chuecas. A todas vistas, un travesti. O al menos lo intentaba.

– ¡Hey, flaco! ¿Querés escuchar una historia que te va a hacer caer de culo?

Las situaciones bizarras me pueden. Así que sonreí irónicamente y le contesté: ¿Qué tipo de historia?

– ¡Que no te engañe mi forma de hablar, no soy de aquí! Soy extraterrestre.-El colmo de lo raro, un travesti, en la Rodríguez Peña que dice ser Alien.

– Jajaja, eso si que es raro.-

– Eso parece, pero escuchá. Vas a entender. Pasó hace unos años, el 26 de enero de 1985. ¿Junás la fecha? –ya ví por donde venía la cosa- Estábamos buscando al resto de nosotros, que llevaban años perdidos en la zona, pero algo nos golpeó cuando bajábamos. Y todos tuvimos que salir y caer donde pudiéramos. La nave dio por allá-y señaló el Pedemonte, cerca de la zona del Arco. Yo caí en el fondo de un barrio en Las Heras. Imaginate mi aspecto, sin ropa, y la familia, salvo el padre, se había ido de vacaciones.-el morbo me tenía con cara de bobo.

– Dos semanas me tuvo el hijo de puta haciéndome hacer tareas de la casa y dos o tres petes por día. Yo no los conocía a ustedes todavía, y le creí que era por el pago de los cuidados médicos. Cuando llegó el resto de su rebaño me metió en el baúl del auto, y me vendió a las gitanos.

– Ya me había empezado a avivar un poco, y negociaba las cosas. Igual no bajaron los requerimientos, al contrario, subieron. Limpiaba, hacía favores sexuales al que era mi dueño, y a escondidas a las esposas respectivas. Y en horario de comercio pedía plata en la vereda del campamento disfrazado de monito. Lo bueno es que empecé a juntar dinerillo. Pero me pegué un par de vicios.

– Pasado un par de años así, apreció por el campamento un empresario. No, no es el que vive allá arriba, lo aclaro. Me seguía el rastro e intentó comprarme. Pero los gitanos de turno nunca fueron boludos y cada regateo subían más el precio.

Una noche me dormí en el campamento y me desperté en una habitación sin ventanas ¿Sabés que le hicieron a los gitanos? Les prendieron fuego las carpas y los deportaron a todos a Paraguay. Eso me enteré cuando estuve por allá.

-¿Paraguay? –la cosa se movía hacia el colmo de lo raro. Travestis Aliens paraguayos.

– Si, pero pasó un tiempo. Yo tengo un don ¿Sabés? Como todos nosotros. Yo sé lo que estás haciendo. No ahí, parado, sino en tu cabeza. Por eso sé que te dedicas a escribir. Lo estabas haciendo en la Garita.-me sorprendió- Por eso, cuando el empresario lo descubrió podía saber si cuando hablaba con alguien estaba mientiendo, vendiendo humo, o eso. No puedo saber que pensas, pero si si estás farullando, inventando, o solo diciendo la verdad.

– La cuestión es que haciendo esto, un día me llevaron a la triple frontera. El tipo tenía que hacer un negocio grande. Y allí sentí la presencia de otro de mis compañeros de Nave. Y de los gitanos. Y del boludo que me tuvo en su casa los primeros quince días en la tierra. Porque también, puedo sentir aquí-se tocó la cabeza- y aquí-se tocó el bulto- si hay alguien con quién tuve sexo cerca. Me ayuda a la fidelización de los clientes, como dicen los publicistas, jajajaja..-sonrió y le faltaban la mitad de los dientes.

– Entonces me escapé. Me disfracé de monja. Nadie molesta a las monjas en esos lugares, es increíble. Uno de los custodios del empresario me ayudó, creo que estaba enamorado. Traté de rescatar a mi compañero, pero lo tenían los de la CIA. Así que me fugué. Sin más. Tenía que llegar a la nave.

– Tardé varios años en llegar de allá hasta Mendoza. Cada vez que juntaba algo de biyuya, alguien o algo me la hacían desaparecer.

– ¿Y que hacés ahora aquí?

– Tratando de juntar plata por enésima vez. Quiero recuperar mi nave. Pero necesito equipo para llegar y meterme. Está enterrada en la zona de San Isidro, le dicen. A varias decenas de metros, creo, me dijo el empresario. Por eso también necesito plata, para poder pasar escondido, el está al salto que yo pueda aparecer. A parte, el dueño de la zona que ignora lo que pasa, está medio paranoico con los que visitan el pedemonte. Lo bueno, es que algunos y algunas de los que están metejoneados conmigo viven por la zona y me pueden ayudar…

– Todo esto me hace acordar a una película que dieron hace poco. Paul, el extraterrestre.

– ¿Paul? ¡Pol! Es el nombre de ese traidor hijo de puta. Ese culiado es el tercero de la misión. No sé cómo carajo llegó a los Estados Unidos. Pero allá la está pasando bomba. La única vez que tuve una de esas computadoras me comuniqué con él. Y después me recontra ninguneó.

– ¿Me decís que la película se basó en ustedes? ¿Es cierto eso de los poderes?

– Muchas de las cosas de esa peli son inventos. No podemos desaparecer si aguantamos la respiración. Pero podemos curar con la mano, si. Fumamos marihuana como nadie. Nosotros la plantamos en África hace bastante. Y podemos transmitir información de uno a otro.

– ¿Cómo en la película?

– No exactamente.

– ¿Cómo?

– ¿Vos sos pelutudo? Si te estoy diciendo literalmente un montón de cosas, y de esos que preguntas me hago el misterioso. ¿No te imaginás por donde pasa la cosa? Los conocimientos entre nosotros lo transmitimos mediante sexo anal.

A unos quinientos metros ya venía el 173 que me llevaría a mi casa y se presentó la disyuntiva. ¿Es realmente válido romperse el culo por el conocimiento?