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El arte de la caza

Muchas veces el tipo te tira en la primera salida: ¿vos qué estás buscando? ¿Algo serio o solamente salir? No hay manera de contestar a eso, primero porque no lo sabemos y segundo porque lo que contestemos va a estar mal.

Las chicas siempre vamos en busca de una relación “seria” como fin último; esto es para nosotras: con sentimientos fuertes de por medio, con amor, con ganas de estar con esa persona, de planear juntos el futuro, de compartir cosas buenas y cosas malas. Una cosa maravillosa.

Cuando una mujer decide comenzar a salir con un chico, algo en él le gusta, o por lo menos no le disgusta y siente curiosidad por conocerlo.  Pero no se puede decidir qué sentir sobre alguien que no conocemos. Por esto decidimos salir y averiguarlo. El chico suele ser tan maravilloso que no lo podemos creer, dudamos, le damos excusas, lo ponemos a prueba. Evaluamos su vida. Suma puntos un noviazgo anterior, estudio o trabajo, buena relación con los padres (no ser el bebé de la casa tampoco), muchos amigos, que le guste divertirse pero no que sea tan fiestero, en fin. Una vez superada esta etapa, prima lo que nos despierta en lo más profundo de nuestro corazoncito. Aunque sea el tipo 10, si a esta altura no nos mueve el piso ni nos deja sin respiración (en el sentido figurado, ¡suéltele la garganta de inmediato a esa chica!) lo dejaremos ir, o saldremos un tiempo pero siempre aclarándole al muchachito que no queremos una relación seria (con él). Si por el contrario, nos encanta cada vez más y con cada verso nos empezamos a imaginar con hijitos y nietitos, caminando de la manito por la plaza con arrugas y un bastón, sabemos que queremos algo más.

Parece que la psiquis masculina en algunos casos trabaja diferente. Ellos primero se plantean qué quieren. Quieren joder, ¡bien! Se buscan una chica preclasificada como “rápida” o “no seria” o “para salir”, y comienza la caza. Están con ella lo más que pueden, no se la logran sacar de la cabeza, la llaman todo el día, le dicen cosas lindas, ¡se bancan todoooooo! Esperas, desplantes, inseguridades. No hay reunión de amigos que les llame la atención (a menos que sea una muy importante), asado, fiesta, rafting, trabajo, nada los saca de su objetivo. Como saben (o presienten) que la mujer quiere sentirse segura afectivamente antes de dejarse cazar, dicen o hacen lo que sea. Dejándole a una la confusión entre salir corriendo o empezar a comprar sábanas de dos plazas. Cuando la presa deja de correr, viene el sublime momento en el que se ve realizado su objetivo. Pero como le sucede al comprador compulsivo en el mismo instante posterior a que sale del negocio, la magia se desvanece, el tigre se apacigua, y se duerme con la panza llena. Lo único que puede hacerlo desviar de sus intenciones es otra presa, según el caso, más apetecible o bien más lenta para correr. (je)

Ahora qué sucede: la presa/señorita, feliz de que tiene uno que la eligió, la persiguió, la logró convencer de que la quiere y que piensa que es la más linda, la más buena, la que mejor lo hace sentir, y blablablablablabla, lo menos que espera es que todo siga como empezó. Es decir, lo que sería normal y lógico. Pero mis pichoncitas, ustedes y yo sabemos que no es de esperar que los muchachitos se comporten de manera  normal, o lógica. De nada sirve exprimirnos nuestros cerebros en pensar qué fue lo que pasó que la cosa cambió de un día para el otro. Ingenuamente quizá pensemos que necesitan que nosotras les demos una manito, y los llamaremos o les demostraremos algo de cariño. ¡¡¡Error!!! El cazador se comienza a sentir una presa, de pronto el conejito empieza a pelar unos colmillos y unas garras que dan miedo, y se siente en peligro mortal ( de qué, se pregunta una: ¿de tener más sexo? ¿De que les den más cariño? ¿De que lo mimoseen? ¿De lo que pedían desesperadamente hace unos días?) En fin: se acabó lo que se daba, se terminó el juego, a los hombres que se encuentran en esta etapa les gusta sufrir eternamente, y si la presa se dejó cazar (aunque ellos hayan sido capaces de decir “te amo” o conocer a la familia para lograr su objetivo) entonces no será tan buena. Y van en busca del Oso Gris Encantado de la Montaña como un buen indiecito (aunque no exista).

Peeeero… un buen día el guerrero xulú se cansa, se conforma, se aburre, o se da cuenta de que ese amigo al que tanto admiraba se casó y está chocho; y depone armas. A la primera que se topa se adosa. Una preclasificada como “seria” por supuesto. Y como un buen zorro que pierde el pelo, y a veces también las mañas, se conforma. Comienza una relación “seria”, esto es para muchos, una relación aburrida, llena de obligaciones, rutinaria. Un embole. Se impone una especie de cadena perpetua, con horarios, maneras, palabras, planes, que supone que un hombre de familia debe tomar, se pone a su mujer bajo el brazo (o se deja poner bajo el brazo de su mujer) y le da para adelante. Pero en lugar de ser una alegría, de empezar una etapa nueva, de avanzar en la vida, de formar una familia donde va a ser uno de los pilares, es como un “y bueno, me toca” como si fuera pasar por el proctólogo. Siempre tendrán el guerrero dormido en su interior, que puede despertarse en alguna salida nocturna o en la oficina…

Ahora: ¿cómo distinguir a un hombre normal de un cazador de las pampas?

¡Si lo supiera, no estaría escribiendo estas boludeces! Hay que pasar por todo, desconfianza, poner distancia, enamorarse, decepcionarse, preguntarse qué sucedió ahora, qué hicimos mal…e intentarlo de nuevo.  Pero como ambos tipos de hombre se acercan igual, no hay manera de saber de antemano cómo van a suceder las cosas. ¿A-guan-tar-se y ajo-derse…?

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