/La vida de un marginal

La vida de un marginal

Con los nudillos adoloridos de tanto golpear toca la centésima puerta de la noche, la llovizna le cala los huesos a Julio y los labios los tiene tan partidos por el frio que de solo sonreír, si alguna vez lo hiciera, le sangrarían. Le duelen los pies un poco por caminar tantas cuadras y otro poco por que el calzado que tiene ya casi no tiene suela. En su nariz asoman gotas de agua y tose cada vez mas seguido, a veces tose tanto que casi le dan ganas de vomitar lo poco que ingiere de comida al día.

Como nadie atiende vuelve a golpear y una persona se asoma por la ventana de una casa bien iluminada.

-¿No tiene algo que me de?-pregunta Julio con la voz ronca a pesar de su corta edad.

-No nene, por ahora no tengo nada.

Julio camina hasta la esquina donde su madre lo espera con un coche de bebe vacio donde guarda lo que la gente les va dando. Ni bien ve venir a Julio con las manos vacías pone mala cara, Julio sabe lo que viene a continuación un cachetazo fuerte en la mejilla seguida de la frase “sos tan infeliz que ni para pedir servís”, todo ello cuidando primero de que nadie los vea. Es la enésima vez que su madre le pega esa noche. Julio le pide por favor que vuelvan a casa, pero su madre insiste en llenar primero el carrito a pesar de que llevan mas de seis horas recorriendo la quinta sección. Cuando lleguemos a la casa vas a ver

-La gente esta mas desconfiada mamá- Sorprende ver con el cariño que Julio trata a su madre a pesar de que ella no hace mas que golpearlo y maldecirlo si no hubieras nacido no te tendría que alimentar, sos la misma porquería que tu padre, no servís para nada pelotudo. Julio nunca conoció a su padre pero si a los muchos hombres que su mamá lleva seguido a su casa y se pregunta si su padre fue uno mas de ellos.

Cuando llegan a la entrada del barrio su madre coquetea con unos tipos que están parados tomando cerveza en la puerta de un kiosco. Julio se queda a unos metros mirando como uno le baja el cierre de la campera y ríe, seguido de las risas de su mamá y alguna frase que no alcanza a escuchar bien. A pesar de todo le molestan esos tipos, de alguna manera piensa que se abusan de su mamá, que ella hace eso no por gusto, sino para que en el barrio no les hagan nada ni a él ni a sus hermanos.

Cuando entran a la casa se encuentran con su Andrea, su hermana mayor, que a los diecisiete va por el segundo embarazo y Carlos, otro hermano que salió de la cárcel hace poco mas de dos meses y se la pasa el día tomando cerveza y fumando porro con sus amigos, el resto de sus hermanos, menores que él, duermen en un par de colchones tirados en el piso de la única habitación que compone la casa y que comparten todos.

Julio pone sobre la mesa el botín del día y ve la cara de enojo de Carlos.

-¿Es todo lo que consiguieron?

Antes de que logre responder el puño de Carlos se estrella contra la mandíbula de su madre y la manda al piso es el pendejo pelotudo este que no sabe ni pedir Carlos gira y se pone de frente a Julio, trata de agarrarlo pero esta tan borracho que tropieza y se cae al piso. Julio corre a la calle y escucha los insultos que le profiere su hermano desde adentro y luego siente los gritos de su madre cuando el cinturón de Carlos la golpea.

Afuera un auto se detiene y dos personas bajan del auto a toda prisa con armas en la mano, mientras un tercero yace moribundo en el asiento de atrás. Julio se acerca al auto y ve a su vecino Roberto Morales que se agarra el estomago con las dos manos y murmura algo, antes de dejar de respirar y que la sangre llene el asiento.

Los dos vecinos que entraron vuelven a salir y ven la escena son los hijos de puta de la policía los que le hicieron esto, ahora agarramos alguno y lo hacemos mierda Julio los ve irse nuevamente en el auto mientras de fondo a la escena Raulito, su amigo, fuma paco para calmarse el frio y el hambre.

Así es la vida de Julio Álvarez, a sus nueve años conoce el hambre, el frio, la muerte, la violencia, la droga, el desprecio que le deja la sociedad en la que vive. Julio no lo lamenta por que no conoce otra cosa. Julio envidia la vida de su otro vecino Alejandro Gutiérrez que todos los días se pone el guardapolvo blanco para ir al colegio.

Como le gustaría a Julio ir al colegio, dicen que ahí les dan un desayuno y hasta les enseñan a leer.-

Fuente de la imagen: http://www.cosasdebarcelona.es

También podes leer:
De la homosexualidad y otras enfermedades

El año pasado escribíamos:
Crisis facultativa

ETIQUETAS: