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El síndrome de querer irse a la mierda

Ya no aguanto más. Me quiero tomar un flete a “Muy muy lejano”, “el país de las maravillas” o a “la tierra de nunca jamás”. He llegado a una etapa de mi vida en que todo lo de atrás se va achicando y desvaneciendo, y frente a mí veo signos de interrogación cada día más grandes. Supongo que todos llegamos a esa etapa, que todos sufrimos ese desgaste general llamado “estrés”. Puede ser por el hecho de estar acostumbrada a viajar, o de vivir y acostumbrarme a lugares nuevos, pero el tema acá es que me quiero ir a la mierda.

Mis estudios están casi finalizados, al menos en su primera fase. He pasado los últimos 10 años o más de mi vida estudiando y necesito unas vacaciones a gran escala para restaurar mis resinas de intercambio neurológico. El desgaste mental se me nota, ya no tengo paciencia para nadie y mi nivel de atención está en una caída libre que rompe algo más que la barrera del sonido.

Estoy sola, en un sentido mucho más amplio que el de la soltería. Estoy sola en el aspecto de ser libre e independiente, de con el tiempo haber conseguido desatar todos, o la gran mayoría de los hilos que me ataban. Es una capacidad nueva de poder correr sin tener que esperar que los demás te alcancen. Los amigos conocen amigos, los amigos se cierran en ellos, los amigos se ponen de novios y una babosa subterránea los secuestra del universo presencial.  Cuestión que cada vez están más lejos con sus planes de vida propios, y vos sin darte cuenta te frenás en la corriente. La diferencia la harías si te levantaras y dejaras de esperar que todo venga…si salieras a hacer un plan propio también. Si te fueras a la mierda.

Tener auto no me hizo cambiar de opinión. He notado últimamente una urgencia que me nace de adentro cuando manejo…unas ganas de seguir manejando hasta que se me acabe la plata, el tanque y las ganas de estar despierta. Unas ganas de desviarme levemente por una ruta, irme al río y sentarme a esperar que deje de correr el agua. ¿Y si en vez de río me voy al mar? ¿Cuánto tardará el agua del mar en terminarse de absorber?

Hoy en día uno empieza a hacer algo y todos los que nos rodean nos empujan a hacer cada vez más. Hacer un trámite más, escribir una hoja más, resumir una hoja más, trabajar una hora más…y así terminamos atascados en un resorte gigante, en un frenesí de actividades de todo tipo y sin querer parar. Adictos a la adrenalina cotidiana y aburrida, hasta que viene el cuerpo y te hace una zancadilla o un “tate quieto” para aflojarle un poco. Un ejemplo de eso es mi pizarrita de estudio, antes blanca y ahora llena a tope de ítems con un título gigante: COSAS POR HACER. Otro ejemplo es el de sentirse culpable por una siesta, levantarse y contar las horas perdidas que podrían haberse invertido en trabajo.

Encima cada vez se inventan cosas más ruidosas, más mp3, mp4 y mp-infinito…cuando lo que uno necesita ahora es un dispositivo con protección sonora, como el del agente 86, para no seguir escuchando todos los problemas pelotudos de los demás, viendo soluciones fáciles en cada uno de ellos y desesperándonos porque no lo puedan ver. Podría decirle a todo el mundo: “Yo todos los días hago malabares entre trabajo, estudio y sociales…y sigo viva.”

El problema también está en que el cansancio nos hace vulnerables y permeables a los problemas ajenos. Uno está cansado y no puede soportar ver al otro cansado. Es como una injusticia que el otro esté como vos. Si el otro está cansado te va a llenar la cabeza de su cansancio, y así sucesivamente hasta que una tomografía cerebral te muestra un décimo de tu cabeza ocupado por problemas propios (y estúpidos, claro) y todo lo demás lleno de problemas que no son tuyos. Eso sí, cuando un problema grande aparece nadie quiere hacerlo suyo. Muy loco el ser humano.

Lo que yo necesito es un reinicio vital, armar un cable a tierra de por vida. Dejar de ver el alrededor y ver más cuáles son mis necesidades reales. Comenzar de cero y empezar a elegir bien desde el principio. Y si es lejos, lejos donde cagó el conejo…mejor.

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