Mí historia con los perros siempre fue bastante caótica y desenfrenada. Los amo con mi vida, son animales muy fieles y compañeros. Dan mucho amor a cambio de que solamente estés ahí, presente.
Siempre me las di de Greenpeace, defiendo a la Madre Tierra con toda la pasión del mundo pero a veces, o casi siempre, las cosas me salen como el culo.
Tuve un labrador que se comía los cables de la casa y después los soretes eran de colores. Lo regalaron. Tuve uno que supuestamente era un Pincher y resultó ser una especie de zorro volador de Australia. Espantoso y con un nivel de intensidad increíble. Lo regalaron. Compramos uno al estilo Jazmín de Su Giménez. Salió de 7 kilos y en una de sus patas tenía solo tres dedos. Truchísimo y ladrador compulsivo. Lo regalaron. Y así podría seguir por horas. En mí familia la paciencia no es un don que el universo nos haya regalado claramente.
Desde que mi hijo nació, decidí no tener perros a mí cuidado. Soy consciente de que enfermo a los animales. Soy la típica dueña de ese ser insufrible que no deja de saltar, mear, ladrar y romperte las pelotas a cada instante.
Hace menos de un año, mi hermana tuvo la fantástica idea de etiquetarme en la foto de un cachorro peludo, roñoso, feo y lo peor de todo, abandonado.
El tema es que no quise saber nada… hasta que quise. Me convenció, lo fui a buscar y me enamoré. Lo lleve al veterinario, vacunas y todo el cuidado que merecía.
Todo perfecto hasta que empezó a enfermarse. Iba todos los días LITERALMENTE a la veterinaria. Tenía enfermedades que prácticamente ya fueron erradicadas del mundo animal. Todas juntas. Diarrea, vómitos, temblores, un ojo blanco. Lo internaron dos veces. Supongo que estarán sacando los cálculos del dinero que yo iba dejando día tras día. Lo sanaron finalmente.
En medio de todo ese caos mí cuñada fue súper amable y nos regalo una labradora. No quería perros y de repente tenía dos.
Se hicieron amigos. Una amistad que dejó muebles masticados, ropa destruida, cortinas que tuve que tirar directamente, pis y caca por todas partes y yo diciéndome “otra vez te jodiste hermana”. Me auto flagelo ininterrumpidamente.
Una noche apareció mareado, muy mal. Se terminó muriendo en la veterinaria. Se intoxicó. Una vez más, el karma apareció en mi vida. TODO EL CUIDADO AL PEDO PORQUE EL CHOCO SE MURIÓ POR COMERSE UN SAPO (los sapos liberan una toxina cuando se sienten amenazados… ojo con sus mascotas cuando son chiquitos)
Tuve que adoptar a otra perra de la calle, para que la labradora no estuviera sola. Cuando la llevé a la veterinaria para control, todos pasaban y me hacían el chiste “che guarda con esta, vos enfermas a los perros”. Y yo con cara de pedo, porque ¡¡eso ya lo sé!!!
Por supuesto ellas siguen con la rotura de todo tipo de cosas. Bicicletas, mangueras, plantas, zapatillas, medias. La que es de raza perro es tan de la calle que se escapa, y trae mugre de afuera para destrozarla por todo el jardín de mí casa. Le roba los guantes de trabajo a los albañiles de la cuadra. No me quiero imaginar el despelote mental que les debe causar llegar al laburo y que todos los días les falten cosas.
La otra es tontona como todo labrador. Cuando puede irse con la otra villera, sale desesperada a descubrir el mundo. Las llamo y la ridícula no sabe volver sola. La espera a la amiga siempre. Está claro cuál de las dos es la líder.
Ni hablemos en detalle de los kilos de pelo que saco cada vez que ingresan a mí hogar. Podría tejer bufandas para abrigar a todos los niños pobres de Siberia.
En fin, las perras están bien. Están vivas chicos no se preocupen. Les llega a pasar algo y en breve tendré una innumerable cantidad de personas pertenecientes a alguna protectora escrachándome en la puerta de mi casa.
Las adoro con el alma, pero no voy a negar que muchas veces pienso en tirar sapos por todo el jardín.
Escrito por Huma Rojo para la sección: