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Los Campinglotudos

Quiero hacer constar que, a mí personalmente, me encanta el camping, el aire libre, el verde de los arboles altos y esa brisa suave que recorre nuestras pieles. Pero hay cosas que por más que uno las evite, siempre están. En un camping encontramos una fauna amplia de mamíferos humanos (creemos que humanos) llenos de cuestiones que me impresionan. Estas vicisitudes que aquí se describen desgraciadamente las han vivido seguramente… son los visitantes del Cipolletti: los simples campinglotudos, los que inspiran esta nota.

El campinglotudo de por sí ya es grasa. No importa si llega temprano o llega a las 12 porque la bajada al río está hasta la pija, no calienta si va en un 128 o cae en una Ford Ranger sorteada en Facebook. Son todos iguales. Sin importar la clase social, tienen la característica de ser ordinarios.

El tempranero es el típico viejo choto que sacó a la familia a las 6 am, como si fueran a viajar, no sé, a San Luis, creyendo que el motor del país es él. Cuando llega es como el cacique de la familia, a la vieja la manda a barrer. ¡A BARRER! Así las piedritas no desestabilizan su mesita súper plegable y destruíble comprada en el Easy hace poco. Al pendejo lo manda a hacer el asado, y a la hermana del pendejo le ordena que vaya sacando su kit de mate traído de Mar del Plata.

Ya cerca del medio día comienzan con el ritual del asado, y rezongando por el resto de los especímenes que llegan tarde al terreno saca el pecho y mira sobrador por ser dueño de la mejor sombra, delimitando su territorio con basura, pedazos de verdura de la ensalada y botellas de plástico de Naranpol.

Como a las 11 am o 12 pm llegan los campinglotudos de alma. De pura cepa, esos que en una F100 meten a 9 y además se traen una pantalla y una Play 2 para conectar a la batería de la camioneta. Son esos que se escapan del calor de Las Heras, Guaymallen o de la Villa Hipódromo, escuchando hits bailables de Supermerk2, El Polaco y giladas así.

Son adoradores del hacinamiento veraniego, la cumbia al palo y el vino en caja. Además lo saben y se jactan de eso. Ellos saben que cerca hay un río, así que deducimos que llegan a esa hora porque no podían ir a Blanco Encalada donde, obviamente, hay más especímenes amontonados.

A este tipo de personas no les importa llevar un par de colchones mordidos y meados e improvisar carpas con sabanas de color gastado a la orilla del río, al que obviamente accedieron sin respetar el cartel que decía “Prohibido pasar” y “Prohibido bañarse en el río”. Tampoco les importa llegar al lugar y comenzar una batalla de cumbia y güiros, donde sonara un clásico de Leo Matiolli por un lado, y por el otro, La Mona Giménez.

El gordo de tatuajes hechos con tinta de lapicera Bic se dispone a hacer el asado. Todo acalorado, se seca la transpiración con la remera que le pidió que se quite su hijo, porque un padre además de padre, en este caso, es cualquiera. El resto de los campinglotudos se disponen a invadir las aguas del río. Corren desesperados al hilo de agua. Se amontonan en la orilla hasta que los pibitos se lanzan cuales pingüinos empetrolados. Tiran mugre y pedazos de alimentos que venían comiendo en el camino al camping mientras meten sus pies. Bha… en realidad tiran absolutamente todo en cualquier lado.

Del otro lado del alambrado, está la leona de la familia, suerte de señorona matona y de grito fácil, ropa ligera y curvas abultadas. Se arremanga la remera a la altura de la panza y las sujeta con sus lolas, al tiempo que arremanga un ajustado short y comienza a retar a los culillos. Ella es la que maneja la batuta en las 4 familias que venían en esa manada, dando órdenes de poner los colchones bajo la sombra y traer palos para hacer el fuego, porque de comprar leña, ni hablar.

Ya cerca de las 13 o 14 pm, cruzando toda la gilada para ir a los baños espantosos que están a la entrada, vemos que el lugar se convierte más o menos en el GTA Vice City por la cantidad de especímenes que invaden el lugar. Existe la gran probabilidad de que las rochas y chetas se conozcan y los turros y caretas se junten a fumar un fasito mientras juegan a la pelota con sus hijos. Las viejas estarían panza arriba en las reposeras atadas con alambre y los gordos mal tatuados estarían destapando la octava cerveza, o abriendo el décimo Ternuva.

Y como para finalizar, todos sabemos que la mugre que queda, ellos no la levantan, la dejan, convirtiéndose parte del paisaje del camping y demostrando cada vez más que tipo de animales son los que habitan en Mendoza, porque si no pasa en el Cipolletti, pasa en los ríos, montañas o plazas.

Hasta la próxima.

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